Capítulo treinta y uno

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Cuenta Ian: 

No pude hacer nada, la tenía tan cerca, su respiración, su olor. Pude escuchar como su sangre corría por sus venas. Pude sentirla cerca. Luché contra el mundo para no besarla, si lo hacía un futuro de maldiciones nos esperaba a los dos. 
Una "persona" como yo no puede estar con una persona como ella. Ella era tan hermosa, frágil, buena, humana. Y yo era tan frío, calculador, asesino, inmortal... vampiro. 

Todo conspiraría contra nosotros. Mi familia, su familia, el clan de Jason, los Volturi, los hermanos Salvatore. Todos. Además, ¿cómo podría yo amar a un mortal? Los sentimientos de los vampiros se duplican al transformarse. Si me atrevía a amarla más de lo que la amo en este momento, su pérdida me haría la persona más infeliz del mundo. Desearía en todo momento irme con ella a la vida eterna que muchos dicen que existe.

¿Cómo podría contarle lo que soy? ¿Cómo lo tomaría? Saldría corriendo aterrada. Ella sabe que en este pueblo la gente luchó contra nosotros. ¿Cómo le diría que en ese momento yo no era lo que soy? ¿Cómo le digo que en ese momento no creía que esto podría pasar? ¿Qué le diría sobre mi pasado y qué no? ¿Le podría decir lo que ella me hizo? De todos modos, ella me condenó a no amar a nadie que no sea como yo, a no tener una amistad con un mortal, a perderlo todo.

Llegué a mi hogar en cuestión de segundos. La velocidad calmaba mi sed, mi rabia, mi tristeza. No se veían luces prendidas en el interior de ella, por lo que supuse que mi familia se había ido de caza. Estaría solo con mis pensamientos, sin nadie que interrumpiera mi toma de decisiones.
Éramos una familia con una dieta distinta a las de las demás familias vampíricas. Nosotros nos alimentábamos de sangre animal por dos razones: primero, no queríamos ser asesinos; segundo, nadie sospecharía de nosotros si lo que encontraban muerto era un conejo en vez de una persona en los pueblos que habitábamos. Éramos una familia nómada.

- ¿Dónde has estado? – dijo Alice, mi hermana, entrando a la sala por la puerta de la cocina.
- No me digas que no lo has visto, Alice – ella solía tener visiones del futuro, era uno de sus dones como vampiro.
- Pues sí, pero quería que me lo cuentes tú, Ian. No la has besado ¿verdad? – dijo invitándome a sentar en el sofá junto a ella.
Alice era la única que sabía todo lo que me pasaba. Además de ver mi futuro, era mi amiga, mi hermana, mi consejera. Alice era todo para mí. Ella me aconsejaba y me alentaba a hacer las cosas que hice hasta ahora. Según ella, sonrío más, me río más, soy una "persona" feliz nuevamente… Pero en este momento no me sentía así. Era todo un completo desastre.
- No, no lo hice. ¿Sabes por qué? Porque si lo hacía todo estaba acabado. Arruinaría su vida, mi vida, la vida de toda esta familia. Sabes muy bien lo que los demás piensan de mi posible relación con Emily – sentía ganas de salir corriendo, arrancar árboles de raíz, matar al oso más grande que encuentre para calmar la rabia que sentía en mi interior.
- No arruinarías nada, Ian. Quizás cambien un poco las cosas. Quizás Rosalie y Jasper te verían distinto y se opusieran a esto por distintas razones, pero sabes que Esme, Emmett, Carlisle y yo no lo haremos. Sabes que nosotros estamos contigo para apoyarte en lo que sea y somos mayoría.
- No es tan fácil. Ella es humana, Alice. ¡Humana! – dije levantándome del sofá y caminando a la velocidad de la luz hasta la ventana más cercana.
- Ya lo sé. Ella es humana como lo fuimos alguna vez nosotros. No tengas miedo a nada, Ian. Sabes que no pierdes nada con intentarlo.
- Alice, no lo entiendes. Ella saldrá corriendo cuando sepa qué soy. Y aunque no lo sepa jamás, en algún momento la perderé para siempre y es eso justamente a lo que le temo. Además, siempre me vería como un chico de diecisiete años, Alice. No envejecemos, así quedamos por el resto de nuestras vidas. Todo me impide estar con ella.
- Entonces no sé qué más decirte. Vivirás toda tu vida lamentándote por esto. Lamentando no haber amado a la única mujer que podría hacerte sentir vivo después de tantos años. Pasaron 150 años desde que amaste de verdad a alguien y ese alguien no era para ti.
- Ya sé que ese alguien no era para mí… Katherine… donde quiera que estés, sabes que te odio más que a mí mismo – dije recordándola.
Como hombre jamás debería odiar a una mujer, pero es imposible no hacerlo con Katherine. Ella había arruinado mi vida, yo debería haber muerto hace 150 años en la revolución contra el Alcalde Smallwood. Jamás debí beber su sangre, jamás debí enamorarme de ella, jamás debí dejarme llevar por sus encantos. Fui un iluso, un estúpido, un ciego. Tenía diecisiete años, toda una vida por delante. Pero una vida con un final, no como esta que llevo. Esta que no tiene final aparente. Esta que implica sufrir por la eternidad, no poder querer a nadie, no poder vivir en un lugar por más de dos años. Odio esta vida, odio todo lo que soy, odio no poder amar, odio a la mujer que me convirtió en esto que soy. Me odio.

La oveja y el leónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora