Capitulo 54

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—Sí quieres hacer lo que tengo en mente, hazlo. —susurra sobre mis labios.

Cierro los ojos. Me humedezco los labios y froto su nariz con la mía. Para rápidamente presionar mi boca contra la suya.

Sus dedos se divierten en mi espalda, yendo de arriba abajo suavemente, provocándome escalofríos. Tiemblo al sentir su mano acunando mi mejilla izquierda y en cómo su pulgar rodea mi pómulo con cariño. Acaricio la porción de pelo que crece en su nuca, tomándola con fuerza para acercarlo aún más a mí, aunque sea imposible. Las mínimas partículas que están en medio de nosotros desaparecen, y mi pecho choca con el de Diego. Su cálida lengua entra de sorpresa en mi cavidad bucal, para jugar con la mía en una danza romántica e infinita. Entierro mis dientes en su labio inferior y él suspira.

Nos separamos por falta de aire. Lo miro y me mira. Busco en sus ojos alguna respuesta a mi acto, pero lo único que hacemos es partirnos de la risa.

—Eres un idiota —le digo entre carcajadas. Él levanta las cejas mientras se lleva una mano a los ojos, negando con la cabeza, riéndose de una razón desconocida por ambos.

—Y tú una tonta —me responde. Le doy un leve empujón y volvemos a estallar en carcajadas. Él me despeina el cabello, yo lo tomo del jersey, me hace cosquillas, le aprieto las mejillas.

Cuando la risa es demasiada y mis pulmones me reclaman por aire, me detengo. Intento controlarme, intento recuperar la postura e intento tramarme una explicación a nuestra alegría anónima.

—Pero te quiero —me dice. De sus labios tira una sonrisa adorable que me hace sonreír a mí también. Él nota mi ligera vacilación, entonces trata de disimularlo pasando un brazo por mis hombros, empezando a caminar por la estrecha calle, ambos con la cara ruborizada por lo que acababa de pasar.

Al llegar a la estación de metro donde es nuestro destino, una ola de nervios se me revuelve en las entrañas de mi estómago. ¿Hace cuánto que no vamos? Hace meses. No recuerdo todos los rostros, y seguro hay nuevas personas que conocer y aprender a aceptar, querer, cuidar y aconsejar. Esa es la finalidad de cada uno de nosotros: poder sacar adelante a nuestros compañeros.

—¡Pero miren quiénes están aquí! —exclama una voz extremadamente familiar. Me volteo y me encuentro con esos grandes ojos de Jorge. Me abalanzo a sus brazos, a lo que emite una risita y me da unas palmaditas en la espalda—. Los hemos extrañado mucho.

Sonrío a todos los que están ahí, sentados en el escaso césped de los alrededores, algunos en bancas o en la vereda de la calle. Veo muchos nuevos. Decenas de chicos y chicas, esperando comenzar la junta.

—¿Has traído tu cartel, Diego? —pregunta Jorge. Él lo saca de su mochila, lo extiende y todos sueltan una exclamación de alegría—. Ok, vamos a presentar a los nuevos integrantes que se han unido hace poco. Por favor, acompáñenme.

Sigo los pasos del morocho torpemente, aferrada al brazo de Diego, quién me sonríe y agarra mi cintura con fuerza. Me detengo cuando veo a Jorge hablar con un grupo de a lo menos veinte personas.

—De pie, por favor. —pide y todos obedecen a su petición. Hay más chicos que chicas. Empieza a presentar a cada uno de ellos, con su problema a resolver y eliminar de su vida. La mayoría es anorexia. Consumo de drogas. Violencia. Cosas así.

—Creo que me falta una chica. ¿Dónde está, muchachos? —agrega Jorgd. Ellos se encojen de hombros.

—¡Estoy aquí! —dice una chica. Me quedo paralizada.

La chica está capucha, es delgada, con el cabello recogido en un moño desordenado. Unos botines casuales pero elegantes, un abrigo largo negro y unos jeans rasgados se acerca al lado de Jorge.

—Y bueno, ella es Mercedes.

Abrazos Gratis |Dietini|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora