Capítulo 13: Lilian

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Danna entendió que debía irse y hablar con su hermano, así que mientras Lucas se despedía y andaba por el pasillo, repitiéndole a Alek que si sabía cualquier cosa le llamara, ella se dedicó a recoger su ropa. Se vistió, aun con la piel y el pelo mojados, sentía la necesidad de salir de allí y exigirle explicaciones a Javier. Miró su muñeca, casi se había olvidado de la venda blanca que la cubría. Cogió uno de los extremos de esta y se la desenrolló para ver el corte. Se veía rojo, contrastando con su piel blanca. Suspiró y se la quitó del todo, luego buscó su jersey para ponérselo y evitar preguntas, pero recordó que estaba en su maleta, la misma que había dejado en casa. Pensó cinco segundos y se acercó a la cajonera de Alek. Fue abriendo cajón tras cajón de madera blanca hasta dar con lo que buscaba. Frente a ella se encontraban, al menos, una decena de cálidas sudaderas del moreno. Escogió una negra. Era afelpada por dentro y sencilla, pero Danna sabía que abrigaría. Se la pasó por la cabeza, por encima de la camiseta blanca que llevaba y los vaqueros desgastados. Le iba grande pero el calor que proporcionaba y el perfume que emanaba de ella la hizo sentir protegida. Se calzó las Adidas negras, después de los calcetines y se dirigió al salón. Alek estaba sentado en la misma butaca que anoche, mal vestido, como había salido de la habitación al llegar Lucas.

- Me marcho Alek.

El chico apenas la miró, solo asintió con la cabeza y siguió mirando la nada, como si fuera lo más interesante que hubiera visto. Danna giro sus pies y se marchó, apenas haciendo ruido al cerrar la puerta. Solo entonces Alek le dio rienda suelta a su ira, destrozando cristales y jarrones, tumbando muebles y desconchando paredes. Acabó sentado en la alfombra turca estampada, esa que tanto le gustaba a su madre Isabela, con lágrimas bajando por sus mejillas bronceadas.

Mientras tanto Danna anduvo, medio perdida por las calles hasta llegar al centro. Des de allí se dirigió a casa de Javier. La periferia estaba desierta y a pesar de que era más de mediodía, el viento frío soplaba y el sol no se había visto en todo el día. Llegó al portal de la casa unifamiliar que tenía alquilada su hermano. Agarró el picaporte dorado como le gustaba hacer y golpeó con él la negra puerta blindada. Esta se abrió al cabo de poco, revelando a un Javier hecho polvo. Iba descalzo con unos pantalones de pijama largos y una sudadera de estar por casa tapaba su torso. En su rostro moreno se distinguían bolsas, de no dormir y su pelo estaba revuelto. Cuando su hermano la reconoció la alzó del suelo abrazándola sin apenas permitir que el aire entrara en los pulmones de la rubia. Cuando la oyó toser la dejó suavemente en el parqué claro. Danna anduvo haciendo chirriar el suelo y llegó al salón. La mesa estaba llena de papeles y el teléfono de Javier vibraba encima, dando vueltas y haciendo un ruido molesto. No había nombre en la pantalla. Su hermano pasó zumbando a su lado y atendió la llamada, contestando con monosílabos. Cuando colgó su expresión había cambiado y sus ojos negros brillaban de ira.

- Bueno señorita. ¿Me vas a explicar dónde has estado?

A la rubia le sorprendió la pregunta. Javier nunca le reprendía nada y menos le pedía explicaciones.

- He estado por ahí Javier, donde no importa. He oído cosas. Necesito respuestas hermano y tú las tienes

La cara del moreno era un cuadro, se sentó en el sofá de piel que presidia el salón.

- ¿Qué quieres saber Danna? Sabes que yo te lo cuento todo.

- ¿ Si Javier, seguro? Entonces me podrás decir que es la Black.

Javi palideció al instante y danna vio que en sus ojos se reflejaba miedo. Notó la mano de su hermano en la muñeca, apretándola fuerte cuando se levantó, sacándole a la rubia almenas una cabeza, y la miró a los ojos, con una mirada que le daría miedo a cualquiera, pero no a ella.

- No vas a volver a hablar de esto, ni de la Black ni de la Wild. Nunca en tu vida ¿entiendes?

Danna nunca había visto así a su amigo. La ira hervía dentro de él y se reflejaba en cada gesto, en cada palabra. Notó como la rabia crecía también dentro de ella. Tensó los músculos de su espada, se irguió y, tras mirar a Javier a los ojos, dio un tirón con el brazo que provocó que su hermano la soltara. Sonrió con toda la falsedad del mundo y, con la voz más dulce que pudo poner, habló a apenas centímetros de la cara del moreno.

- Hermanito, no sabía que escondías tanto, pero no te preocupes, lo solucionaremos – Javier puso una mueca de asombro, no pudiendo creer que Danna le perdonara inmediatamente – Pero, eso sí, nos quedaremos aquí Javier. No voy a volver a esa casa, no voy a volver a Canadá.

Javi abrió la boca para replicar pero la sonrisa astuta que esbozaba su hermana lo hizo callar. Sabía cuan destructiva podía resultar Danna, casi tan bien como entendía que quisiera conseguir respuestas a toda costa. Volvió a la realidad al oír el sonido rítmico que hacían las bambas altas de la rubia al chocar contra el parqué.

- Está bien, nos quedaremos aquí, pero Dan, solo procura no meterte en líos, de acuerdo?

Ella asintió con posado angelical, comprendiendo que no iba a sacarle ninguna información más a su hermano. Entonces desando el pasillo, se desenroscó las mangas largas que previamente había arremangado por el calor y, después de agarrar sus auriculares y conectarse, salió a la calle, dejando a su hermano descalzo y hecho un lio en el salón.

Danna anduvo por la calle, notando como las lágrimas le resbalaban por las mejillas, casi al ritmo del rap que retumbaba en sus orejas. Se sentía engañada, cansada y abandonada. Se sentó en un banco, en medio de un parque infantil, ahora desierto. Pensó en Alek, tan cálido y encerrado. En Javier, siempre tan correcto y formal. En Viviana, con su sonrisa y su alegría...y en Lucas. En sus ojos claros, su actitud fría que cubría cosas más profundas, lo entendía bien.

Alguien se sentó a su lado y Danna se quitó la música y giró la cabeza.

Era una chica, más o menos de su edad, tenía el pelo rubio y lacio y ojos algo rasgados, de un color muy oscuro, marrón o negro. Vestía parecido a ella, quizás con algo más de clase, reconoció. Jersey blanco y de lana gruesa, sencillo. Tejanos pitillo, algo más claros que los suyos, y botines también blancos. La desconocida le levantó la barbilla y la hizo mirarla a la cara.

- ¿ Porque lloras?

Danna se tensó, no quería contarle su vida a una desconocida, y menos con la locura de los últimos días. La chica entendió su silencio y, encogiéndose de hombros, se levantó.

Dan pensó que iba a irse, pero para su sorpresa, la chica la agarró del brazo y la levantó del banco.

- Chica, no sé porque lloras, pero eso no se hace. Me llamo Lilian y, a partir de hoy, seré tu ángel de la guarda.

Danna no pudo evitar sonreír cuando Lilian hizo una reverencia, al más puro estilo medieval, y la estiró del brazo.

- Bueno, rubita, me vas a decir tu cómo te llamas? – preguntó alegremente Lilian, mientras arrastraba a Dan a través del frío parque

- Danna – respondió ella, riéndose por primera vez por el entusiasmo de su ángel.

- Bien Dan ¿Te puedo llamar así verdad? – La rubia asintió y su nueva amiga continuó hablando – ¿Haces algo esta noche? – Danna negó – Te apuntas a un fiestón chica? – terminó de decir Lili, guiñándole el ojo, y Danna, ya andando por sí sola, le contestó.

- Ni lo dudes ángel


Wild BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora