Capitulo 3

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Siento como el grifo de un lavamanos se abre y pequeños residuos de agua caen sobre mi cara. Estoy sentada sobre sus piernas. Todavía puedo sentir el dolor recorriendo mi brazo y la pelota estrellándose contra mi espalda.

Quiero llorar. Las lágrimas pican mis ojos y todo el cuerpo me arde, haciendo contacto contra mi ropa húmeda. Mis piernas no responden y a la vez tiemblan. Estoy tiritando. No sé si es de miedo o de frío, tal vez una mezcla de los dos.

Agradezco que este "castigo" que tuve de parte de las porristas, sinceramente fuera el más suave. Los demás que obtuve a principios de año no los quiero recordar. Han bajado la intensidad al pasar de los meses y eso lo agradezco.

Sus manos me limpian la cara y sacuden un poco mi cabello, eso provoca que todo el piso del baño quede empapado. Escucho como sus zapatillas rechinan contra la cerámica. Me toma nuevamente y la palabra "gracias" queda atascada en mi boca. Aún mi cerebro no responde a mis intenciones. Estoy débil. La piel se me eriza al sentir el contacto de un colchón debajo de mí: estoy en la enfermería. Sus zapatillas dejan de rechinar. Ahora escucho unos tacones acercándose a mí y la puerta se cierra. Ya no siento el jersey envolviéndome el torso, ni la remera. Un aire cálido se apodera de mi cuerpo y es la sensación más exquisita y aliviadora que no había sentido en mucho tiempo. La enfermera me viste con prendas nuevas y un chaleco bastante abrigador. Mi cabello ya no está tan húmedo como antes y no tengo dolor de cabeza. Estoy bien.

Abro los ojos lentamente esperando encontrarme con el rostro de él. Pero sólo veo los ojos azules de la enfermera mirándome. Al darse cuenta que estoy despierta, me sonríe.

-Querida, ya estás bien. Gracias a Dios no tienes fiebre ni nada por el estilo. No pude hacer nada con el moretón de tu brazo. Aquí está tu ropa, la sequé. Sí tienes alguna molestia no dudes en venir acá.

Asiento con la cabeza y le doy las gracias. Está no era la primera vez que iba a la enfermería y tampoco creo que sea la última.

Bajo un poco la manga del chaleco crema que tengo puesto y quedo horrorizada al ver el gran hematoma que cubre de un color púrpura el espacio de mi hombro. Subo de inmediato la manga y camino rápidamente por el pasillo. Son las dos con quince de la tarde. Espero que el timbre suene y que pueda tomar mis cosas e irme. Mis deseos son cumplidos y el molesto sonido de la campana resuena en todo el establecimiento. Corro por las escaleras e ignoro las miradas clavadas en mi espalda. Entro al aula y el puesto de Mechi está vacío. Tomo mi mochila y camino lentamente por los pasillos ya desiertos del colegio. Abro mi casillero y dejo la ropa dentro de éste. Seguramente la necesitaré en estos días.

Cierro la puerta del casillero y me sobresalto al ver una persona detrás. Mi mandíbula está punto de tocar el suelo. Por su rostro pasa una sonrisa que me deja aturdida. Me tapo la boca, sorprendida. Siento como sus brazos pasan por mi cintura y me atraen hacía él. Ahogo un chillido por el roce de su mano contra mi hombro. Cierro los ojos con fuerza y escondo mi cabeza en su cuello. Sus labios tocan mi mejilla y depositan un beso sobre ella.

-¿Ahora me crees cuando te dije que en ningún momento te iba a dejar sola?

Su voz es música para mis oídos y mis brazos se pegan más a su torso. Me estrecha aún más fuerte y simplemente... es mi mejor remedio. Se me quitan los malestares y no siento ningún peso agotador en mi pecho.

-Mírame.

Levanto la mirada para encontrarme con sus hermosos ojos mieles. Su pulgar me acaricia la mejilla y un escalofrío recorre mi columna vertebral.

-Mientras yo esté aquí, nunca, te voy a dejar sola -susurra. Lágrimas amenazan con salir de mis ojos, pero pestañeo varias veces tratando de evitarlo. Asiento con la cabeza y empiezo a sollozar, ya no puedo aguantar que una persona sea tan buena conmigo. Diego me toma de la cintura y me abraza otra vez. Apoyo mi cara en su hombro y suelto las pocas lágrimas de alegría que se habían formado en mis ojos. De nuevo sus labios depositan un beso lento en mi pómulo. Sus manos frotan mi espalda y me quitan todo el frío que tengo.

-Prométemelo -murmuro en su oído.

Noto como está sonriendo. Se separa de mí para verme a los ojos y quedo hipnotizada dentro de su avellana mirada. Acerca su boca a mi rostro y me pongo nerviosa, las piernas me flaquean.

-Lo prometo.

Aprieta mi mano y presiona su boca contra mi frente. Vuelvo a lanzarme a sus brazos y deseo quedarme así todo el día.

Abrazos Gratis |Dietini|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora