Capítulo cuarenta y ocho

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Cuenta Emily:

Todavía sigo sin creer lo que está a punto de pasar. Si quería seguir viviendo debía convertirme en un vampiro. ¡Vaya ironía! Seguir viviendo… Estaría bien dicho si fuera: si quería seguir existiendo debía convertirme en un vampiro.

Esa misma noche, fuimos a casa de los Hale a conseguir algunas respuestas y posibles soluciones que yo estaba dispuesta a negar. Había encontrado la forma de que esa familia accediera a convertirme en uno de ellos, no iba a desperdiciarla. Tampoco iba a arriesgarme otra vez a conseguir que otra persona lo haga por ellos, la última vez terminó mal. Demasiado mal. O eso creo…

- ¿Estás segura que vas a poder hacerlo? – le preguntó Ian a Alice, quien se había ofrecido a hacerlo en lugar de Ian que no tenía el valor para matarme y así terminar con mi transformación.
- Sí, pero necesito tiempo para pensarlo - ¡no! ¿Pensarlo dos veces? ¡No, de ninguna manera! –Necesito encontrar una forma de hacerlo y que no me sienta culpable después de haberte matado – me dijo sonriéndome –. De todas maneras, no sabemos qué pasará luego. Ella es… especial – dijo en un tono de voz tan bajo que apenas pude escucharlo.
- ¿Tú no eras la que veías el futuro, duende? – dijo Emmett riéndose – No sé por qué se preocupan tanto, en especial tú, Ian. ¿Por qué no dejas que ocurra y ya? No necesito ver el futuro para saber que luego serás muy feliz – se acercó a mí y me pasó un brazo por los hombros. Nunca lo había visto de cerca, su cuerpo era parecido a un gran oso e imaginaba que su fuerza era equivalente a la de un lobo… un hombre lobo.
- Emmett tiene razón. No hay mucho que pensar – dijo Esme sonriéndome con su sonrisa llena de paz y cariño –, pero si Alice necesita un tiempo para saber qué es lo que va a pasar luego, hay que respetarla.

Todos coincidieron con Esme y se retiraron de la sala dejándonos a Alice, Ian y a mí solos, mirándonos el uno al otro, en silencio. Moría por preguntar cuándo iba a ser el momento justo, pero no me animaba a hacerlo. Sentía que los lastimaba con mis palabras, con mis apuros, con mis deseos.

- Necesitas despedirte de tu familia cuanto antes – Ian rompió el silencio –. Incluso de Jason, aunque no quiera.
- Tienes que hablar con tu madre, tienes que ser ingeniosa y cuidadosa en lo que dirás – me explicó Alice –. Los primeros meses necesitas estar lejos de la sociedad para aprender a controlarte, lo bueno es que no vas a estar sola – me sonrió y me tomó la mano –. Nosotros estaremos ahí para enseñarte cómo es la vida que deberás llevar.
- ¿Cuándo lo harás? – pregunté por fin.
- Aún no lo sé. Supongo que mañana por la noche. Necesitamos tiempo para conseguir un anillo como los que tenemos nosotros. Ya sabes... los del sol – rió.
- No será fácil – dijo Ian. Su rostro estaba serio y tieso como siempre, parecía una estatua de mármol. Una perfecta y hermosa estatua –. Es doloroso. Al principio no vas a poder controlarte, necesitaras saciar tu sed como sea posible. Pero aprenderás a conformarte con sangre animal, nada de sangre humana. Será bueno para ti.
- Ve a tu casa y empaca algunas cosas que quieras llevarte mientras estés de viaje – me dijo Alice mientras me daba un frío pero cálido abrazo –. Todo saldrá bien, no te preocupes.

Ian me llevó en su coche hasta mi casa, pero hice que se detuviera dos manzanas antes para poder formar un discurso lógico para decirle a mi madre. Estaba asustada, no podía negarlo. Sentía miedo por lo que podría pasar. Pero, además, sentía alivio, calma, felicidad. ¡Qué ciego es el amor! Me sentía feliz al saber que pasaría toda la eternidad al lado de la persona que más amaba en la vida. Era lo único que quería, no deseaba nada más.

- ¿Qué le diré a mi madre? – pregunté mientras él se detenía frente a la casa de los McCullough –. Hola Alice, he vuelto, pero solo por esta noche, luego tendré que salir de caza porque me convertiré en vampiro. Te extrañaré, besos, Emily.
- No. Es solo por un tiempo. No te irás el resto de tu existencia. Pero de todos modos tienes que despedirte, tu humanidad tiene que despedirse. Pero cuando te gradúes, nos iremos de Rosewood hacia otro pueblo en el que nadie nos conozca. ¿Sabes que jamás envejecerás no? – respiré hondo y miré la calle desierta.
- Sí, lo sé. Le diré que mañana por la noche saldremos en un viaje con parte de tu familia. Iremos a Virginia ya que tú me quieres presentar al resto de tu familia. Tíos, primos, abuelos… - él sonrió, parecía tan calmado, sereno; pero no lo estaba. Podría apostar mi alma a que no estaba calmado, sino que estaba nervioso y la ira corría por su fuero interno.

La oveja y el leónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora