Capítulo cuarenta y cinco

461 16 0
                                    

¡Perdón por la tardanza!

Jason esperaba detrás de la puerta con sus ojos clavados en los míos. Sentí que no debía hablar con él después de nuestra pequeña pelea. No sabía qué es lo que buscaba entrometiéndose en un hospital rodeado de vampiros, los cuales odiaba, y diciéndome eso de Ian, estaba yendo por mal camino.

- Hola Jase – dije sonriendo falsamente.
- Hola Emmy – me saludó –, Dr. Hale – lo saludó amablemente. Ninguno de los dos se dejaba de mirar con odio.
- ¿Qué haces aquí? – pregunté. Se podía sentir la tensión que había en el aire. Carlisle seguía revisando mis heridas  y demás, podía sentir lo nervioso que estaban ambos.
- Vine a visitarte, ¿está mal? – dijo acercándose a mí.
- No, Jase, pero…
- Pero nada. Tú eres mi amiga y no me importa estar rodeado de los “chupasangre” de tus amiguitos.
- Jason, por favor, contrólate – dijo Carlisle al ver que Jase tomaba una postura rara y empezaba a temblar bruscamente –. Estamos en una situación complicada, no queremos ningún problema aquí. Sabes a qué me refiero… - miré a los dos sin entender nada. Carlisle me dedicó una sonrisa y luego se retiró de mi habitación, dejándonos a Jase y a mí solos. En realidad, sé que solos no estábamos, detrás de la puerta (podría apostar mis ahorros de la universidad) estaba Ian escuchando la conversación.
- Jase, ¿qué te está pasando? ¿Por qué has empezado a temblar de esa manera? ¿Estás enfermo?
- No. Es algo difícil de explicar… Es – no encontraba las palabras para explicarme su situación.
- ¿Por qué has dicho que debo culpar a Ian por mi estado? – lo interrumpí.
- Porque te ha dejado sola en el bosque sabiendo que un chupasangre demente te estaba buscando. Además, Emily, dime si no es por su culpa que estás así, trata de pensar cómo te sentías antes de conocerlo – sola, vacía, horrible pensé – ¿te imaginas lo diferente que sería si estuvieras con una persona que te quisiera de verdad y no te involucrara en cosas sobrenaturales? – no, ni quería imaginarlo.
- ¿Cuál es el punto, Jason? ¿Mostrarme lo mal que me hace estar con Ian? ¿Integrarme en una familia vampira? ¿Tienes miedo a que me aleje de ti para siempre? ¿Prefieres que me aleje de ellos y sufra lo que me queda de vida? ¿Quieres verme morir lentamente? – eso destruyó los pocos sentimientos de esperanza que había en su corazón.
- ¡¿Cómo puedes decir eso?! – se levantó bruscamente y se dirigió a un rincón – ¿Cómo puedes pensar en morir por alejarte de esos monstruos? ¿Eres idiota, Emily? – Jason empezó a hiperventilarse, sudar y temblar bruscamente de nuevo. Pero esta vez era peor: tuvo que salir corriendo de la habitación, se fue sin despedirse… Yo comencé a llorar por el miedo que me había provocado verlo así, no sabía qué era lo que le estaba pasando, temí por la vida de mi mejor amigo.
- ¿Qué te ha dicho? – dijo Ian entrando a mi habitación lo más humanamente rápido posible.
- Apuesto a que lo has escuchado todo – dije rogando para mis adentros que se sentara a mi lado y me abrazara.
- Pues no apuestes, no he podido escuchar lo suficiente. Hubo un inconveniente…
- ¿Qué ha pasado? – dije comenzando a respirar rápidamente.
- Rosalie vio a Damon rondando por el hospital… Lo he buscado pero se ha ido al ver a Sam y su manada cerca de aquí.
- ¿Manada? – dije sorprendida.
- Sí, ¿cómo te sientes? – cambió de tema rápidamente.
- Necesito salir de aquí lo antes posible. No soporto estar en esta sala completamente blanca y sin poder moverme. ¿Cuánto tiempo más estaré así? – Ian no me contestó. Parecía que algo más pasaba conmigo o con alguien más, lo cual implicaba no poder irme del hospital.
- Tu padre… tu padre quiere que vuelvas a California con él – dijo por fin. Se formó un nudo en mi garganta, un vacío en el pecho y unas lágrimas saladas invadieron mi rostro.
- Yo no me iré a ninguna parte, Ian.
- Ya está firmando los papeles para sacarte de aquí. Tu madre a tratado de impedirlo de todas las formas posibles pero el juez le ha dado la razón a tu padre. Dijo que California era un lugar seguro para ti.
- ¿Esto se debe a que no he dormido en días, no? – pregunté con un hilo de voz.
- Al parecer sí.
- ¿Tú quieres que me vaya de aquí? – mis ojos se clavaron en los de Ian con una intensidad que ni yo reconocía. Sentía miedo, impotencia, angustia, desesperación, todo junto.
- Quiero que estés a salvo. En un lugar al que las “personas” como yo no puedan hacerte daño, Emily.
- Si me sacan de aquí me harán más daño del que piensan – el aire que había a mi alrededor no alcanzaba para satisfacer a mis pulmones.
- Emily, tienes que entender, sólo serán unos pocos meses.
- ¡¿Unos pocos meses?! – me desesperé – No quiero irme de aquí, Ian, y es lo último que digo.

Nadie podría sacarme de aquí. De este pequeño pueblo que escondía grandes secretos, no podría volver a mi antigua casa, con mi nueva familia, con todos los recuerdos de mis viejos dolores. No. No quiero.
Aquí era donde debía estar. Donde debía morir y renacer. Donde debía vivir mi vida poco normal. No quería irme.

Le supliqué a mi madre que hiciera todo lo posible para poder quedarme con ella. No podía verla tan destruida nuevamente. Tantos años habían pasado desde la última vez que mi padre había ganado mi tenencia, pero seguía siendo el mismo dolor. Su ex pareja le arrebataba de los brazos a su pequeña hija…

Cuando desperté, estaba en mi vieja habitación en California. No recordaba nada después del ataque de pánico que me había dado en el hospital cuando mi padre había venido a buscarme. Otra vez se había salido con la suya.

- Hija, lo hemos hecho por tu bien – me repetía durante la cena mi padre. Yo no probé bocado alguno en toda la velada, no tenía hambre, solo quería llegar a mi habitación y acostarme a llorar y sufrir en silencio.

Ian no estaba conmigo y probablemente no esté durante esos pocos meses que estaría en California. Él no vendría a una ciudad tan soleada siendo un vampiro. Él no llamaría nunca más. Él no escribiría nunca más. Él no estaría conmigo nunca más.
Mi padre le había prohibido acercarse a mí.
- Todo esto es por tu culpa, Hale. No te acerques nunca más a mi hija – escuché decir antes de caer en un sueño profundo.

Cada día que pasaba era un calvario aun mayor. Hacía dos semanas enteras que lo único que comía eran unas pocas manzanas que recogía del árbol próximo a mi ventana. Hacía dos semanas que tenía pesadillas que no dejaban de atormentarme. Me despertaba gritando todas las noches, la primera semana mi padre venía a contenerme, pero luego ya no vino más. Cada noche eran peores, había mucha sangre, ojos extraños que observaban todo con cierto júbilo. Lo demás era negro, totalmente negro.

La oveja y el leónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora