Capitulo 53

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  —Adiós, mamá.

—Adiós, mándale mis saludos a Lodovica.

El cielo de Detroit está cubierto de nubes fúnebres anunciando que el invierno no piensa irse. El viento me ondea el cabello y agradezco haber salido con un gorro de lana de la casa para tapar mis orejas demasiado vulnerables al frío. Tengo las manos blancas y entumecidas, los dientes castañeando al compás de mis pasos lentos, pero decididos para tomar el autobús. Hoy cubrí mis pies con doble calcetín. El jersey, el sweater delgado azulado y la chaqueta de cuero no me salvan del todo. Mis piernas tapadas con el jeans algo roto en las rodillas me pone los pelos de punta y me da escalofríos en la nuca. Menos mal que la casa de Lodo no queda tan lejos de la mía, son sólo diez minutos.

Las hojas corren por el cemento de la calle mientras espero en el paradero. Los árboles están sin ninguna prenda, las ramas totalmente desnudas. No se ve rastro de un pájaro en el cielo, ni tampoco demasiado ruido automovilístico. Giro la cabeza, viendo a lo lejos dos perros persiguiéndose entre ellos, un grupo de niños jugando entre los columpios y un trío de ancianas balancean sus paraguas con despreocupación, tomando el camino a la panadería de la esquina. El sonido de unas ruedas frenar me hacen voltear. Me subo al autobús, saludo con un «buenas tardes» al conductor que me responde con una somnolienta sonrisa y tomo asiento, con mis pensamientos mezclándose en la atmósfera de los desconocidos que comparten conmigo estos diez minutos de un breve recorrido.

—Es simple, está enamorado de ti. No entiendo de qué te preocupas. Ni de qué estás esperando. Él te ama, tú lo amas. No sé si son retrasados o demasiado cursis para expresar lo que sienten.

Las palabras de Lodo me retumban en las neuronas como un eco infinito.

—Pero...

—No, nada de peros. Quiero que vayas con él en este mismo instante, le digas «hola, Diego, ¿qué tal?» y le comas la boca de un beso. Es fácil y efectivo.

—Me gustaría acabarme mi té —musito señalando mi taza a medias. Ella se encoge de hombros y se toma en un moño alto su cabello—. Además, hoy iremos a una junta. Me lo ha prometido.

—No me digas, ¡yo quiero ir! —exclama con los ojos abiertos de par en par.

—No quiero que arruines el momento.

No se ofende porque mi frase gotea de ironía. Bebo el último sorbo, dejando la taza vacía. Tomo mi chaqueta y me la coloco antes de llegar a la puerta de salida.

—Por favor, deja de una vez el orgullo o la timidez de lado y hazlo ya. Diego es inteligente, atento, amoroso, sarcástico. ¡Hasta tiene sixpack! —suelto una risa incómoda por su inapropiado comentario—. Dale, eso. Te quiero. —Gira sobre sus talones y espero hasta que cierra la puerta entretanto grita «¡Bigotes no hagas eso!».

Sonrío con la imagen del pobre gato siendo regañado por mi mejor amiga. Bajo la pequeña escalera y me enfrento a los escasos 2° grados que me calan los huesos. Camino las cuatro cuadras que me quedan para llegar al Café que siempre visitamos, ya que está cerca del instituto. Cuando entro, se escucha el tintineo de las tres diminutas campanas que cuelgan de la puerta. Hoy hay más gente que otros días.

—Hola, Peter —saludo al amigable camarero, que ya se me hace costumbre verlo casi todas las tardes después de clases—. ¿Todo bien?

—Sí, Tini. Aunque algo más cansador de lo normal, hay más órdenes que atender —rueda los ojos y me río por el gesto—. ¿Lo mismo de siempre? ¿Esperas a Diego?

Siento mis mejillas arder.

—Oh, sí. Está por llegar. Apártele un muffin de arándanos y a mí sólo un vaso de agua. Acabo de tomar té donde Lodovica.

—Ya regreso.

Me acomodo en mi silla, buscando la posición perfecta. Dejo mis piernas cruzadas bajo la mesa circular y me entretengo con la azúcar y un par de servilletas que hay en cada puesto de la cafetería. El fuerte aroma a café y a chocolate caliente se apodera de mis fosas nasales. Una ráfaga de viento me saca un escalofrío que me eriza la piel. Escondo mis manos en los bolsillos de la chaqueta, frotándolas buscando algo de calor. La silla delante de mí se desliza y emita un suave rechinido. Huelo el perfume Dolce & Gabbana y una sonrisa tira de mis labios.

—Hola.

Levanto la cabeza y me encuentro con sus ojos mieles, brillantes y llenos de expresiones extrañas para mí. Su boca se presiona contra mi frente, tatuándome un dulce beso que suelta mariposas hacia mi estómago.

—Traje esto.

Se da vuelta y abre la mochila. Saca una cartulina algo arrugada y se ve antigua. Empieza a abrir los pliegues uno por uno y una ola de emoción me recorre el cuerpo. Me muerdo el labio cuando me lo muestra.

"Abrazos Gratis".

—¿Quieres ser voluntaria?

Salto de mi asiento hacia sus brazos. Mi rostro queda apoyado en su hombro y cierro los ojos al roce de sus manos pasando por mi cabello. Oh, Diego.

Me separo al ver a Peter acercándose a nosotros. Vuelvo a mi silla y me enderezo.

—Te he apartado un muffin de arándanos —digo cuando Peter coloca el plato frente a él. Me sonríe y agradece a Peter con un movimiento de cabeza.

—Gracias. Tenía hambre.

Las palabras de Lodo me llegan como un fugaz flashback. ¿Debería? Pero no es el momento indicado. No creo que sea normal confesar tus sentimientos dentro de una cafetería.

Me tomo de golpe el agua. Estoy ansiosa. Las manos me sudan. Afuera los relámpagos encienden el cielo nocturno. Diego deja unos cuantos dólares encima de la mesa y me toma del brazo, dejando el cartel dentro de su mochila. Salimos de la cafetería y empiezo a temblar de frío al instante.

—¿Puedo intentar algo? —le pregunto sin mirarlo.

—Bueno...

Me detengo en el medio de la calle. Nos ponemos frente a frente y yo tengo que mirar hacia arriba. ¿Habrá crecido algunos centímetros más? —no debería estar pensando en eso—. Mis pies se colocan en puntillas y envuelvo mis brazos en sus hombros. Él me imita, pero lo hace en la cintura. Mi mejilla patina por su cara, hasta que nuestras narices se rozan. Lo miro a los ojos, que raramente no están sorprendidos.

«Deja de una vez el orgullo o la timidez de lado y hazlo ya».  

Abrazos Gratis |Dietini|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora