Capítulo dieciocho

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La tormenta no cesó hasta la madrugada del domingo. Alice no pudo volver a casa, por lo que se quedó a dormir en la biblioteca y yo cené sola, la película pudo esperar. Alice ya tenía armado un cuarto allí ya que las tormentas cada vez eran más seguidas, ya casi era otoño. En unos meses un nuevo año comenzaría otra vez. Parecía mentira que había estado tanto tiempo en Rosewood y todavía seguía sin saber qué pasó hace muchísimos años.
El lunes por la mañana seguía lloviendo pero ya no era una tormenta; igualmente, parecía que el cielo se caería dentro de muy poco tiempo. Me fui temprano para llevarle un buen desayuno a Alice ya que anoche solo había comido comida chatarra. Me lo agradeció con una sonrisa y un fuerte abrazo que me llegó al corazón. Hacía mucho tiempo que no recibía un abrazo así. Con amor. Me despedí de mi madre y partí para la escuela, llegaba tarde.

- Buenos días compañera – me dijo esa voz inigualable.
- Hola Jason – dije dándome media vuelta para verlo. Hace mucho que no hablaba con él.
- ¿Dónde estabas? – me dijo abrazándome.
- En mi casa. ¿Dónde más voy a estar? – reí un poco incómoda. No sabía si contarle que había cenado con Ian o no. No sabría cuál iba a ser su reacción.
- ¿En una playa desierta con Ian Hale quizás? – me dijo cuando empezamos a caminar. ¿Cómo podría saberlo? Ian y yo lo sabíamos nada más. Es absurdo pensar que los ruidos que oímos en la playa provenían de él porque fue de un lobo, claramente.
- ¿Co, co, cómo lo sabes? – tartamudeé un poco, nerviosa.
- Tengo mis contactos – dijo mirándome de reojo –. ¿Qué hacías allí y con él?
- Me invitó a cenar y después fuimos a caminar por la playa. ¿Qué hay de malo? – dije parándome frente a él.
- Te dije que con esa gente no te puedes meter, Emily. No son confiables.
- ¿Por qué? ¿Qué te pasa, Jason? – dije acercándome más a él. Noté que se puso nervioso y las manos le empezaron a sudar –. No te pongas nervioso.
- No me pongo nervioso – dijo separándose de mí y empezando a caminar.
- ¿Seguro? ¿Entonces por qué te sudan las manos? – le grité. Él se dio media vuelta y vino hasta mí. Me agarró del brazo y me llevó fuera de la escuela, al patio más precisamente –. ¿Por qué me traes aquí?
Me miró a los ojos y me besó. No pude cortar ese beso, no sé por qué. No entendía nada. Jason, mi amigo, me besó. Me besó y me sentí rara. Cuando pude reaccionar, lo separé de mí y lo miré sin saber qué decirle.
- ¿Por qué? – le pregunté al fin mientras veía que sus ojos me esquivaban la mirada.
- Porque así lo sentí, no sé. Perdóname. Ahora no sé cómo voy a volver a mirarte a los ojos. Supuestamente nosotros somos amigos y los amigos no hacen esto. No quiero que pienses que todo este tiempo estuve fingiendo ser tu amigo para acercarme a ti y…
- ¡Tranquilo! – le grité prácticamente. Hablaba muy rápido, se parecía a mí –. En ningún momento pensé que tú me estabas usando. En ti encontré a una persona en la cual podía confiar ciegamente. Por más que tengas otros intereses en mí, yo no voy a dejar de verte como alguien en quien puedo confiar. No voy a dejar de verte como un amigo.
- Gracias – me dijo sonriendo, se acercó a mí y me abrazó. Se fue dejándome sola hundida en mis pensamientos.
No sé si fue un abrazo sincero, ya que la sonrisa no le llegó a los ojos. Quizás se sintió triste con mi último comentario de que lo veía como un amigo y sería así por siempre. No podía mentirle a Jason. Así lo veía, como un amigo. 
Para mi mala suerte, Ian estaba mirándome detrás de una ventana. Su rostro estaba serio, como siempre, pero esta vez estaba más serio. Parecía triste y enojado. Una angustia recorrió mi cuerpo y las lágrimas estallaron en mis ojos. No sabía por qué pero fue así. Me sentí muy mal, tan mal que sentí que las piernas se me aflojaban y necesitaba aferrarme de algo para no caerme al piso y desmayarme.
Sentí como unas manos frías agarraron mi cintura con fuerza para que no llegara al piso y me lastimara.
- Siempre estás para que no toque el suelo – dije aún mareada y sin tener consciencia de mis actos. Pero de verdad era así. Él siempre estaba para que no me cayera, para sostenerme, para que no tocara el suelo.

Pero, ¿cómo hizo para llegar tan rápido hasta mí? Estaba del otro lado de la ventana y las puertas estaban cerradas. Quizás se había acercado a mí después de que cerré los ojos automáticamente después de sentir una oleada de calor y marearme.
Luego de unos segundos, sentí cómo me levantaba y me llevaba en brazos hasta un lugar que no pude identificar hasta antes de llegar. Iba tan rápido que el viento frío que chocaba contra mi cuerpo me erizaba la piel.
Además, su pecho era tan duro y frío como una roca. No se escuchaban latidos de su corazón ni su respiración agitada. Todo parecía estar perfecto en él. Quizás estaba imaginándolo todo debido a mi desmayo sumado a mareos, etcétera. Todo iba tan rápido...

La oveja y el leónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora