Capítulo cuarenta y siete

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Mi equipaje estaba preparado. Busqué dentro de mi pequeño escondite dentro de la pared que se ubicaba detrás de mi cama, allí todavía seguía el dinero que había dejado por si volvía a California. Lo tomé todo, había unos 1500 dólares. Eran las mesadas de muchos meses.
Busqué en internet el primer vuelo a Rosewood, Pennsylvania que existiera. Encontré uno a las dos de la madrugada, era perfecto. Tendría que esperar mucho tiempo sentada en el aeropuerto esperando, pero eso no me importaba.
- Ya he sacado mi boleto. El vuelo sale a las dos de la madrugada – le anuncié a John cuando bajé las escaleras con mis maletas.
- ¿Tú lo has comprado? ¿Con qué dinero? – me interrogó.
- Con el pago de mis mesadas anteriores. De todos modos, eso no te incumbe.
- ¿Cómo piensas llegar hasta el aeropuerto? Sabes que yo no te llevaré, pues tienes dieciocho años, puedes arreglarte sola, ¿no es así?
- Así es, John.
- Yo te llevaré – dijo Harry detrás de mí. Rogué que sea solo una ilusión, pero no. ¿Por qué se ofrecería él, que quería que me vaya de Rosewood para siempre, a llevarme hasta el aeropuerto?
- No lo necesito, pediré un taxi.

Ante la negativa de él y mis fallidas insistencias, tuve que acceder a que me llevara hasta allí y me haga compañía hasta que mi vuelo despegue.
Durante el viaje, que tenía unas dos horas, no cruzamos palabra alguna. Solo se limitó a conducir y mirarme por el rabillo del ojo. Yo miraba el paisaje por la ventanilla del acompañante, perdida en mis pensamientos e ilusiones. Volvería a ver a Ian, a mi madre, a Alice, a Jase, en fin, volvería a mi pueblo.

- Llegamos – dijo aparcando en el estacionamiento del aeropuerto.
- Gracias por traerme – aún seguía perdiéndome en esos ojos tan maravillosos, pero no debía dejarme llevar.
- De nada. ¿Realmente quieres irte? – preguntó sin dejar de mirarme. Esa situación me ponía demasiado nerviosa.
- Sí, no soporto estar aquí. Me he acostumbrado a la tranquilidad de un pueblo húmedo y frío, no quiero estar en un lugar cálido y soleado – sonreí. ¡Qué sonrisa maravillosa que tenía!
- Emily, antes de irte quería que habláramos de nosotros – dijo después de que me anunciara en la recepción del aeropuerto.
- ¿Qué? – pregunté sin comprender.
- No tenemos nada de qué hablar, Harry. Todo es parte del pasado que pretendo olvidar, y tú deberías hacer lo mismo.
- Es que yo no quiero olvidarte, porque tú me has dado los mejores momentos de mi vida.
- Ay, por Dios, deja de decir estupideces ¿quieres? Vete a casa, estaré bien sola – no supo qué contestarme.
- Adiós, Emily, que te vaya bien – se despidió de mí con un abrazo que me hizo temblar las piernas.

Anunciaron que mi vuelo despegaría en diez minutos, me dirigí hasta el lugar donde tenía que pasar mi valija, no entendía nada de cómo tenía que hacerlo ni dónde tendría que dirigirme después. Todo este procedimiento siempre lo hizo mi padre u otra persona que viaje conmigo. Estaba nerviosa, no era la primera vez que viajaba sola, pero sí la primera vez que hacía ciertos trámites sola.

- ¿Emily Swan? – preguntó alguien detrás de mí. Al darme vuelta, el pánico recorrió todo mi cuerpo – ¿Me recuerdas? Soy Bonnie Bennett, amiga de Katherine – rió la muchacha morena. Tenía una sonrisa despampanante.
- Sí – pude hablar después de todo. Estaba rodeada de humanos inocentes, no podía realizar ningún truco delante de ellos – ¿Qué haces aquí?
- Me he desligado de Katherine y puedo rehacer mi vida donde quiera – sonrió –. En este momento me dirigía a Salem, a conocer más sobre mi linaje anterior – dijo bajando la voz a un tono casi inentendible. Su viaje estaba a punto de despegar. Sentí como la calma invadía mi ser – ¡Oh! ¡Ese es mi vuelo! Tendré que irme – se acercó a mí con una sonrisa – Cuídate, cuídate mucho ¿de acuerdo? – me susurró al oído.
- Lo haré, tú también cuídate – dije sonriendo. De todos modos, ella podía llegar a ser una persona confiable. Su sonrisa demostraba confianza. Estaba en deuda con Katherine por haberla salvado hace unos cuantos años de un incendio en su antiguo hogar: Mystic Falls. Allí ocurrían tantas cosas…
- ¿Señorita? – dijo un guardia de seguridad – ¿Va a abordar el vuelo?
- Sí, disculpe.

La oveja y el leónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora