Pasan los minutos, el cielo se torna más oscuro y el frío se filtra por la cortina. El silencio reina entre las habitaciones, los pasillos desiertos y los suaves suspiros que no alcanzan a ser escuchados por mis oídos. Con la cabeza en el pecho de Diego, no puedo quedarme dormida, con mi mente en blanco y la vista quieta.
—¿Tienes sueño? —murmura sobre mis labios, acariciando mi boca con las palabras.
—Algo —le respondo, ruborizada.
—Yo no. —musita, y enreda una pierna entre las mías. Los escalofríos viajan por mi espalda y tengo las manos sudorosas—. Me distrae tenerte aquí a mi lado.
Sí quiso que le tomara doble sentido a esa oración, le di en el gusto. Hipnotizada por sus ojos oscuros, lentamente mi cuerpo descansa sobre el suyo. Su piel quema la mía y unas corrientes eléctricas pasan entremedio de la fina línea que nos separa. Me humedezco los labios y enredo mis dedos por el cabello de Diego.
—Necesito un estímulo —susurro.
La sonrisa que tira de sus labios se ensancha.
Entonces se endereza débilmente en la cama y nuestras bocas se encuentran. Quedo con mis piernas separadas, cada rodilla enterrada a los lados del colchón. Las manos de Diego delinean mis muslos, caderas, pasando por mi cintura y dar un leve apretón en mi trasero. Doy un respingo y sonríe. Traza un camino de rápidos besos por mi cuello, llegando a mis clavículas, enterrando los dientes en mi hombro izquierdo. Él jadea cuando vuelvo a besarlo, mordiendo su labio inferior.
Paso mis índices por su espalda, tocando sus tonificados músculos, acariciando cada fibra de su espalda. Me encuentro con la cicatriz de un corte profundo cerca de su columna y un sollozo queda atrapado en mi garganta.
—No te preocupes de eso —dice y entrelaza sus dedos con los míos. Apoyo mi cabeza en su hombro, algo vulnerable a lo que acaba de pasar. Prefiero no verle la espalda ni asociarme demasiado a las secuelas de su pasado—. Estoy bien ahora, Martina.
—Pero...
—No quiero hablar de esto ahora.
—Lo siento. —bajo mi cabeza.
Él levanta mi mentón y sonríe.
—¿En qué estábamos?
Enarco una ceja.
—Diego...
Me interrumpe besándome otra vez, ahora muchísimo más apasionado, dejándome sin aliento. Él me toma de la nuca, y sus manos patinan por mi espina dorsal, hasta el broche de mi sujetador. Se detiene y me mira fijamente a los ojos, cómo pidiendo permiso. Asiento con la cabeza y trago saliva, nerviosa. Su pulgar empuja la hebilla y mi sostén queda suelto, estorbando en mi pecho.
Vuelve a levantar la mirada hacia mí, para asegurarse de estar haciendo lo correcto. Mientras sus ojos perforan los míos, la prenda emite un sonido sordo al caer sobre la alfombra. Su rostro desciende, y puedo notar como se estremece debajo de mí. Mis mejillas se tiñen en los infinitos tonos de rojo que pueden existir.
En un movimiento rápido, él queda arriba mío. Me besa en la boca, el cuello y se queda en el sendero de mis pechos. Sus pupilas están dilatadas y extremadamente oscuras, lo que me obliga a romper contacto visual.
—No deberías estar avergonzada —masculla con voz ronca—. Eres la mujer más hermosa que he conocido.
Sus palabras hacen eco en mi mente, revotando en cada partícula de mi cabeza. Deposita un beso en cada uno de ellos, y un gemido brota de mi boca. Acaricia mi cintura, toca los huesos de mis costillas y palpa mi estómago con sus labios. Elevo mis caderas cuando sus dedos tocan mis bragas. Diego se muerde el labio.
Ver a Diego morderse el labio...
Cierro los ojos ante el pensamiento y dejo que sienta, que recorra y conozca cada centímetro de mi anatomía. No experimento pudor, vergüenza, nada. ¿Estoy segura de aceptar lo que pasará? Porque pasará. Ahora sí que pasará. Y quiero hacerlo.
Se tiende a mi lado y me coloco de costado. Toco su torso, hasta el elástico de sus bóxers. Lo miro y un ligero brillo inunda sus ojos. Nos besamos, nuestras lenguas rozan y se retuercen, entretanto las sábanas color crema cubren lo mínimo de nuestros cuerpos. Rápidamente, el último rastro de ropa que quedaba en él está junto al montón de ropa esparcida por el suelo. Me imita y me saca las bragas.
Esta es la primera vez que estoy con un hombre en este estado, mostrándome en cuerpo y alma, desnuda frente a sus ojos. Lo observo, en su gloria y majestad. No lo siento algo completamente extraño, pero sí como algo nuevo. Nuestras narices se restriegan y me planta un beso.
—¿Estás...?
—Sí —respondo.
Se coloca encima de mí, mi cuerpo ya acostumbrado al suyo, contorneando de memoria cada parte de él. Los labios de Diego atacan mi boca y mis piernas se abren al instante, a lo que él se posiciona en mi entrada. Sus brazos pasan detrás de mí, levantándome un poco del colchón.
Y en cuestión de segundos, somos sólo uno. Rompiendo la barrera de mi virginidad, me caigo en pedazos. Intento no gritar y asfixiar mis gemidos en el pecho de Diego, recordándome a cada momento que todos están durmiendo y que el ruido no revota en las paredes. Penetra en mí reiteradas veces, saliendo de mí muy lento y luego enterrándose en mi interior, alterando todos mis sentidos y dejándome perpleja. Mi mente está desconectada, los nervios de mi cuerpo a su límite, el placer saturando cada fragmento de mí.
El clímax visita cada pliegue, desplomándonos en un orgasmo intenso. Me derrumbo agotada en la cama, con Diego encima de mí y con la respiración irregular.
—Qué gran estímulo —bromeo entre jadeos, a lo que Diego suelta una carcajada.
Antes de que pudiera soltar todo lo que quería decir, el cansancio que cargan mis huesos me ganan, a lo que me introduzco en un sueño profundo, con la figura de Diego tatuada en mi piel, con mi organismo sufriendo una metamorfosis que me está transformando en mujer.
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Abrazos Gratis |Dietini|
Fanfiction"Algunas veces no encontramos las palabras adecuadas para expresar lo que sentimos, el abrazo es la mejor manera. Hay veces, que no nos atrevemos a decir lo que sentimos, ya sea por timidez o porque los sentimientos nos abruman, en esos casos se pue...