Capitulo 49

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  Los días pasaban, mamá comenzó a recuperarse de su extrema delgadez (al igual que Cande y Robin) y yo entré de nuevo al colegio. No me sentía tan bien que digamos. Era raro caminar por el zaguán y darme cuenta de que ya todo ha cambiado, que ya no estaba el grupo que hacía mis días en el instituto un infierno. Que Lodo, que era la líder de las bromas en mi instancia, volvió a ser mi mejor amiga. A veces muchos pensamientos estúpidos me traspasaban por la mente y me volteaba a ratos, creyendo que en cualquier momento alguien iba a dañarme físicamente. Claro que no pasó nada.

Pienso que lo peor que sucedió en el día era que Mercedes no estaba. No podía irse de las últimas semanas del período escolar, está prohibido, ya que tenía la matrícula hecha y conozco a sus padres, no les gusta otro establecimiento de la comuna y no la cambiarían aunque el mismísimo Dios se los pidiera.

La profesora de álgebra ya no me molestaba, por lo tanto ya no visitaba con frecuencia la oficina del Señor Wright. Eso sí, lo veía muchas veces paseándose con su rechoncho traje de una cara marca por los salones, revisando que todo estuviera en orden. Se paraba en frente de la puerta y su silueta se reflejaba por debajo de esta, gracias a las luces que iluminan las aulas. Se ponía en puntitas en su calzado italiano y veía por la ventana, analizando a cada alumno. Cuando llegaba a mí, sacudía la mano en forma de saludo y una gran sonrisa de oreja a oreja pasaba por sus labios. Yo sólo me dignaba a levantarle las cejas e intentaba decirle "hola" con la mirada. Después, escuchaba como sus pisadas hacían eco por el corredor, hasta que desaparecían por las escaleras y se escabullían por la cafetería, seguro a comprarse un café cargado con esos dulces ácidos de colorido envoltorio que siempre tiene desparramados en su escritorio.

Con Diego me siento cada clase. Ya que al estar en el mismo grado, tuvimos horarios muy parecidos, sólo con la diferencia de los recesos del Jueves y del Viernes. Pero no era nada, luego me juntaba con él a almorzar y recuperábamos el tiempo desperdiciado en el que no estuvimos juntos.

Hablar con él se me hizo una droga. Quizá me puse cursi luego de todo lo que ha pasado, pero me siento vacía cuando no estoy con él. Como si él fuera una parte tan importante de mí que me duele no estar a su lado. Esto ni siquiera me pasaba con mi mamá cuando era una niña. Y no era algo que me gustara aceptar, para nada. Odiaba darme cuenta de lo que me estaba pasando día a día.

—¿Martina?

Sacudo la cabeza y mi vista borrosa se evapora de golpe. Abro los ojos en forma de decir "¿Qué?". Lodo se ríe. El calor inunda mis mejillas.

—¿Qué? —le digo.

—Me asusta lo rara que estás. Tanto tiempo con Diego te está haciendo mal.

No exactamente, según yo. Diego me ha hecho muy bien, en todos los sentidos. Mi cabeza maquina algunos recuerdos... como cuando ese fin de semana que fuimos al cine y que los dólares que gasté no valieron la pena, porque no estaba pendiente de la película. Mis ojos se posaban en su rostro concentrado en las imágenes reflectadas en la pantalla gigante, en cómo sus pupilas estaban más pequeñas por el exceso de luz y la miel que bañaba su iris se hacía más grande al pasar de los minutos. Como humedecía sus labios y se pasaba una mano por el cabello. En cómo su brazo estaba a mi alrededor, acariciándome la cintura. Para mí, eso era el paraíso. No me cansaba de mirarlo. Me sabía sus facciones de memoria. Me encanta que...

—Martina me voy a enojar contigo, odio que me ignores. Sácate a Dominguez de la cabeza un segundo y préstale atención a tu mejor amiga —me dice en un tono enojado y burlón, mientras me pasa una mano por los ojos.

—Es que... —balbuceo unas palabras torpes para contradecirla, pero sólo logro que me interrumpa.

—Sí, sé que estás enamorada pero no quiero que lo demuestres cuando estés cerca de mí.

¿Enamorada? ¿En serio? Pero...

—¡Eh, bonita!

Y veo todo en cámara lenta. Sus brazos pasan con brusquedad por mis hombros, sus boca se clava en mi cuello y muerde, lo que me hace ahogar un chillido mezclado por la sorpresa y los nervios. Cae encima de mí y apoya su peso en los codos. Planta un beso en mi frente y puedo escuchar el latido de mi corazón bombeando en mi pecho con fuerza. Rubor se enciende en mis mejillas. Mi piel se eriza. Las mariposas reaparecen en cada fibra dormida de mi cuerpo.

Lodo dice que esos son los síntomas de estar enamorada.

¡Oops!  

Abrazos Gratis |Dietini|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora