Capitulo 7

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Prefiero quedarme con la duda antes de preguntarle. Sí no me lo ha dicho es porque es incómodo y debe dolerle. Intento cambiar de tema y por fortuna lo logro. Hablamos sobre nuestro pasado y lo que hacíamos antes de que nos conociéramos.

Lo bonito de todo esto es que por fin tenía un amigo en cuál confiarle todo. Yo sabía que Diego no le diría nada a nadie y tampoco me traicionaría. Sé que suena inútil, pues lo conozco hace tan poco, pero hizo que en tan poquito tiempo se convirtiera en una persona tan importante para mí. Creo que ya está en el nivel de Cande. Así lo quiero. Así de especial e importante significa para mí. No lo quiero perder. Ojalá que mi mala suerte no se haga presente en estos días. Quiero disfrutarlos. ¡Y lo haré!

-Aquí es -señalo el condominio. Ambos entramos y Diego saluda al guardia. El guardia le devuelve el saludo sonriendo. ¡Eso es lo que Diego provoca en las personas!

-¿Cómo haces eso? -le pregunto asombrada. Para mí es muy increíble el efecto que tiene Diego hacía los demás. Los hace sentir bien con un simple gesto o saludo.

-¿Qué? -me pregunta frunciendo el ceño, divertido.

Le doy un suave golpe en el hombro y aún así se soba después de mi golpe. Empiezo a reír y él ríe conmigo.

-Sabes muy bien de lo que hablo -le digo con un tono de ironía. Él niega y suelta otra carcajada mientras introduce una de sus manos en los bolsillos de su chaqueta.

-No sé de lo que hablas, preciosa.

Al escuchar la última palabra de lo que dijo, miles de tonos de rojos se apoderan de mis mejillas. Maldigo por dentro. ¡Deja de hacer eso, Diego!

-De eso -murmuro.

-¿Qué? ¿Hacerte sonrojar?

Me sonrojo aún más. ¿Es posible eso? Le vuelvo a dar un golpe pero más fuerte. Él se queja y se ríe. Su risa es tan contagiosa que río con él.

-No -le respondo con tono molesto-. ¿Cómo provocas eso en las personas?

-¿Hacerlos sonrojar? No sé... -responde divertido.

-¡Diego! -exclamo.

-Ya, vale. No lo sé en realidad -duda un poco y me mira-. Creo que lo hago porque me gusta ver sonreír a las personas. Son cosas pequeñas que hacen cosas grandes. Deberías hacerlo tú también, aunque ya con tenerte cerca y hablar contigo me alegras el día.

Me ruborizo de nuevo por sus aduladoras palabras. Quiero hacerlo enojar. Es muy curioso para mí ver una faceta del Diego molesto. ¿Cómo será? No me lo puedo imaginar. Él siempre anda tan feliz. En serio, ¿cómo será verlo con el ceño fruncido, la mirada amargada y callado? Sería bastante inusual y extraño.

-¿A cuántas le has dicho lo mismo, Diego?

Parece que no le sorprende mucho mi pregunta pero aún así frunce el ceño, desconcertado. Intento aguantar la risa al ver su rostro totalmente confuso.

-A una.

-¿Quién?

-Tú.

¡Mierda! Es que ya me está estresando el asuntito de bajar la mirada cada dos segundos y que mi cara arda de vergüenza. Pero me encanta que lo haga. Creo que me estoy volviendo bipolar. Maldita sea.

-Deja de hacerlo.

-¿Qué cosa? -se hace el tonto mirando hacía el frente y escondiendo una sonrisa.

-¡De decirme cosas tan bonitas! -le respondo. Él ríe.

No me doy cuenta que ya estamos en la puerta de mi casa. Paramos de caminar, él me suelta la mano y coloca ambas a cada lado de mis mejillas. Me acaricia y el minúsculo roce que está haciendo me pone los pelos de punta. Miro hacía abajo, con los nervios a flor de piel.

-No puedo dejar de decirte cosas bonitas. Es inevitable. Además, es adorable que te sonrojes. Quedan pocas mujeres así. Las que se ruborizan siempre son las más bonitas.

Abrazos Gratis |Dietini|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora