Capítulo 23:el reencuentro

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La nieve había empezado a caer, a teñir de una alfombra blanca lo que quedaba de las hojas del otoño. Quince de Diciembre. Danna se despertó. Se quedó sentada sobre las sabanas blancas, mirando al infinito. Su móvil sonó, pero ya no sonaba metal. Era un tono aburrido y monótono. Ni un solo mensaje. Lucas no le había mandado ni un solo mensaje. Con el quinto "ring" del teléfono, la chica se levantó rápidamente, saliendo de su ensimismamiento. Se mareó al instante, y tuvo que agarrarse a la pared para no volver a caer de culo al colchón. El teléfono paró de sonar un instante, pero retomó su molesto sonido enseguida. Parecía algo importante. Dan tomó aire para calmar el vértigo que hacia girar el suelo, y, cuando la molesta sensación desapareció, la chica descolgó.

- ¿Diga? – preguntó, con la voz aun débil.

- Danna, tienes una voz horrible, ¿acaso nuestra querida invitada Mia te esta machacando demasiado? – era la voz burlona de James

- No, señor – replicó la rubia, intentando dar firmeza a su tono.

- Bien, querida. Me alegro. Ya que he comprobado que tu estado de salud es excelente, ábrele la puerta a mi emisario en tres...dos...uno – el timbre sonó – cero. Nos vemos a tu vuelta.

Danna abrió la puerta para encontrarse con el tío de Charlotte. Este, le sonrió cálidamente y le entregó una carpeta blanca.

- Señorita, su vuelo despega mañana, tiene toda la información dentro. – y, con voz dulce, añadió- mi sobrina la extraña de sobremanera.

Una vez Marcus hubo desaparecido, la rubia abrió lo entregado. Lo primero que vio fue un billete de avión. Era para las once de la mañana. Sintió un vértigo en su estomago. Iba a volver a verlos. Y una sonrisa se instaló en su cara. Llamó a Alek que, sorprendido con la noticia, y enormemente alegre, se entretuvo hablando con ella, como había hecho des del día en que partiera. "No como Lucas" le susurró algo en la mente a Danna. Pero enseguida la voz de su amigo moreno apartó esos pensamientos, y las risas se hicieron la base de la conversación.

Al colgar el teléfono, casi dos horas después. (Era increíble la de cosas que tenían que contarse ambos) Danna, ilusionada, empezó a hacer la maleta. El reloj dio las 4 de la tarde y aun no había terminado. Su estomago rugía. Últimamente comía demasiado. Aun así, se moría de hambre. Engulló a toda prisa una ensalada, un plato de pasta, y una manzana. Le faltaba algo. Chocolate. Se subió a una de las sillas marrones buscando su preciado tesoro. Partió una de las presas, y se la comió a mordisquitos pequeños, mientras apoyaba la mano en su vientre. Era una manía que había adquirido en el último mes.

Se quedó dormida sobre el sofá poco después, cansada, a pesar de que no había hecho apenas esfuerzo. Cuando se levantó, dos horas después, tuvo que correr para acabar de empaquetar todas sus pertenencias. Acabada la tarea, se acurrucó en uno de sus pijamas suaves de invierno, se tapó con el edredón y soñó con la sonrisa de Alek, los abrazos de Lucas y la voz de Charlotte.

El despertador la sacó de sus sueños a las nueve, provocando que diera un bote apresurado, que le revolvió todo lo que no había comido la noche anterior. Apagó el molesto reloj, y se fue a la ducha, notando como esta calmaba su estomago revuelto. Salió de esta enrollada en su toalla larga de rizo rosáceo, y, con el pelo goteando, llegó a su habitación. Se puso la ropa que había dejado preparada la tarde anterior y se dirigió a desayunar. "debería comer menos" se dijo. En los últimos dos meses, había engordado casi dos tallas, a pesar del duro entrenamiento de Mia, que a estas alturas, se había vuelto más una confidente que una maestra. Se llevaban bien. Aun podía recordar el día que, practicando una de sus estrangulaciones de judo favoritas, su amiga se le había puesto a llorar. Con un té en su casa, habían hablado hasta altas horas de la noche.

Mia procedía de una familia adinerada de Canadá, como Danna. Sin embargo, ella había crecido allí. Un año antes, un hombre de aspecto repugnante había entrado en su casa con un revólver, y había matado a sus padres. Marcus la encontró, vagando por la nieve, dos días después. Y la había traído consigo al mudarse. No tenía casa donde volver.

El parecido de las historias de ambas era asombroso pero, a pesar de ello, las chicas se llevaron bien. Su amistad se hizo más fuerte con el paso de los días, los golpes y las llaves.

Danna sonrió, de vuelta a la realidad, para encontrarse a sí misma mirando la mesa blanca. Suspiró i, apurando el zumo de naranja, se levantó para calzarse. Una vez tuvo los pies metidos en las cálidas botas de invierno, arrastró las maletas hasta la puerta. Miró hacia atrás por última vez en meses, y cerró su casa dando dos vueltas con la llave.

Paró un taxi, a la vez que conectaba los auriculares. El metal volvió a sonar alto en sus orejas. Volvió a sentirse ella. Y con un suspiro de felicidad, dejó su mente en blanco durante el camino al aeropuerto.

Una vez allí, facturó sus tres enormes maletas, llevando consigo tan solo un bolso, que, a pesar de que era enorme, tan solo contenía lo básico para sí misma. Subió al avión y, mientras despegaban, miró como la ciudad que la había acogido se hacía pequeña entre las nubes. Tenía pendientes 10 horas de vuelo. Se hizo un ovillo en el asiento y, mientras la canción cambiaba a "Siempre" de Mago de Oz, sus parpados se cerraron. El último pensamiento que tuvo fue algo parecido a "duermo demasiado".

La voz de una de las azafatas a través del altavoz la despertó definitivamente, a pesar del rato que ya llevaba dormitando. Habían llegado a Paris. La mujer informó también del clima, la hora y la latitud en la que estaban, pero Danna no estaba escuchando. Su corazón latía fuerte dentro del pecho. Estaba terriblemente nerviosa. Al apoyar la mano en su estomago se calmó. Todo iba a salir bien. Respiró hondo un par de veces y, cuando el avión se detuvo, ella se dirigió a la terminal. Recogió sus tres enormes maletas y, después de eso, intentó encender su teléfono móvil a la vez que andaba hacia la salida. No tenía batería. De pronto, levantó la mirada y se encontró con unos ojos café dulcísimos. Alek. La rubia corrió hacia él, que la agarró por la cintura y la levantó en volandas. Ella escondió la cabeza en su cuello, cuando la bajó. Alek la soltó, de mala gana, poco después, para dejar que Charlotte la abrazara, con menos entusiasmo, pero el mismo cariño. Y Danna buscó ansiosa con la mirada a la persona que faltaba. Y lo encontró apoyado en una de las columnas cercanas, observándola con sus ojos azul cielo, y con la chupa de cuero negra arremangada. Le dedicó una sonrisa brillante. Entonces Lucas se le acercó, la atrajo de la cintura y Dan se permitió el placer de notar como el corazón de él latía fuerte bajo su mejilla. Poco tardó Alek en añadirse al abrazo y, tras de él, Charlotte.

Eran una familia, y nada ni nadie iba a impedir aquello.

Pero alguien no estaba de acuerdo con eso. Escondida discretamente detrás de una de las columnas de hormigón, una chica joven miraba la escena con envidia. No era justo. Aquella chiquilla no podía llevarse todo lo que ella debía haber tenido. Su venganza sería dolorosa. Y con un brillo extraño en sus ojos claros, sonrió con malicia y se fue.


Wild BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora