Capítulo diecisiete

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Era un lugar hermoso, una playa a la que nunca había llegado en mis caminatas con Alice. Se veían todas las estrellas brillando como luces en el cielo. La luna llena se reflejaba sobre el mar e iluminaba gran parte de la playa. La brisa era fría, como su piel, pero al mismo tiempo era hermosa. Todo era perfecto, él lo hacía perfecto. Con su sonrisa, con sus ojos, con sus palabras.
- ¿Te gusta? – me preguntó al ver mi rostro fascinado.
- Me encanta. Se puede sentir la paz que hay en este lugar.
- Sabía que te iba a gustar – me sonrió – ¿Vamos a caminar por la orilla?
Acepté fascinada, amaba caminar y que el mar moje mis pies. Era una sensación maravillosa que solo la sentía con muy pocas cosas que amaba hacer. Sola, obviamente. Como siempre.
Pero ahora no estaba sola. Estaba Ian conmigo. Eso me hacía sentir doblemente feliz. Estoy tan estúpidamente enamorada de ese chico... ¿En qué mujer idiota me convertí? Por Dios, había jurado nunca "enamorarme" otra vez y lo estaba haciendo (sabía que lo estaba haciendo hace mucho tiempo pero no me atrevía a aceptarlo totalmente).
- ¿En qué piensas? – me dijo Ian mientras caminábamos. Ya habíamos hecho un largo recorrido sin hablar. Yo solo miraba el cielo mezclarse con el mar en el horizonte mientras sentía que el agua fría tocaba mis pies.
- En lo hermosa que está la noche. Nunca había llegado hasta aquí y menos de noche.
- Yo siempre vengo con mi familia a pasar algún fin de semana. Muy poca gente sabe que detrás del bosque hay otra playa, La Push. Todo el mundo piensa que termina allí y después no hay nada o que quizás sigue el bosque. Nadie se atreve a venir aquí, sienten miedo por lo que pueda haber.
- La gente de aquí se conforma con poco ¿no?
- Algunos sí y algunos no – un viento frío comenzó a hacerse presente, tanto que erizó mi piel y enfrió mi cuerpo –. ¿Frío? – sonreí y asentí. No sabía que él me iba a dar su saco azul. Tenía su perfume, su varonil y embriagante perfume.
- Gracias – dije apenas pude hablar –. ¿Tú no tienes frío?
- No siento frío. Tampoco calor. Soy afortunado en eso – dijo son su sonrisa perfecta. ¿Por qué será? Sabía que había muy poca gente que tenía esa extraña… ¿enfermedad? No, no creo que eso sea una enfermedad; más bien es una bendición. No sientes calor ni frío, estás perfecto todo el año.
- Sí, ojalá pudiera tener es... – me interrumpió un ruido extraño. Fue como si un gran animal chocara contra un árbol y aullaba de dolor. La cara de Ian cambió, parecía que escuchó algo más que yo.
- Nos tenemos que ir, ahora – intenté preguntar por qué pero me llevó casi corriendo a su auto. Ya dentro de él intenté preguntar nuevamente pero su rostro parecía preocupado y enojado –. Te llevaré a tu casa, ¿sí?
- Está bien, pero ¿por qué nos fuimos así?
- Porque… – se quedó sin palabras – porque sí. Ese fue un ruido demasiado extraño y lo que menos deseo es que te pase algo.
- Gracias – dije cuando su auto se detuvo frente a mi casa.
- ¿Por qué?
- Por esta noche y por cuidarme – dije sincera. ¿Cuándo le hablé así a un hombre? Ah, claro. Esa vez que me lastimaron.
- No me tienes que agradecer. Fue maravillosa.
- Gracias por traerme entonces – reí.
- De nada. ¿Nos vemos en la escuela?
- Nos vemos en la escuela – afirmé. Sonreí y entré a mi casa, grité en silencio por la felicidad que sentía. Idiota felicidad.

Al día siguiente, como era sábado no había mucho que hacer. Además se aproximaba una terrible tormenta eléctrica. ¿Qué podía hacer en este pequeño pueblo un sábado con una tormenta por venir? Biblioteca, casa, siesta, tareas, juegos online. En eso se basaba mí tarde. Ya en la noche cenaría con Alice y miraríamos una película, si es que la tormenta no le impedía llegar a casa.
Finalmente, la tormenta comenzó media hora después del almuerzo. Alice me llamó y me hizo jurarle que no saldría de casa en toda la tarde. ‘Esto en California no pasaba’ pensé en voz alta. Eso era lo único que odiaba de Rosewood, el no poder hacer nada divertido los días de tormenta. Horribles tormentas.

Sentí como algo pasaba rápidamente detrás de mí. No podía ser una persona, había pasado con demasiada rapidez. Tampoco podía ser un fantasma, ya que no existen. Comencé a caminar hacia la cocina que era el lugar que estaba detrás de mí y pude ver del otro lado del pasillo que conducía al lavadero, un cuervo parado en la ventana la cual estaba abierta.
Lo espanté quedándome un poco más tranquila. Cerré todas las ventanas para que ningún animal o quizás un ladrón pueda entrar por ellas, y me limité a encender la televisión y pasar toda la tarde mirando documentales en Discovery.

La oveja y el leónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora