Capitulo 52

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  Esa es una de las razones por la cual lo quiero muchísimo. No sólo por su aspecto (bastante atractivo de todas maneras) sino por la belleza de sus palabras y el efecto que causan en mí. En la forma en que las dice, que veo y me doy cuenta que las dice de verdad. Me quedo con los labios pegados al parlante del móvil, con las sienes palpitantes y el estómago contraído.

—Recuerdo cuando me dijiste una vez que me querías más de lo que deberías.

Se queda callado y de nuevo doy vuelta en la cama.

—Hace frío.

—No cambies el tema.

Suelta una adorable risita que me pone los pelos de punta. Me quedo esperando su explicación, observando vagamente el techo de mi habitación mientras me muerdo el interior de mi mejilla.

—Que te quiero más de lo normal.

—¿Eso te costaba tanto decirme?

—En realidad, no. —murmura y puedo decir que se está pasando una mano por el pelo—. ¿Podemos hablar mañana? ¿Quieres juntarte en el Café a las seis?

—Con la condición de ir a una junta.

Siento su sonrisa contra el teléfono y un escalofrío me traspasa la espina dorsal. Trago saliva y levanto las cejas.

—Está bien —dice y una sensación de alivio me inunda el estómago—. Ya, trataré de dormir. Me hubiera gustado darte el beso de las buenas noches.

—Mejor corta ya.

—Te quiero —dice y suelta una risa—. Mucho.

—Yo también, adiós.

Le corto y me tumbo de lado, con mi vista estorbada por la ventana entreabierta. Le echo un vistazo a la hora porque el cielo está un poco más claro. Las nubes se dispersan, se mueven y se mezclan entre ellas. Seguro que mañana llueve o nieva, por la forma que están más grisáceas y rechonchas, esperando botar en cualquier momento el agua que las contiene. El viento sopla fuerte y me cala los huesos, pero odio dormir con las ventanas cerradas. Siento que me estoy ahogando, que estoy encerrada y no sé, me molesta. Entretanto imagino cómo será mañana mi conversación con Diego y cómo estará el clima, los párpados no aguantan el peso del sueño, el cansancio, la tensión y las ansias, entonces rápidamente caigo dormida con la cabeza en el lado frío de la almohada.

Mi mamá me despierta a las once y media de la mañana y agradezco que me traiga el desayuno a la alcoba. Como dos tostadas con mantequilla que se derrite con lentitud sobre el pan caliente, zumo de naranja y una porción mediana de cereales de chocolate. Robin viene a saludarme y darme un beso en la frente (cosa que no me sorprende) con Cande en sus brazos. La pequeña ha estado muchísimo mejor después del accidente. Los hematomas de su cara están menos notorios y las cicatrices de sus brazos están mejorando. Me gusta verla sonreír de nuevo, al igual que mamá. Gracias a Dios ha subido de peso y ahora está normal, bueno casi, le faltan algunos kilos pero está mejorando.

—Hoy iré a visitar a Lodo luego del almuerzo y tomaré un café con Diego por la tarde, ¿vale?

Me sorprendo por mis palabras porque esta sería como la primera vez en un millón de años en el que le digo donde iré. Ella se voltea, con su mano derecha revolviendo la olla con fideos en estado de cocción y la otra sobrante en la cadera.

—Está bien. Pero no me gusta que llegues a casa tan tarde, ayer llegaste cerca de las dos de la mañana y me preocupé bastante. Además no tenía idea que los autobuses estuvieran andando a esas horas de la madrugada.

—Yo tampoco me di cuenta. Pero lo tomé antes de las doce, así que pude tomar uno de los últimos que andaban rondando por el Centro. Me quedé merodeando por el condominio antes de entrar, tenía algunas cosas que pensar.

Mamá me sonríe y cola los fideos para poder mezclarlos con queso. Robin entra a la cocina, coge un cuchillo y empieza a picar tomates. Esto es raro, mucho, hace tiempo que no veía a Robin cocinar o ayudar a mamá en el almuerzo. Para poder completar este día "extraño", me ofrezco a poner la mesa. A pesar del ruido que hace el cuchillo al chocar contra la tabla o la cuchara dando círculos en la olla, mi cabeza no deja de dar vueltas, y pensar en Diego, en mí, en nuestra relación tan... singular de amigos. Los amigos no se besan, los amigos no coquetean, los amigos no duermen juntos (semi-desnudos, mejor dicho) y la chica no tiene sueños eróticos con el mejor amigo. A veces pienso que me gusta demasiado y encuentro estúpido que no se dé cuenta de que me muero por él. Mi cuerpo, mis ojos, mis gestos, todo de mí se lo dice a gritos.

—¿Martina? Eh, planeta Tierra llamando a Martina. —veo la mano de mamá sacudirse frente a mis ojos. Sacudo la cabeza desconcertada y sin saber en dónde estoy parada—. Mi amor, recoge el paquete de servilletas que botaste y deja de pensar en cosas raras, te has sonrojado ya más de tres veces seguidas.

La conclusión es que estoy perdidamente enamorada de Diego Dominguez, puede que sea lindo todo el sentimiento, pero es molestoso que su rostro y sus palabras no dejen de darme vueltas en la cabeza.  

Abrazos Gratis |Dietini|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora