Capítulo treinta y dos

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Estuve toda la noche pensando qué podría hacer con Emily. La amaba hasta más no poder, eso estaba claro, pero si me involucraba más con ella, no podría salir de un agujero sin fondo. La tendría conmigo hasta el final de sus días, pero luego qué haría sin ella. ¿Qué podría hacer un inmortal de 17 años de edad física, pero 150 de edad mental? Nada. Está en su naturaleza irse en cualquier momento. Y está en la mía sufrir por el resto de la eternidad encerrado en un cuerpo adolescente.
- Ian, ¿qué es lo que te está pasando? – me preguntaba Esme, mi madre, todas las mañanas después de que dejé de concurrir a la escuela – .Tú no eres así. ¿Tienes algún problema con alguien?
- Tiene un problema en su corazón, madre – contestó Alice por mí mientras se servía café.
- ¿No puedes cerrar tu boca un minuto, duendecillo? – dije al borde del enojo. Esme me miró con esos ojos dorados idénticos a los míos que transmitían confianza y amor, que no me quedó otra opción que contarle lo que me estaba sucediendo –. Ella es humana, pero es hermosa, única, está tan llena de vida y a la vez tan triste y sola. Tengo la necesidad de saber todos los días cómo está, necesito saber cómo se siente con todo lo que le pasa, necesito escucharla hablar, sentir su dulce aroma – recordarla me hacía sonreír –. Además siento que con ella se sana todo el dolor que siento por ser así como soy, por mi pasado. Ella es totalmente lo contrario a Katherine, pero siento casi lo mismo que sentí por ella. Pero es distinto, siento que ahora sí encontré a una persona que me puede querer como soy, pero tengo miedo a que no sea así – hice una pausa, ninguna de las dos me decía algo, solo me miraban sonriendo con un brillo en sus ojos –. Ella tiene algo en su forma de ser, en su forma de ser conmigo, que me atrapa cada vez más. Pero yo sé bien que nada puede pasar entre nosotros dos, ella es humana y tiene derecho a formar su familia, a graduarse, a ir a la universidad, a vivir. Jamás sería capaz de sacarle eso. No podría.
- Nadie te ha dicho que solo por amar a un mortal tienes que quitarle su alma, Ian. Tienes razón en todo lo que dices, pero no puedes seguir así. Tienes la mirada triste, el cuerpo cansado, no te has alimentado durante varios días lo cual hace que te debilites y eso no es conveniente para nadie, eres el más hábil. No puedes seguir de esta manera, Ian. Te lo prohíbo porque soy tu madre.
- ¿Qué quieres que haga, Esme? – me paré de la silla en la que estaba rápidamente – ¿Que vaya corriendo a decirle: Hola Emily, soy un vampiro y tengo 150 años, y ver como corre espantada? No puedo permitirme arruinarle la vida. No puedo hacer lo mismo que me hicieron a mí, Esme.

De pronto, vimos como Alice quedaba totalmente paralizada con su mirada clavada en la nada. Sabíamos bien lo que estaba pasando. Estaba teniendo una de sus visiones. Algunos vampiros tienen poderes especiales, dones mejor dicho. Alice podía ver el futuro, Rosalie podía hacer olvidar cosas y dominar la mente de los humanos sin verbena en su organismo con tan solo mirarlos a los ojos, Jasper podía cambiar el humor de las personas mortales o no, Emmett tenía una fuerza extraordinaria, y yo podía leer las mentes de todo ser y era el más rápido de mi familia.
Rápidamente extendimos un papel y una lapicera para que pudiera dibujar lo que veía: era una habitación conocida para mí pero no podía distinguir dónde era. Había varias mesas circulares con sillas sobre ellas, máquinas de refrescos y golosinas, y puertas de madera con vidrio desde el centro hasta el principio de ellas. En el fondo se veía una mujer en el suelo, de espaldas, con un gran charco de sangre a su alrededor. Había cosas rotas en el suelo que no se podían distinguir bien.
Mi cuerpo sintió un escalofrío al pensar que esa chica podría ser Emily. No sé por qué sentí que esa chica era Emily. Quizás el miedo, la desconfianza en nuestro futuro, todo lo que nos esperaría si llegáramos a tener algo, provocaron ese pensamiento.
Alice dejó de escribir y sus ojos se llenaron de lágrimas. La abracé fuerte, al igual que mi madre. Sabíamos que a ella no le gustaba mucho tener este tipo de visiones, sentía la responsabilidad de hacer que eso no ocurra, pero cuando ocurría nadie podía reanimar a la divertida y alegre Alice que todos conocíamos.
- Alice, dime qué es lo que has visto – dije después de lograr que se calme.
No me contestó, solo me miró con una angustia en sus ojos que me demostraba que algo demasiado malo estaba por pasar.
- Alice, por favor, debes decirnos lo que has visto – insistió Esme. Ella seguía sin contestarnos.

La oveja y el leónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora