Epílogo Danna, Edu y Shara

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París: 22 años después del nacimiento de los gemelos.

Danna se miró al espejo. Conectó sus ojos a los de la mujer de mediana edad que la miraba des del espejo. Los cuarenta la habían tratado bien, como a su marido. Sin embargo, sus pómulos se habían afinado, y sus ojos habían perdido parte de la vitalidad que la había acompañado siempre. Sus brazos estaban ahora manchados de diminutas pecas por la exposición al sol, y el tatuaje de la Wild había perdido su color negro brillante al no ser repasado. Aún así, estaba hermosa. Su vestido era de un rosa delicado, y le quitaba unos cuantos años de encima. Por supuesto, había recojido, con la infinita práctica que le habían otorgado los años, sus bucles dorados, que empezaban a ceder al blanco, en un peinado fino. Suspiró, al mirarse al espejo y recordar el porqué estaba tan arreglada.
La puerta sonó y por ella entró su marido. Lo vio avanzar por la estancia, y tomarle la mano a la mujer del reflejo.
- Estás preciosa, mi amor - le susurró Edu, rodeándole con los brazos la cintura.
Ahora que ella iba descalza, ya que aún no se había calzado los tacones de charol, él le sacaba algo de altura.
Viendolo vestido en smoking negro y corbata azul oscuro, Danna se acordó de su boda. Y pensó, amargamente, que los años les iban a ganar la partida.
Edu le agarró la barbilla suavemente con los dedos e hizo que lo mirara a través del espejo.
- ¿Que está mal, mi niña? - le dijo.
- Todo cariño, dios mio, voy a perder a mi niña pequeña - respondió Dan, empezando a sollozar.
Su marido la calmó abrazándola y murmurandole cariñosamente, a la vez que le acariciaba el pelo.
Cuando su mujer se hubo calmado, hizo que lo volviera a mirar.
- Danna, mi amor, todo va a salir bien. Sabes que puedes verla cuantas veces quieras. Cariño, Shara se casa, no se va a vivir a la otra punta del mundo. Además - añadió - a mi me tendrás que ver cada día de tu vida, lo prometiste en los votos matrimoniales ¿recuerdas? - bromeó Edu.
Dan rió y, cuando se perdió en sus ojos caramelo, hizo la pregunta que le hacía cada vez que se sentía perdida.
- ¿Siempre? - susurró.
Y, como de costumbre, su chico sonrió, la besó y respondió.
- Siempre.

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