Capitulo 2

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Mi despertador suena y el amargo sol de otoño que ilumina escasamente Detroit me golpea en la cara haciendo que mis ojos se abran. Bostezo y cierro la ventana que está abierta de par en par, congelándome los huesos. Me doy una ducha y me visto con unos jeans negros, mis converse y un jersey que me había comprado mi mamá hace pocas semanas. Escucho como un bebé llora. Cande, mi hermanastra.

Corro hacía su habitación, y la veo con los ojos cerrados, llorando sentada sobre la cuna. La tomo en mis brazos y se calma un poco. Sonrío, recordando las palabras de Diego y de que tengo que sonreír más seguido. En un par de minutos, se queda dormida en mis brazos. Admiro su belleza: su escasa cabellera oscura y piel pálida. Ya no podía apreciar sus grandes ojos verdes. La dejo sobre la cuna y bajo al primer piso, donde mi mamá está hablando por teléfono. Está gritando, furiosa. Claramente, está hablando con mi papá. Apreto los labios, incómoda y silenciosamente saco una manzana roja del frutero. Agarro mi mochila y me despido con la mano del novio de mi mamá que yace en el sillón bebiendo un vaso de jugo.

Me abrazo a mí misma, el viento helado alborota mi cabello y mi labio me empieza a temblar. ¿Puedo enfrentar ahora a las personas que me maltratan en el colegio? No lo sé. A veces llego a ser tan tímida que me reservo todo y trato de pensar en otra cosa antes de llegar a contestarle a otra persona y defenderme. No es lo mío. No sé como defenderme. Me da miedo, terror. ¿Qué pasará sí llego a hacer algo y ellos se vuelven más fuertes? Saldría más herida de lo normal. Preferiría dejar todo como está, pero ya estoy cansada de esta rutina.

De estar tan hundida en mis pensamientos no me doy cuenta que ya estoy en la puerta del colegio. Trago saliva, nerviosa, y me coloco la capucha del jersey. Camino rápidamente hacía mi casillero, lo abro y suspiro aliviada que no hay ninguna nota amenazante dentro de éste. Saco mi libro de química y lo meto en mi mochila. Camino por los pasillos y me encuentro con mi única amiga, Mercedes. Me sonríe y caminamos juntas hasta el salón 37.

-Llegan nuevos hoy -dice. La miro algo desinteresada sobre el tema, sí son nuevos siempre se unen a los grupos "populares" y ellos le lavan el cerebro, no es novedad. Mechi se podría decir que es una de las populares y nadie puede creer que sea mi amiga, pues ella es porrista, es hermosa, tiene una de las mejores notas, su novio es uno de los más importantes jugadores de fútbol y bueno, yo no soy nadie en esta escuela.

-Que bien -respondo sentándome en el último asiento. Ella se sienta al lado mío e intercambia algunas palabras con la líder de porristas. Ruedo los ojos y me dedico a prestar atención a la profesora Jones que acaba de entrar al aula.

Luego de hora y media de aburridas reacciones químicas y modelos atómicos tocan el timbre para la hora de almuerzo. El reloj marca las una y media y todos corren hacía la cafetería para conseguir mejor mesa y poder comprar los deliciosos emparedados de palta y tomate que hacen las cocineras. Yo saco la manzana roja que no tuve la oportunidad de comer en la mañana y le doy una mordida mientras veo a Mechi como presiona las teclas de su celular sin despegar los ojos de la pantalla.

Me muerdo el labio, con miedo, esperando que cualquier cosa pase. No veo al grupo de porristas ni tampoco a los jugadores de fútbol que estén para hacerme daño. ¿Estarán todavía en clases? O, ¿simplemente se aburrieron de hacerme sufrir? Opto por la primera. Cada día es lo mismo y estoy acostumbrada. Me sorprende no sentir ningún líquido helado sobre mi cabello o un pedazo de pizza golpee mi cara.

-¿Quieres que te compre algo? -pregunta Mechi parándose de la mesa. Me volteo hacía ella y niego con la cabeza, no tengo hambre. Todavía tenía la manzana llenándome las entrañas.

-¿En serio no quieres nada? -repite, yo niego-. No has comido nada.

-Comí una manzana, no te preocupes -le respondo con una mueca.

Mechi asiente y se coloca a la fila con un billete de cinco dólares en la mano. Siento como una pelota rebota contra el suelo varias veces, un escalofrío recorre mi espalda. Son ellos. Escucho como los tacones de las porristas chocan contra la cerámica y que todo el mundo se queda callado, observando algo intimidados a los reyes de esta escuela. Doy vuelta la cabeza disimuladamente y veo como le quitan el almuerzo a un chico con anteojos, él sólo se dedica a ver como le quitan el emparedado y salen en busca de más. A una chica rubia le tiran el pelo y mueven la mesa haciendo que el almuerzo se estrelle en su cara. Bajo la cabeza, esperando mí turno.

-Oh, Martina, querida -unas manos femeninas se posan sobre mis hombros con una fuerza brutal que casi me hace gritar-. ¿Qué trajiste de almuerzo para nosotros?

-Nada -digo en un hilo de voz.

-¿Nada? -grita con su voz extraordinariamente chillona.

Siento como un líquido helado y con pedazos de hielo molido cae sobre mi cabeza, empapándome la ropa que traía puesta. Sacudo la cabeza, tiritando de frío.

La chica me sacude el cabello y siento una patada en mi brazo izquierdo y luego un pelotazo sobre mi espalda. Con el dolor hasta el alma, caigo al suelo, indefensa.

-Déjenla, ahora.

Una voz masculina resuena en la cafetería. Es de un chico. La conozco.

El público se queda en silencio, asombrado. El grupo de porristas y el grupo de fútbol coloca los ojos en blanco y escucho como apresuran el paso hacía las mesas.

El dolor aumenta cuando intento abrir los ojos. Me estremezco en el suelo al sentir el contacto de una mano sobre mi mejilla. Me acaricia mi cabello húmedo y sus fuertes brazos toman todo mi cuerpo. Es él.

Abrazos Gratis |Dietini|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora