Capítulo 33: Adiós

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Le había costado de asimilar. Su hermano, aquél chico que siempre sonreía. Y, simplemente, ya no estaba.
Desnudo, observó a la chica que dormía en su pecho. Estiró levemente de uno de los rizos rosados que se perdían en las sábanas blancas de su cama. Le había sorprendido que Danna se hubiera teñido.
Aprovechando el silencio que invadía la casa, reflexionó sobre el acto de Alek. Había matado a punta de pistola a James y Vladimir, lo que suponía que las bandas habían terminado. Javier se había trasladado como jefe de policía a otro estado, y Charlotte se había mudado a la otra punta de la ciudad. A pesar de que debería estar tranquilo, las palabras de la morena le daban vueltas en la cabeza. El planteamiento que esta le había echo era bastante lógico. Alguien buscaría responsables, y Lucas tenia muchos números para cargar con ambos asesinados.
Terminada su paz, y, ante el molesto sonido de sua pensamientos, decidió marcharse a entrenar. Sabía que el ardor en sus músculos lo desviaría del dolor. Mientras se subía los jeans por las caderas y pasaba la sencilla camiseta negra por sus brazos, notó como unos ojos verdes se clavaban en él.
Lux lo miró, desconfiada.
- No me voy a ir para siempre, gatita arrogante - le dijo. Y, en su interior, rogó por tener alguna opción alternativa a la partida.
Sus bambas apenas hicieron ruido al bajar las escaleras y salir a la calle. Era primero de setiembre.
El sol bañaba las calles, intentando competir con su calor contra la brisa helada que se colaba por entre los callejones, pero no lo acababa de conseguir, y Lucas dejaba a su paso aceras tirando a frías.
Su móvil sonó. A pesar de las pocas ganas que tenía de responderlo, y del mal presentimiento que hizo que su piel se erizara, respondió. Era Charlotte. Su voz sonaba rota, como la de quién ha estado llorando demasiado rato.
- Lucas, he hablado con Javier - susurró, atemorizada - la policía te busca, como responsable del asesinato de James y Vladimir.
- ¿Estás segura, Char?
- Si - respondió - Luke. Nos vamos mañana.
- No - dijo firmemente.
- Si Lucas. ¿Crees que Alek murió para que tu te pasaras el resto de tu vida en una estúpida y fría carcel? - atacó Charlotte.
- No pero Danna no...
- Basta. Ella sabrá seguir, como lo hemos echo todos siempre - replicó fríamente la morena.
- Así será, Charlotte. - suspiró Lucas - espero, por todos los dioses, que no estés equivocada.
Y, con una voz totalmente derrotada, la chica respondió.
- Yo también Luke. De verdad que espero no fallar.

Cuando Danna se despertó, un par de horas después, se encontró a Lucas en la puerta de su habitación, mirándola de forma extraña. Andó, descalza y desnuda, hasta donde estaba él, que parecía perderse en su piel.
- ¿Que pasa mi amor? - le susurró la rubia.
Luke bajó la mirada para conectarla con los ojos claros de Dan y levantó la mano para acariciarle la mejilla. Tenía las pupilas de un hombre torturado.
Danna agarró la mano que él habia dejado muerta y entrelazó sus dedos. Entonces Lucas despertó de sus pensamientos, y la miró, deteniéndose en sus pechos y sus caderas.
- Eres mía - dijo, mientras la pegaba a él y bajaba los labios para besarla profundamente.
- Quizás si, mi amor - respondió bajito Dan, a la vez que su espalda se pegaba a las sábanas blancas, y él se desnudaba para ponerse encima suyo.
Danna se dejó poseer el resto de la tarde pero, cuándo Lucas se durmió a su lado, no pudo dejar de pensar en los ojos de él. Lucía realmente como un hombre desesperado.

Danna cocinó, ya vestida, mientras Lux la miraba curiosamente, oliendo en ella algo extraño. Le maullaba levemente, y se frotaba contra sus tobillos, intentando adivinar que le pasaba a su ama. Finalmente, tras entender que su humor turbio no tenía remedio, se tumbó en el regazo de la rubia mientras esta comía.
La chica miró el reloj, después de terminar de lavar y fregar los platos. Eran a penas las diez de la noche.
Su día se había reducido a complacer a Lucas, a pesar de que parecía haberse vuelto completamente un fantasma. Lux maulló, y Dan no tuvo más remedio que responderle lo que pensaba.
- No, mi luz - suspiró - yo tampoco sé que está pasando.

Cuando el reloj diera las doce, Danna se acostaría, abrazada al suave pelaje negro de su gata y protegida por la espalda con el pecho de Lucas, sin intuir que, a la siguiente mañana, se levantaría sola de nuevo, acompañada por una carta que, después de leer, la llevaría a destrozar muebles y cristales, para acabar llorando desconsoladamente en el suelo de madera, sin que Lux ni nadie pudiera consolarla.

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