El sonido de zapatillas cómodas de enfermera se deslizan por el suelo, el rechinido de ruedas de camillas se trasladan de un lado a otro y el impacto que tiene la tormenta contra las ventanas de la clínica hace que abra los ojos lentamente. No fue muy buena idea haber usado de lecho el duro asiento de la sala de espera. Miro a mí alrededor y me topo con una frazada rosa chillón envolviendo mi cuerpo. La cartera de cuero de Lodo descansa en el asiento de mi lado izquierdo. El abrigo de Paolo, el padre de Lodo está colgando de los costados. Estiro los brazos y siento como mi espalda cruje levemente. Esbozo una triste sonrisa al recordar la razón por la cuál estoy aquí. Reviso la hora en mi celular y son las seis de la mañana. ¿Tanto he dormido?
Al levantarme de la silla, siento los pantalones pegajosos y por el calor que me daba mi chaqueta más la sábana que me abrigaba tengo restos de sudor por mi espalda. Me siento mal, sucia, vulnerable y dolorida. La espalda me duele como si hubiera dormido en un trozo de madera. Voy al baño y me mojo la cara, haciendo que los restos de un mal sueño se camuflen un poco. Me aprieto la cola de caballo; no quiero sacarme la coleta. Debo tener el pelo horrible.
Cuando vuelvo a la sala de espera, el silencio es interrumpido por los tacones de Lodo resonando por el pasillo, haciendo un débil eco. Su sonrisa radiante se encuentra con mis ojos y me da un sonoro beso en la mejilla. Saca las llaves de su casa del bolsillo de su pantalón y las deja sobre mi mano.
-Ve a casa. Date un baño de agua caliente, debes tener la espalda echa añicos después de haberte quedado dormida ahí -ahoga una risa-. Por cierto, Diego llamó diez veces a tu celular y yo le devolví el llamado. Está preocupado por ti ahora. Me dijo que lo llamaras mientras puedas.
Es como si mi mandíbula en estos momentos tocara el suelo. Diego, llamando diez veces, a mí. Estaba preocupado por mí. Quería saber. Me muerdo el labio mientras salgo por las puertas de la clínica, pegando mi trasero en el asiento de la moto y conduciendo con cuidado a causa de la abundante neblina que cubre a la ciudad y las calles resbaladizas por la tormenta que está inundando Detroit.
Al llegar me doy una ducha de veinte minutos, sacando las señales de haber dormido asquerosamente horrible, aunque las ojeras y la cara de cansancio no me la quita nadie. Me visto con lo primero que veo en el clóset y me pongo encima un chaleco crema con blanco que me queda algo grande, pero me protegerá de la lluvia por la capucha que tiene; nunca me gustó usar paraguas.
Antes de salir de la casa, me preparo un poco de té con un sándwich de queso derretido. Ya las tripas no me rugen, porque disfrutan el cálido líquido del té y del queso caliente. Cuando estoy a punto de salir de casa, el celular empieza a vibrar en mi bolsillo. Los nervios me consumen y todo lo que acabo de comer empieza a revolverse en mi estómago.
Oh mierda.
-¿Aló? -digo con la voz más segura y tranquila que puedo fingir. Me muerdo la uña del dedo índice mientras espero que su voz llene mis oídos.
-Martina... -mi nombre enredado en sus labios es la cosa más hermosa que he oído. Puedo sentir su respiración entrecortada contra el parlante del teléfono y sé que está molesto y a la vez muy preocupado. Me frustra conocerlo tanto.
-Diego, hola. Perdón por no contestarte ayer, pero cuando yo te llamé tampoco contestaste -musito temblorosa. Él suspira pesadamente y estoy segura que está frunciendo el entrecejo.
-Estaba ocupado. -me dice, cortante y muy molesto. Su tono de voz es tan frío y sin afecto que es como si me estuvieran enterrando algo en el pecho. Respiro ahogadamente.
-Bueno, lo siento -titubeo-. Perdón por molestarte. Sí estabas preocupado, bueno, gracias por tu atención. Ahora tengo que irme, adiós Diego.
-¡Marti- -mi nombre no se alcanza a escuchar completo porque mi dedo presiona con tanta fuerza el botón rojo hasta el límite de que el dedo me duela por la fuerza que estoy ejerciendo al pobre botón. Aprieto los dientes y la mandíbula me duele.
De nuevo el teléfono empieza a sonar, cinco, diez veces más y yo no contesto. El nombre de Diego se repite y llena mi lista de llamadas perdidas. Hasta que se cansa y no llama en unos minutos. Pero, envía un mensaje.
"Lo siento, estaba enojado. Me molestó que hubiéramos quedado mal. Estos dos días que no hemos hablado te he extrañado mucho, créeme. Además, no pude contestarte ayer porque estaba en el velorio de una tía abuela. Me haces falta ahora. Perdóname por haberte tratado de esa forma. Te quiero".
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Abrazos Gratis |Dietini|
Fanfiction"Algunas veces no encontramos las palabras adecuadas para expresar lo que sentimos, el abrazo es la mejor manera. Hay veces, que no nos atrevemos a decir lo que sentimos, ya sea por timidez o porque los sentimientos nos abruman, en esos casos se pue...