El corazón rebota contra mis costillas, inflamando mis pulmones sin dejarme respirar por la contracción de mi tórax debido a mi emoción. Hasta yo misma sentía como las pupilas se me extendían, los labios se me secaban y el cabello me picaba. Con mis manos brillosas por el sudor, las piernas temblorosas, con mis pies retorciéndose en el piso.
La cuestión que me ponía más nerviosa es que Diego no me dirigía la mirada. Seguía ahí, con los ojos clavados en el frente, totalmente entregado a la carretera. ¿Cómo? Lo imito, pero echando vistazos por la ventana, observando como el paisaje cambia tan rápido por la velocidad del acelerador. Aunque veo que afuera llueve no demasiado fuerte, pero sí lo suficiente para que se formaran pequeños charcos cerca de las veredas y que la gente salga con el paraguas encima de la cabeza, yo no sentía ni un poco de frío. Al contrario, era una ola de calor que me cubría de pies a cabeza, quemándome la piel desde dentro, llenando de mariposas-lanza-llamas que me enredaban las entrañas.
Diego se estaciona afuera de mi casa. Las luces del comedor se filtran por las cortinas, entonces me imagino a mi madre preparando la mesa, mientras Cande está en los brazos de Robin. Inhalo una bocanada de aire, con un nudo en la garganta que me desintegra las palabras sílaba a sílaba.
No logro iniciar un diálogo, no pasa absolutamente nada hasta que entramos, mamá nos recibe con un sonoro beso en la mejilla y Robin con un abrazo afectuoso. Todo me da vueltas, no soy consciente de la noción del tiempo, sí me estaban preguntando algo mientras comía mi porción de pizza simplemente no lo recuerdo, ni lo escucho, ni estoy en condiciones para responder.
Me quiere. Oh, realmente me quiere.
Y esa es una sensación preciosa. Que el chico que te gusta diga que el propósito de sus días es enamorarte; ni siquiera el término "sacarte una sonrisa", o "hacer que me quieras", él me dijo, claramente, "enamorarte".
—Te ves muy bonita hoy, Martina. —escucho la voz ronca de Robin de un lugar lejano. Me digno a levantar débilmente la cabeza y darle una media sonrisa.
—Estaba buenísimo, gracias por invitarme —dice Diego, y siento como su tono de voz está acompañado de una amplia sonrisa.
No sé cómo después, me doy cuenta que estoy en mi habitación. Sentada en la cama, las manos cruzadas posadas en mi regazo y las piernas rectas, con mis talones sobre la alfombra roja que tapa el suelo de mi alcoba. Huelo el perfume de Diego, invadiendo el ambiente.
—¿Y?
Alzo la cabeza al oír su voz. Sacudo la cabeza y diviso su silueta sentada en el gran sillón que tengo al lado de mi escritorio. Está con las piernas abiertas, los codos flexionados en sus rodillas. Se pasa una mano por el pelo y yo me humedezco los labios, perdida en él, con todos los acontecimientos vividos hace unos momentos revolviéndose en mi memoria.
—¿Qué?
Diego esconde una sonrisa.
—¿Qué me dices? Pareces desorientada, Martina.
Realmente me gusta cuando pronuncia mi nombre. Me encanta. Amo como sus labios toman la forma y detallan cada letra de este. Desliza la lengua por su labio inferior y yo miro hacia abajo.
—Lo estoy —confieso.
—No deberías. —retoma él, acortando distancia.
Su mano toca la mía, enviando corrientes eléctricas que corren por mis venas, delineando mi espina dorsal con dos escalofríos consecutivos. No quiero hablar, sólo quiero besarlo y con eso me entienda, pero por mi primera vez en mucho tiempo, estoy nerviosa de tomar la iniciativa de besarlo.
—¿Qué quieres en este momento, Martina? Puede que te conozca mucho... pero eres tan imprescindible a veces que me frustra —los dedos de su mano izquierda juegan con un mechón de mi pelo— Pero me encanta descubrir una parte de ti todos los días.
Suspiro. Para mí esto es demasiado. La timidez posee cada fibra nerviosa de mi cuerpo, sellándome la boca y bloqueándome la mente. Él se levanta de su asiento, me toma en sus brazos y ambos nos tumbamos en mi cama. Estoy tiesa, y lo peor es que no puedo controlarme a mí misma, ni ser dueña de mis movimientos.
—Lo lamento sí lo dije de una manera demasiado inesperada o brusca, pero fue inevitable —murmura contra mi boca—. Esa es la manera de decirte lo que siento por ti. Enamorarte es la finalidad de mi vida, Martina.
Sus labios tatúan un breve beso en el puente de mi nariz.
—Y me duele ver que tú no me dices nada. —masculla entre dientes, estrechándome más entre sus brazos, rompiendo cada partícula de aire que me separa de su cuerpo.
—¿Qué puedo decirte? —articulo, al fin—. ¿No crees que es obvio?
Él niega con la cabeza.
—Para mí no lo es.
¿Cómo decirle que yo me había enamorado de él desde hace ya muchísimo tiempo?
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Abrazos Gratis |Dietini|
Fanfiction"Algunas veces no encontramos las palabras adecuadas para expresar lo que sentimos, el abrazo es la mejor manera. Hay veces, que no nos atrevemos a decir lo que sentimos, ya sea por timidez o porque los sentimientos nos abruman, en esos casos se pue...