noventa y cinco.

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A Dan se le daba muy bien ser paciente, es decir, podía ser la persona más paciente del mundo si eso involucraba la esperanza de un pequeño niño corriendo a sus brazos, asustado pero vivo.

Dan había abandonado la universidad al terminar el tercer año y se quedó en el aeropuerto como una rutina, viendo cada pasajero que iba y venía, cada pareja que se despedía, cada matrimonio reuniéndose, cada niño viendo con sorpresa las instalaciones de aquel aeropuerto.

Ahora pasaba las ocho horas de la escuela más otras ocho horas como plus en el último lugar en donde había visto a su bebé, manteniendo la esperanza de poder ver a una cabellera castaña bajar por las escaleras mecánicas aunque sabía que eso sólo sucedería si el sujeto barbudo llamado Dios intercediera por él.

Tal vez, los espécimenes raros no estaban destinados a terminar juntos pero aún así Dan esperó y esperó ahí, cada día de su vida por el siguiente año aun si cada vez que regresara a su hogar sin su niño, se le partiera el corazón.

Dan no iba a abandonar las esperanzas, aún si se tuviera que meter de cabeza en las cataratas de Niagara porque era lo único que lo mantenía vivo.

Especímenes raros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora