Capitulo 30

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El impacto que tiene el relámpago que acaba de envolver al cielo y hacer resplandecer los pasillos de la clínica provoca que me sobresalte y me despierte. Gracias a Dios no pegué un chillido. Parpadeo un par de veces, acostumbrándome a la luz de las lámparas que alumbran con intesidad los corredores. Siento algo pesado encima de mi cabeza y unos dedos apretando suavemente mi mano izquierda.

Levanto la mirada y me encuentro con su rostro adormecido. Sereno, sin ninguna imperfección, algo digno de admirar. Sus labios algo entreabiertos, exhalando pequeñas cantidades de aire. Su cabello revuelto, pero aún así sigue sedoso y desordenado como siempre. Acaricio con mi pulgar los nudillos de su mano y puedo ver como se estremece. Escondo una sonrisa y le acomodo algunos mechones de pelo que descansan sobre su frente.

¿Debería despertarlo? Fijo mi vista en el reloj y son ya las una y media de la tarde. Mis tripas gritan por comida y necesito urgentemente darme una ducha. Con delicadeza, poso mis dedos en su frente y las deslizo por sus mejillas, sintiendo sus pómulos marcados, luego por su mandíbula, el mentón y delinio su nariz. La arruga de una forma demasiado tierna para soportar, a lo que respondo sonríendo como inútil. Lentamente, sus ojos se abren, dejando ver aquellos tonos de miel y avellana bañándose en su iris. Me regala una sonrisa somnolienta, para después bostezar y frotarse los ojos. Se pasa una mano por el pelo y me mira.

-¿Dormiste bien? -le pregunto. Él se estira y me dan escalofríos al escuchar crujir las vértebras de su espalda. Suelta una carcajda.

-Sí, dormí muy bien. A mi espalda no le gustó mucho el asiento -yo río-. Pero me encantó tenerte durmiendo conmigo.

Le pone enfásis a la palabra "durmiendo" y me ruborizo. Por sus labios pasa una sonrisa. Me siento como indio sobre la silla, mirando mis manos. Diego me toma del mentón y deja un rastro de besos en mi frente. Me río con los nervios a flor de piel pero lo disimulo mirando hacía abajo mientras me hago una cola de caballo.

-¡Eh, tortolitos! Cambio de turno -dice la voz de Lodo. Me volteo sorprendida. No me había dado cuenta que había llegado justo al frente de nosotros. ¿Pero cómo? No escuché ningún sonido de tacón chocando contra la baldosa. Me fijo en sus pies y me doy cuenta que sólo lleva unas zapatillas blancas , un jean que debe ser mío por lo rasgado que está en la parte donde se ubican las rodillas, una remera blanca y un chaleco rosa pálido con una bufanda abrigándole el cuello. Suelto un bufido al despegar mi trasero del asiento que tuve adherido por ocho horas-. ¡Diego ! Te dejo mi auto, podrías ir a tu casa y no sé, le prestas el baño a Tini o yo que sé -agrega entretanto le lanza con suavidad las llaves del Jeep y Diego las agarra con facilidad.

-¿Quieres pasar a la casa de Lodovica a buscar ropa y te presto mi baño? -me pregunta cuando empezamos a caminar hacía las puertas de salida. Yo asiento con la cabeza y no cruzamos palabra en todo el trayecto.

Cuando llegamos a la casa de Lodo, saco rápidamente unos jeans negros, calcetines, ropa interior, una remera gris y un jersey oscuro. Bajo las escaleras, saco un paquete de gomitas que nos gustan a Lodo y a mí del refrigerador y cierro la puerta con llave antes de subir al coche. Le convido algunas gomitas a Diego menos las de color verde que son mis favoritas.

Al llegar al condominio de Diego, hace ya bastante que no veía al guardia. Claramente no ha cambiado nada, sigue con su rostro alegre y arrugado, con un poco de bigote y con su taza de café apoyada en la mesita que tiene al lado. Nos quedamos conversando un poco antes de que entramos al condominio. Cuando entro a la casa, Lorena está coloreando un dibujo de una princesa y David ve la televisión mientras Mari habla por teléfono.

En el momento que me ve, me sonríe y abre los ojos sorprendida, y da unas palabras rápidas con la persona del otro lado de la línea y corta. Me abraza y me dice de que cómo estoy y cómo está mi madre. Me estaba olvidando un poco del tema, entonces al pensar en el tema me pongo un poco triste. Mari se da cuenta y me vuelve a envolver en sus brazos. Intento ser fuerte y tragarme las lágrimas. Le cuento que está en un estado de coma pero que... tengo alguna que otra esperanza en que estará bien. Ella asiente y decide cambiar de tema. Saludo a Lorena y a David que me abrazan y me dan besos en la mejilla.

-Ya sabes donde está el baño, ve tu primero -me dice. Yo asiento y susurro un inaudible "gracias". Subo las escaleras y tomo una ducha alrededor de diez minutos. Dejo mi pelo húmedo suelto empapándome la espalda mientras me visto en el baño. Al salir, Diego está en su habitación buscando algo.

-Ya terminé. Gracias por prestarme el baño -murmuro. Él me sonríe y me dice que no hay problema. Saca dos toallas de un armario y lo espero unos quince minutos, donde sale con unos jeans, supras blancas, una sudadera negra y encima un jersey. Está tan sencillo y pareciera el hombre más hermoso del mundo. Evito morderme el labio y miro hacía otro lado.

Esta vez, quiero tomar la iniciativa. Por lo que mientras está de espaldas intentando introducir el cargador de su celular al interruptor, lo abrazó por detrás. Suelto una risa cuando me levanta en su espalda y da unas vueltas. Grito por la velocidad, con miedo a caer y las cosquillas que estoy sintiendo en mi estómago. Diego para y comienza a reírse por mi cara de susto y yo me sonrojo y le pego con la almohada.

-¡Auch! -se queja. Yo vuelvo a pegarle y me parto a carcajadas-. ¡Tini, deja de hacer eso! -y nuevamente comienza a reírse.

Terminamos jugando a una pelea de almohadas, dejando un desastre en la pieza de Diego. Me amenaza diciendo que yo recojeré todo lo que boté, pero yo le saco la lengua y él se acerca a mí para pegarme de nuevo con la almohada, pero en un mal movimiento yo caigo en la cama y Diego cae encima de mí. Se me vienen a la cabeza recuerdos de ese día tan vergonzoso cuando yo caí encima de él.

-Ya no puedes escapar. -susurra, porque está demasiado cerca para poder hablar en un tono normal. Nuestras narices se rozan y puedo sentir su respiración como si estuviéramos en el mismo cuerpo. Mi corazón empieza a palpitar más rápido y rezo con que ojalá no sea demasiado obvio que estoy apunto de derretirme.

Pero no me aguanto. Algo me dice que debo seguir jugando con lo de las almohadas, y le hago caso a mi conciencia. La almohada que está agarrada a mis manos que están detrás de la espalda de Diego está a centímetros de estamparse a su cabeza. Diego se da cuenta y me sonríe burlón. Me levanto un poco para poder dar el golpe, pero me doy cuenta que ya no hay ninguna partícula de aire que nos separe.

Especialmente en la parte de los labios.

Abrazos Gratis |Dietini|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora