Capitulo 46

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—Tini...

Mi oído interno se despierta y empieza a funcionar, enviando pequeñas sondas a mi cerebro para entender la información. Siento mi cuerpo pesado, como sí estuviera aferrado a algo y no puedo mover ningún músculo.

—Tini, ¡Martina!

¿Qué? Intento abrir los ojos pero mis párpados pesan muchísimo como para poder hacerlo. Mi retina da vueltas y vueltas por mi cuenca esperando ser abierta y acostumbrarse a la luz del día, pero el cansancio y la flojera no es una buena mezcla sí quieren levantarme.

—¡Martina!, por favor, ya despierta.

Y de golpe, mis iris son liberados de la capa de piel que sostiene mis pestañas. En mis pupilas se refleja una Lodo ya bañada, maquillada y vestida con sus típicos pantalones ajustados, tacones y un abrigo largo y elegante que combinan con los aros azul marino que cuelgan de sus orejas. Un suspiro brota de sus pálidos labios y cruza los brazos sobre su pecho, fijando sus ojos en un punto cerca de mí. Sigo su mirada y giro mi cabeza a mi izquierda. Diego está en un estado de profundo sueño, sosteniendo su cabeza en mi hombro, con sus manos situadas en mi cintura, envolviendo mi estómago. Escondo una sonrisa y vuelvo a mirar a mi mejor amiga.

—Tienes que ducharte ya —murmura y las comisuras de su boca se levantan—. Ya sabes, hoy darán de alta a tu mamá.

¡Dios! Se ve había olvidado ese importantísimo detalle. ¿Cómo pude olvidarlo? Claro, estuve con la mente tan fuera de su lugar estos últimos días que lo más especial para mí fue sacado de una patada de mi cabeza. Rápidamente, con ayuda de mis piernas, me deslizo por el colchón hacia abajo, para poder salir del agarre. Cuando estoy fuera, saco dos toallas del velador y corro al cuarto de baño.

Cuando ya la habitación está cubierta en vapor, con las baldosas húmedas y el espejo empañado, meto mi cuerpo debajo de la ducha. Un escalofrío vibra en mi espalda al sentir la exquisita agua caliente cayendo sobre mí. Froto mi cuero cabelludo con champú, enjuago y me coloco acondicionador en mi cabello. Mientras tanto, hago espuma con el jabón y escondo mi cuerpo en las pequeñas burbujas provocadas por la espuma. De ahí, elimino el acondicionador de mi pelo y el jabón de mi cuerpo.

Me visto con lo primero que encuentro en el clóset y me pongo mis converse. Paso el cepillo por mi cabello, desenredando los nudos y me paso el secador por quince minutos. Diego sigue dormido a pesar de todo el ruido que he hecho, por lo tanto aprieto suavemente su brazo y lo sacudo.

—Diego, vamos.

Parpadea varias veces seguidas, hasta que sus ojos pueden distinguir la luz. Me mira y me sonríe. Se ve hermoso hasta recién despertando, con su cabellera revuelta, su rostro apoderado de la somnolencia y sus labios algo secos.

—Me duele un poco la cabeza, Tini... —se lleva el pulgar a la sien y presiona con cuidado—. ¿Por qué estoy aquí? ¿En la casa... de Lodo?

Su mirada inundada en confusión entretanto sus pupilas se pierden por las paredes de la habitación, me hace negar con la cabeza. Me pregunto cuántos vasos de trago se habrá bebido ayer por la noche.

—Seré breve. Te emborrachaste, viniste acá, hiciste un show que seguro jamás olvidaré y era demasiado tarde para llevarte a tu casa así que dormiste conmigo, fin.

Abre la boca para hablar, con sus cejas levantadas con impresión y sus mejillas teñidas de vergüenza. Me encojo de hombros y exhalo el aire contenido en mis pulmones con exageración.

—Anda a ducharte. Te esperaré. Iremos a la clínica a buscar a mi mamá, Cande y Robin. Así que apresúrate.

Hasta a mí me sorprende mi voz poseída por el enojo. Bueno, tengo varios argumentos válidos para estarlo. Salgo de la pieza dando un portazo y voy hasta la cocina, para que mis tripas comienzen a retorcerse dentro de mis intestinos reclamando por comida.

Me lavo las manos y me hago un té verde con un pan con jamón y me siento en el sofá frente a la televisión, donde la pantalla enfoca una película de los años '70, Grease, me imagino. Me quedo ahí, entretenida moviendo la cabeza al ritmo de la canción entonada por John Travolta, hasta que siento las zapatillas de Diego bajando por las escaleras. Me enderezo al instante y me levanto para dejar la taza vacía en el lavaplatos. Pasa detrás de mí, rozando su brazo con mi espalda y pequeños temblores rebotan en cada una de mis vértebras.

Lo miro por el rabillo del ojo mientras toma un vaso de la repisa y de nuevo pasa cerca de mí, para pararse a mi lado, dándome un leve empujón para llenar el vaso con agua. El aroma a limpio que desprende su piel llega a mis fosas nasales y aspiro profundamente, embriagándome con su perfume. Sacudo la cabeza y salgo de ahí, descansando mi espalda contra la puerta de salida.

—¿Podrías decirme por qué me evitas? Me ayudaría bastante —musita y se lleva el vaso a los labios mientras sus ojos buscan los míos.

—¿No crees que es un poco obvio?

Se ríe. Se ve tan lindo cuando se ríe. Me doy una bofetada mental. No debo pensar en esas cosas cuando estoy enojada.

—No. No creo que sea una razón para estar molesta con alguien que simplemente quizo ahogar sus penas con alcohol. Fue terrible para mí no hablarte en tres días. Aunque no lo creas, te extrañé —inhala, como sí le doliera decirlo—. Me sentía vacío sin ti.

Abrazos Gratis |Dietini|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora