Capitulo 43

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  Cuando llegamos a casa, me bajo rápidamente del auto y entro. Subo al baño y me doy una larga y caliente ducha. Luego, me visto con unos pantalones de Lodo, una remera negra, un sweater tejido de color azul marino, converse negras y un gorro de lana en la cabeza. Me maquillo sólo los ojos con rímel y un poco de delineador.

Entro a mi habitación y tomo mi celular. Veintiún llamadas perdidas de Diego, quince mensajes de Diego y tres llamadas perdidas de un número desconocido. Me encojo de hombros y me meto el celular al bolsillo trasero del pantalón.

De ahí, comienza a vibrar. Lo saco, rodando los ojos y es el número desconocido. ¿Será Diego llamando de otro teléfono? No creo que sea tan exagerado, así que contesto:

—¿Diga?

Un suspiro grave se escucha al otro lado de la línea.

—Hola, Martina. Soy Alejandro.

Alejandro, Alejandro...

—Más conocido como tu padre —concluye.

Abro los ojos tanto que siento que se me van a salir de órbita. Me siento sobre la cama, sin ninguna expresión en el rostro y con la garganta congelada. ¿Qué digo?

—Uhm... hola. —respondo sin aliento. Que forma tan inesperada de que te llame tu padre después de tantos meses. Según yo, su voz suena más... ronca de lo normal. Arg, quién sabe.

—Me imagino que tu mamá te dijo que llamaría. Te quería proponer algo, hija.

Hija. ¿Tiene alguna idea de lo que significa esa palabra? No tiene derecho a usarla refiriéndose a mí.

—Escucho.

—Sé que sonará raro para tí, e incluso confuso. Pero me gustaría que te quedaras en Los Ángeles por unos días. Unas tres semanas, tal vez. Quisiera pasar tiempo contigo. Como hace mucho que no te veo...

Me dan ganas de reír.

—Señor Alejandro, creo que eso no será posible. Mi mamá está recién salida de un accidente, mi hermanastra y padrastro también están delicados y necesito ciudarlos. También tengo una vida acá. No quiero perderla por gastar tiempo con usted. Aún así, agradezco que se haya acordado que tiene una hija. Adiós.

Y corto. Pasan unos minutos y no devuelve la llamada. Era obvio que sólo fue una porquería que se le pasó por la cabeza creyendo que sí paso con él unos días lo perdonaré. Claro que no. Es ridículo. Siento como todo un peso del pecho desaparece. Y me siento bien.

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Pasan tres días después de la llamada. No he visto a Diego. Menos a Mercedes. Subí dos kilos y eso es bueno, según Lodo y mi nutricionista. A mamá le darán de alta en una semana más, al igual que Robin y Cande. Con Lodo estos tres días lo hemos aprovechado al máximo, yendo al cine y a patinar en hielo, porque sólo dos días más entraremos de nuevo a clases.

Estoy junto a Lodo viendo películas, ella con su taza de café y su gato en el regazo, yo comiendo un paquete de gomitas de colores, con el cabello húmedo porque recién salía de una ducha. Me coloco un sweater que tira Lodo porque dice que hace mucho frío para estar sólo con una sudadera sin mangas y jeans. Le ruedo los ojos mientras me lo coloco.

El timbre suena y la morocha suelta un bufido. Pausa la película y saca al gato de su regazo, pero yo la detengo.

—Iré yo, tú quédate aquí. Sigue viendo la película si quieres.

De un salto salgo de la cama y escondo mis pies dentro de mis zapatillas. Bajo las escaleras, esperando que sea la pizza que ordenamos hace unos diez minutos. Poso mi mano en el pomo de la puerta y la giro hacía la derecha, deslizando la puerta hacía adentro.

—Hola preciosa.

Mierda. Diego.

—¿Qué haces aquí? —pregunto fingiendo enojo. Se ve hermoso. Sexy. Con unos pantalones negros sueltos, las supras, una chaqueta de cuero y su cabello revuelto. Se comienza a reír con exageración.

—Creo que ambos sabemos eso —dice entre risas. Frunzo el ceño y me acerco un poco a él. Huele a...

—¿Has estado bebiendo?

Él alza su mano y me señala una corta distancia entre su dedo pulgar e índice. Dios, está muy borracho.

—Te ves muy linda, Tini. Muy, muy linda. ¿Es mi idea o te crecieron las...? —dice apuntando mi busto. Me sonrojo. Joder. Debe estar realmente bebido sí me está diciendo eso.

—Te traeré un vaso de agua.

Giro sobre mis talones y me dirijo a la cocina. Saco un vaso de la repisa y lo lleno de hielo. Cuando estoy echándole agua en el interior, me da la vuelta tan bruscamente que todo el líquido se derrama en mi chaleco y ahogo un chillido. Me acorrala contra el lavaplatos y me agarra de la cintura.

—Me gustaría algo más que un simple vaso de agua.

Y sus labios toman los míos en un beso apasionado que me quita el aliento. El sabor a vodka en su boca es fuerte y se mezcla con la mía. Intento empujarlo, pero su mano viaja hacía mi trasero y lo apreta fuerte. Doy un salto y abro los ojos con sorpresa, para luego arrugar el entrecejo.

—Diego—digo entremedio del beso. Con todas mis fuerzas lo echo para atrás. Él empieza a reírse otra vez.

—No te hagas la difícil, cariño. Vamos, quiero estar contigo —murmura, pero su sonrisa se desvanece y sus ojos se pierden en un punto vago del suelo. Ladeo la cabeza hacía un lado y me cruzo de brazos.

Quiero estar contigo —repite, pero ahora con la voz quebrada. Su espalda patina por la pared, para sentarse en el suelo, llevar las rodillas a su pecho y esconder la cabeza entre sus piernas. Después de unos segundos, empieza a sollozar.

—No... Diego... —me acerco a él y me agacho a su altura. Él levanta la mirada y sus ojos están rojos y llenos de dolor. Siento una punzada en el pecho.

Quiero estar contigo... —dice para esconder nuevamente su cabeza.  

Abrazos Gratis |Dietini|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora