Capítulo cuarenta y nueve

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“Fue difícil llegar a este punto en mi vida. Fue difícil aceptar la idea de que otras especies existían en este mundo. Fue difícil entender cada cosa que iba apareciendo en el camino.

Pero ahora todo es fácil, todo lo que fue difícil en aquél comienzo ahora ya no tiene sentido. Ahora es completamente distinto. Ahora cada cosa que el destino pone en mi camino es completamente comprensible, aceptable, fácil.

Cada minuto que me quedaba de mi vida humana, cada minuto era un tesoro. Sabía que una parte de mí jamás iba a volver, pero a cambio iban a aparecer otras cosas que se quedarían conmigo para siempre. Otras culturas y costumbres completamente diferentes a las que yo estaba acostumbrada. Se me eriza la piel con tan sólo pensar en ello. Un mundo completamente diferente se abría paso ante mí”.

- Llegamos – dijo Ian mientras yo dejaba de escribir en esa pequeña libreta que había decidido llevar conmigo. Ian me sonrió y respiró profundamente.
- Tal y como lo recuerdo – dijo Katherine antes de bajar del vehículo.

Nos encontrábamos frente a una enorme casa de color blanco abandonada, estaba situada en el medio del bosque de Mystic Falls. Me pregunto si en todos los lugares a los que iría habría un bosque como este y el de Rosewood. Daba escalofríos ver el modo en que se encontraba esa casa, esa mansión blanca.

- Este solía ser mi hogar – dijo Ian. Vi en sus ojos la manera en que la miraba, sabía que tenía muchos recuerdos de ese lugar, buenos o malos, pero recuerdos al fin.
- El mío también – dijo Katherine acercándose. No veía la hora de ser tan fuerte como ella y poder alejarla de mi novio.
- ¿Qué es lo que realmente hago yo aquí? – preguntó Bonnie.
- Bonnie, no hemos tenido suficiente tiempo como para contactar a otra bruja que no seas tú para crear un anillo protector como el de todos nosotros – le explicó Alice de una manera dulce –. Lo lamento mucho si Rosalie ha hecho algo indebido al realizarte la compulsión, ya sabes, no estábamos seguros de que realmente quieras ayudarnos. Prometemos jamás volver a molestarte y te pagaremos el viaje de regreso a Salem.
- ¿Has ido a Salem, Bonnie? – preguntó Katherine sorprendida.
- Sí – contestó Bonnie con aires de sabiduría y firmeza –. Necesitaré un anillo y que me dejen sola – le dijo a Alice después de pasar su mirada por cada uno de nosotros –. También necesitaré alguna pertenencia tuya que lleves puesta en el momento de convertirte – me dijo. Yo no llevaba nada más que mi ropa y un viejo collar que me había regalado mi madre a los once años. Lo tomé entre mis manos observándolo –. Eso servirá – Bonnie sonrió.
- ¿Estás lista? – dijo Ian. En sus manos sostenía una pequeña caja azul oscuro con un moño plateado. Le entregó la caja a Bonnie, supuse que allí se encontraba mi anillo protector. Realmente no sabía si estaba lista o no.
- Sí – contesté. Él me tomó de la mano y me condujo suavemente hasta el interior de esa vieja casa.

Allí estaba todo completamente arruinado, dentro de ella crecían plantas con flores hermosas, traían vida a esa casa tan abandonada. Delante de la entrada se extendía una gran escalera y a sus costados dos enormes puertas. Una conducía a lo que antiguamente era un salón de encuentros y la otra a un viejo comedor. Ian me contó que en el primer piso de la casa se encontraban las habitaciones gigantescas y dos estudios. Uno pertenecía a Carlisle y otro a Esme, ella tenía allí una especie de espacio artístico, había una gran biblioteca y atriles para pintar, etc. Ella era amante del arte. Desde que abandonaron esa casa jamás volvió a pintar.

Faltaban unas dos horas para que el sol se ponga y poder comenzar con mi transición. Ian me llevó a recorrer todos los espacios que alguna vez pertenecieron a él y a su familia. Vi que al entrar en una vieja habitación destruida sus ojos se llenaron de lágrimas de tristeza. Supuse que esa era la suya.

- Esta era mi habitación – me confesó –. Aquí pasaba la mayor parte del tiempo. Estudiaba, pintaba, vivía aquí.
- Apuesto a que era hermosa – dije sentándome en un viejo sillón. Eran muy pocos los que no estaban completamente arruinados o quemados.
- Sí, lo era. Al igual que toda mi casa – hizo una pausa y miró por la ventana que daba a un gran jardín que ahora estaba cubierto por grandes musgos, árboles y toda clase de plantas que crecían en un bosque. Pude divisar una pequeña planta de rosas rojas que crecía entre el matorral. Supuse que era la única que quedaba desde que la casa fue abandonada –. Luego de que el pueblo supo de la existencia de los vampiros en esta casa, vinieron a prenderla fuego. Por eso quedó en este estado. Huimos antes de que lleguen.
- ¿En ese momento todos eran vampiros? – pregunté sin pensarlo dos veces. Asintió volviendo a mirarme, su sonrisa nostálgica era igual de perfecta que todas sus formas de sonreír – ¿Cómo supieron que estaban aquí y que eran lo que eran?
- Ese fue uno de mis grandes errores – dijo Katherine ingresando a la conversación mientras sonreía desde la puerta –. Salí en busca de alguien iluso del cual poder alimentarme fácilmente, y lo encontré. Era un aldeano, un simple vendedor ambulante. Charlie – recordó –, Charlie Stewart era su nombre. Me acerqué a él tratando de demostrar interés en alguno de sus productos. Vendía pan, leche y quesos. Lo pude engatusar de una manera asombrosa, nunca lo había hecho tan fácilmente. Lo llevé a un callejón sin salida donde le prometí escaparme junto a él.

La oveja y el leónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora