Capítulo 20: Su piel

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Danna marchó, poco después de Charlotte, al haber conseguido l dirección de Lucas. Estaba arrepentida, en cierto modo. Anduvo sola hasta que as calles se ampliaron, y el alud de voces propias del centro le colapsó los oídos. Enseguida sacó de su chupa negra y dorada unos cascos de un color rosa chillón, y los conectó a su, ya recuperado de casa de Lilian, Smartphone. Rebuscó entre las pistas musicales hasta dar con una de las canciones que sonaban más alto en sus oídos. Poco después, las voces se ahogaban en los acordes de una de las canciones de Sleeping with Sirens. Pasó el tumulto de gente, a la vez que el tenue sol que había alumbrado el día se escondía entre densas nubes grises. Sacó de su bolsillo un papel arrugado, donde se leía una dirección. Paró delante de la verja de la casa de ladrillo que marcaba. Y llamó al timbre. Se esperó unos minutos, a la vez que su impaciencia crecía, y su mal humor, con ella. Saltó la valla. Las bambas oscuras apenas hicieron ruido al aterrizar en la mullida hierba de color verde apagado, y, con el mismo sigilo, llegaron a la puerta principal. Picó de nuevo, esta vez con un timbre distinto, a la vez que golpeaba duramente la puerta de madera blindada. A los pocos instantes esta se abrió, revelando un Lucas despeinado, con un bate de béisbol en una mano y un cigarro encendido en la otra. Bajó el arma al ver que era ella. Se apartó de la puerta, exhaló el humo, y sus vans negras se retiraron del paso, permitiéndole pasar.

Danna recorrió el corredor enmoquetado de negro, color que se repetía con casi toda la decoración que había en aquella casa. Llegó al comedor y se giró hacia Lucas, sin saber muy bien que decir, ni cómo proceder. Este le hizo un gesto despreocupado, indicándole que se sentara en el sofá mullido que presidia la estancia, junto a na mesa acristalada, medio cubierta con marihuana y papel de fumar. El chico se sentó a su lado. Y Danna tuvo que decir algo.

- Lo siento, siento como me porté contigo. Pero merezco una disculpa.

- Así es, disculpa chica. Nos equivocamos contigo, no sabía que eras tú, y ahora que eres parte de nuestra...familia – recordó con desdén hacia la palabra – supongo que debemos estar en paz.

- Si, deberíamos. Yo hago un esfuerzo por olvidar, y tú haces un esfuerzo para no volver a atracar a nadie

Lucas la miró con ojos de leopardo. Como calibrando sus opciones. Al final, mientras apagaba el Marboro, soltando el humo por última vez, y empezaba a enrolar la maria de la mesa. Cedió

- Está bien, tu ganas – se quedaron mirando.

Danna sentía que lo había perdonado. Y que el cariño que le tenía le había ganado por completo. Se quitó la chaqueta. El ambiente se había vuelto tenso, una mezcla extraña de deseo y anticipación. Lucas intentó controlarla, antes de que se le fuera de las manos.

- ¿Un porro, princesa? – preguntó, a la vez que se lo tendía.

Dan encogió los hombros, mientras lo tomaba. El reloj de muñeca de él pitó las seis, a la vez que la piedra de mechero sonaba y encendía la droga. El tiempo había pasado rápido. Y más rápido pasaría.

En las siguientes dos horas, absolutamente todo se les fue a ambos de las manos. Lucas la miraba. Y pensó que era preciosa. Sus ojos conectaron, a la vez que Danna se reía por alguna estupidez, que, mezclada con alcohol, marihuana y tabaco, los acabó tirando a los dos sobre la moqueta oscura cuando ella lo estiró de las muñecas. Volvieron a carcajearse, a la vez que la chica se ponía encima de él.

- Tengo calor – dijo, con voz de niña pequeña.

La sonrisa de Cheshire de él fue inmediata. Iban igual de mal. Enganchó las manos a la camiseta de la rubia, a la altura de su cintura, y la estiró hacia arriba, dejándola en sujetador. Y hundió la cara en su piel, aprovechando para morderla a la vez que Danna intentaba hacer lo mismo con él. Después de las camisetas fueron los pantalones. Y se les descontroló definitivamente.

Un reloj volvió a pitar, pero esta vez, marcaba las dos de la mañana. Danna se desveló con él. Se acurrucó más al chico que dormía a su lado. Le gustaba como se sentía con sus brazos alrededor de su cintura.

- No, no puede ser – murmuró por lo bajo.

Necesitó huir, no se iba a enamorar, no de él. Se vistió a toda prisa, pero sin hacer ruido. En calcetines, recorrió la distancia corta que la separaba de la puerta sin mirar atrás. La cerró con sumo cuidado, para no emitir ningún sonido, y, tras calzarse, se perdió en la negra noche de aquel cinco de Octubre. Lucas no se despertaría hasta la siguiente mañana, en la que, al encontrar su casa vacía, se pasaría las manos por el pelo enredado, suspiraría y su tristeza se perdería en el humo de otro cigarro más.

V9

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