Capitulo 42

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Me quedo inmóvil. En shock. La sangre se me enfría y mi piel se eriza. La falta de luz del pasillo esconde mi silueta. Me muerdo el labio y coloco un pie encima del otro, pisándolo con fuerza. Me palpita la cabeza y siento como la rabia, el miedo y la sorpresa se unen y corren por mis venas con rápidez.

Está más guapa que nunca. Su cabello está algo más claro de lo normal, con unas ondas perfectas cayendo en cascada por su espalda, su piel blanca sin imperfecciones, aros en forma de círculo que cuelgan de sus orejas, los ojos verdes delineados con negro y las pestañas larguísimas. Sus finos labios cubiertos en una capa de brillo labial, su anatomía delgada vestida con unos jeans ajustados de mezclilla, una remera escotada de color blanco y una chaqueta de cuero beige.

Seguramente están discutiendo. El entrecejo de Diego está fruncido y mueve las manos mientras habla. Se pasa sus dedos por el pelo varias veces seguidas y levanta las cejas cuando Mercedes le responde.

Mercedes rueda los ojos y sus manos atrapan los brazos de Diego, tirándolo contra la pared. Dejo de respirar. Diego pone su mano en el estómago de ella, intentando separarla. Mercedes se abalanza sobre él y lo abraza con fuerza. Puedo ver como su rostro se esconde en el cuello de Diego y él sólo le da unas palmaditas en la espalda.

Y en eso, los labios de Mercedes atrapan los de Diego, en un beso forzado e inesperado. Mi corazón deja de latir y mis piernas tiemblan como jalea. ¿Qué hago? Diego abre los ojos con sorpresa, pero raramente no se separa. Deja que Mercedes siga, pero él no cierra los ojos.

Tomo una bocanada de aire y me subo los pantalones. Con las lágrimas ya adornando mis mejillas y los escalofríos vibrando en mis vértebras, doy pasos seguros, pasando por el lado de ellos. No volteo para ver sus reacciones, pero escucho el sonido de sus labios separarse y ahí, mis piernas se mandan solas y empiezan a correr.

—¡Martina! ¡Espera!

La voz de Diego se apodera de mis oídos, haciendo eco dentro de mí. Pero no me detengo. Corro afuera de la clínica y fuertes gotas de lluvia poco a poco empapan mi ropa. Mis zapatillas rechinan por la gran cantidad de agua dentro de ellas, enfríandome los pies. Mis lágrimas se mezclan con la lluvia, cayendo en los charcos acumulados en las veredas.

Mi corazón amenaza con salir de mi pecho, mi pulso se acelera mucho más de lo normal, palpitando con fuerza en mi cuello, las piernas desgastadas y el calor en mi espalda. Me detengo, dejando que mi cuerpo choque con el pasto húmedo. Toda la ropa está pegada a mi cuerpo y me arde.

—Tini...

Veo a Diego a mi lado, rodeando sus brazos en mi cintura y sentándome en su regazo. Gracias a la niebla y mis lágrimas veo borroso y mis piernas flaquean.

—Súeltame —logro decir. Trago saliva y me limpio los ojos con fuerza—. Diego, súeltame.

La lluvia no cesa y Diego está empapado de pies a cabeza. Sus ojos mieles reflejan culpa y confusión. Su agarre se hace más fuerte y me apega más a él. Con las fuerzas que me quedan, lo empujo hacía atrás y me levanto del césped. Sacudo los jeans y dejo un mechón mojado de mi cabello detrás de mi oreja.

—Ella me besó a la fuerza, Martina, créeme.

Me humedezco los labios y me pongo la capucha del sweater sobre mi cabeza.

—Sé que lo hizo a la fuerza. Una cosa muy diferente es que no te separaras.

Él se me queda mirando, todavía sentado en el suelo, con la lluvia empapando su cabeza. Me doy la vuelta, introduciendo mis manos en los bolsillos, perdiéndome en la espesa neblina que cubre todo Detroit. Tengo que tomar un bus por aquí cerca que me deja en la casa de Lodo.

Siento una mano en mi brazo que me gira sobre mis talones con rápidez.

—No me dejes.

Su voz se quiebra y me pasa un dejavú. Sacudo la cabeza y levanto la vista para mirarlo. Sus ojos mieles están más claros de lo normal y su nariz algo roja por el frío. Su mano se posa en mi mejilla, acariciándola y secando los restos de agua que hay en ella.

Pero la historia que tienen Mercedes y Diego se me pasa como una película en cámara lenta por mi mente y las lágrimas me cristalizan los ojos otra vez. Los besos, la fiesta de cumpleaños de Mercedes, en la forma que bailaron juntos, cuando conversaban, reían y sonreían con tanta felicidad. ¿Habré sido yo la que arruinó todo eso?

Claro que fui yo.

—Me tengo que ir. Nos vemos luego —las palabras no pensadas brotan de mi boca y no puedo detenerlas. Hago una mueca y me regreso a la clínica.

No tengo dinero para el bus, tendré que irme con Lodo. Veo como Mercedes sale, me ve y abre los ojos como platos. La fulmino con la mirada y choco hombros con ella antes de entrar. Lodo me ve con ojos llenos de preocupación y me pide explicaciones. Le digo que no quiero hablar de eso ahora.

Ambas caminamos al auto y desgraciadamente mojo todo el asiento de pasajero. Observo por la ventana, como unos perdidos ojos mieles desaparecen del camino.  

Abrazos Gratis |Dietini|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora