Capitulo 26

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Su cara se deforma en una mueca triste.

Dejo de arrugar el entrecejo al darme cuenta que millones de lágrimas adornan sus blancas mejillas. Está llorando, en silencio. La miro y no lo puedo creer. Cuando era amiga de Mechi nunca en mi vida la ví llorar. Sus ojos verdes brillantes formaban más y más llanto que rodaba por sus maquillados pómulos, cayendo por su cuello y empapando la primera parte de su abrigo azul.

-Nunca entenderás, Martina. Tampoco te darás cuenta. Pero el día que lo hagas, estarás arrepentida de haberme tratado como lo hiciste -dice con la voz quebrada y limpiando el resto de agua que quedaba en su rostro. Se levanta y se acomoda su cartera al hombro, comenzando a caminar rápidamente hacía las puertas de salida.

¿Qué nunca entenderé? ¿Qué nunca me daré cuenta? ¿Por qué me arrepentiré? Tengo que admitir que si me dio lástima verla llorar. Y no estábamos en la mejor situación, que digamos. Quizás si la traté demasiado mal y no lo tuve que haber hecho. Pero ya lo dije, cuando estoy en este estado no pienso bien y no controlo mis palabras. Simplemente mi boca dice todas las cosas que calló en algún momento donde más quiso hablar. Yo no puedo tomar el poder de eso. La debilidad se me acumula toda cuando lloro. Y ahora, sencillamente, estoy destruida en todos los sentidos existentes.

Me dirigo al baño y me lavo la cara. Tengo los ojos hinchados y agradezco no haberme maquillado los ojos, porque sino estaría con todas las mejillas ennegresidas y el rímel corrido por todas partes. Escondo mis manos en las mangas del chaleco y salgo. Lodo está sentada, junto a Diego y ambos están hablando. Están algo serios, pero puedo notar que Diego está metido en la conversación por la manera que sus ojos están fijamente puestos en Lodo, tomando toda la atención posible y asiente con la cabeza unas reiteradas veces. Cuando Diego accidentalmente posa su mirada en mí, Lodo deja de hablar, se voltea y me guiña el ojo.

No entiendo.

Diego se acerca a mí y me acurruca en sus brazos. Yo escondo mi cabeza en su pecho y él se apoya en mi cabello, dando pequeños roces que me provocan escalofríos. ¿Dónde habrá estado cuando estuve con Mercedes? El corredor parecía totalmente vacío cuando hablé con ella. O tal vez sólo era mi imaginación. Estaba tan centrada en el tema de mi madre que ni sabía en donde estaba. Cambiando de tema, Diego huele siempre tan bien. Su perfume es cítrico y muy suave, pero es pasador, porque una vez cuando estuve toda una tarde con Diego, llegué a casa y Lodo me dijo que olía a hombre. Sonrío ante el recuerdo.

-¿Estás bien, ahora? -me pregunta con suavidad. Yo levanto la mirada. Me encanta que sea mucho más alto que yo. Me pasa como por una cabeza.

-Siempre cuando me das abrazos estoy bien, Diego-le respondo. Él sonríe de oreja a oreja y eso hace que mis mejillas se tiñan de rubor. Me acaricia la mejilla y aquel tacto envía temblores a mi espina dorsal.

-¿Por qué Mechi se fue llorando?

Esa pregunta me hace meditar unos segundos. No me gustaría admitir que se fue «porque yo la traté como la mierda» o algo como «le dije que me quitó a la persona más importante para mí: tú, y que por eso le bajé el autoestima al 100%». Diego se enojaría conmigo. Y lo que menos quiero es eso. No quiero más problemas.

-Tuvimos una fuerte discusión. Sólo eso.

Diego asiente con la cabeza, no muy convencido. Me presiona más contra él y me da una angustia tremenda. ¿Qué haré ahora? Seguramente papá sabrá la noticia tarde o temprano y me hará irme con él. Dejaré de ir al instituto, dejaré a Lodo, dejaré de ir a las juntas, no veré a Cande, ni a mi padrastro, a David, Lorena, Mari... y a Diego. No quiero irme de aquí. Seguramente sufriré más en este ambiente tan pesado, pero quiero estar aquí. Sólo dos cosas me mantienen de pie: Diego y Lodo. Sólo ellos.

-Tini, quiero hablar contigo. ¿Podríamos ir al baño? -musita. Yo lo miro y en sus ojos ese típico brillo que tiene, aumenta en tamaño y es como sí todo su iris cobrara vida y empezara a danzar. Sacudo la cabeza y asiento.

Él me toma de la mano y me dirige al baño. Gracias a Dios está desierto. Abre el grifo y toma un poco de agua. Sus labios quedan tan apetecibles que tengo que mirar hacía el suelo porque me sonrojé otra vez.

-Iré al grano. -toma una gran cantidad de aire y suelta-: Quiero saber que somos nosotros.

Eso me deja en blanco. Puedo ver como su ojos están dilatados y se están tomando un color más oscuro. Está ansioso y no quiere esperar. Quiere una respuesta concreta, ahora. Sólo que... yo no la tengo.

-¿Amigos? -digo recuperando el aliento. Él suelta una risa adorable y se pasa una mano por el pelo. Yo quiero hacer eso.

-¿Eso crees?

-Bueno... sí -respondo. Estoy jugando nerviosamente con mis manos, no quiero mirarlo-. ¿Por qué lo preguntas?

Se queda en silencio un momento. Es incómodo, mucho. Pero puedo ver que está nervioso al igual que yo, por la forma que retiene el peso de su cuerpo en un pie, y luego con el otro varias veces seguidas. Esbozo una sonrisa al darme cuenta a que punto quiere llegar.

-Las cosas se me cambiaron de lugar el día que casi, nos... besamos.

Oh. «Claro que cambiaron las cosas de lugar, Diego. ¿No crees que es algo lógico?» -me digo a mí misma en forma irónica. Se ha acercado unos centímetros donde estoy yo. Y cada vez más va acortando la distancia.

Estoy segura que Diego se bebió algo antes de venir aquí. Ha estado tan cariñoso. No sé si está bromeando. Pero tampoco puede ser mentira, porque me llevo a los baños a hablar de lo que somos exactamente. ¡Pues nadie sabe que somos, Diego!

-No lo sé -mascullo. No puedo confesarle mis sentimientos. No es que no quiera, es que soy una cobarde. Sé que él no siente lo mismo por mí y está tratando de hacer esto para poder solucionar las cosas y volver a lo que somos antes, porque por mi culpa casi pasamos a la otra fase. Y de todos modos, aunque el deseo más fuerte que tengo es estar con él...

No estoy preparada para eso

Abrazos Gratis |Dietini|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora