Capitulo 41

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Me quedo con la duda flotando por mi mente, tratando de buscar una respuesta sólida y concreta, pero sólo me dan más preguntas que me llenan la cabeza de interrogaciones. Después de unos minutos, la sien me comienza a palpitar por lo que pretendo olvidar las ideas y patearlas fuera de mis neuronas.

—¿Has ido a las sesiones?

Oh. Se refiere al psicólogo. Mierda...

—No —mascullo, avergonzada. Mamá cree que el psicólogo es lo que me está haciendo bien. Y no. Simplemente es una pérdida de dinero y tiempo. Lo que me está ayudando es Diego. Sólo él. Nada más—. Ya no lo necesito. Estoy bien, mamá.

—Como quieras —suprime un suspiro y se pasa una debilucha mano por el pelo.

Converso con ella unas cuántas cosas, me pregunta sobre el instituto. Y eso me recuerda que tengo un trabajo de aritmética pendiente y unas cuantas guías de literatura para el martes. Fue espectacular haber tenido esos días libres por el cambio de clima. Ahora tendré que volver el lunes.

Voy al baño que está dentro de la habitación y me mojo la cara con agua. Tengo la cara algo pálida y los ojos hinchados por llorar, pero no puedo hacer nada con mi aparencia ahora. Me preocupa saber cuando darán de alta a mi mamá, para poder ir a casa y olvidarme de todo este lío.

Salgo de la habitación y una enfermera está cambiando las vendas del brazo de mamá. Deja la gasa usada en una bolsa y envuelve la tela en su antebrazo, esparciendo una crema transparente alrededor de la herida. Mamá se digna a cerrar los ojos con fuerza y apretar su mano contra las sábanas.

—Eh... —musita cuando la enfermera deja la alcoba. Yo me volteo hacía ella y puedo ver como una lágrima traicionera rueda por su blanca mejilla. Frunzo el ceño.

—¿Qué pasa, mamá?

Ella se queda muda por unos segundos y baja la mirada.

—Tu padre vino a visitarme en la madrugada.

Dice así, sin más. Un bulto gigante se posiciona en mi garganta impidiéndome tragar. Mi boca se seca y una gota de sudor frío se desliza por mi cuello. ¿Mi papá? ¿Qué hacía él aquí? ¿Qué quería? Las preguntas se enroscan en mi lengua y mis papilas gustativas se erizan.

—Se quedó un rato conmigo. Me pregunto sí estaba bien. Me contó que se mudó a Los Ángeles hace dos meses. Su hija ya cumplió un año. Dijo que llamaría. Quería hacerte una propuesta.

Mierda. No sé que pensar. No sé de mi padre desde ya... no lo sé, pero es mucho tiempo. Ya ni recuerdo algunas facciones de su rostro. Solamente su cabello negro desaliñado, su silueta delgada y sus potentes ojos verdes son lo escensial. Tampoco me acuerdo de su tono de voz. Ugh.

—No quiero hablar con él —respondo seca. Realmente no quiero. Una mezcla de nervios y miedo se apodera de mis entrañas, revolviendo mi estómago. Los músculos de mi torso se contraen y juego con mis manos para evitar la mirada triste de mamá.

—Sé que no quieres. Yo menos quería que él viniera aquí. Pero de todos modos es tu padre, tiene que verte después de tanto tiempo. Tiene todo el derecho de hacerlo.

Asiento con la cabeza no muy de acuerdo. Una enfermera se apoya en el marco de la puerta.

—Señorita, la hora de visitas terminó —una tierna sonrisa pasa por sus labios y miro a mi mamá. Tiene la mirada perdida y una ola de tristeza le inunda sus marcadas facciones.

Me acerco a ella y le doy un beso en su frente. Le sonrío.

—Te quiero. —le susurro al oído.

—No me dejes —dice apretando mi mano. Trago saliva—. ¿Volverás mañana?

Quiero llorar. Dios, mamá. No te dejaré sola.

—Sí. Déjame ir, mamá. Volveré temprano aquí para la hora de visitas. Sé obediente.

Ella asiente débilmente con con la cabeza y salgo de la habitación con el corazón escondido en las costillas. Miro hacía arriba y parpadeo varias veces para tragar mis lágrimas.

Y levanto la mirada. El bolso de Lodo está apoyado contra la silla, Diego está parado junto a Mercedes, Paolo está hablando por teléfono por los pasillos...

¿Mercedes?

Abrazos Gratis |Dietini|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora