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6 de Marzo

— Tiene diez semanas de embarazo, el bebé ya tiene dedos, uno, dos, tres, cuatro, cinco. Uno, dos, tres, cuatro, cinco— el doctor contró los deditos de las manos del bebe — Mide un poco más de dos punto siete centímetros... Es casi lo mismo que una aceituna— les dijo el doctor y limpió el gel del estomago de Brooke — Su bebé ahora su mueve y es oficialmente un feto.

Entre más explicaciones y dándoles las imágenes de la ecografía, el doctor les respondió dudas y se tomó su tiempo para explicarles todo. 

— Una pregunta— dijo Brooke y el doctor asintió — Últimamente he estado sintiendo pequeños dolores, no muy seguido, solo cuando hago mucho esfuerzo ¿es normal?

— Pues... es lo más seguro que si haces esfuerzo se van a presentar dolores, no los hagas. Papá — se volteó a Charlie y este dejó en su lugar el adorno que habia agarrado — Que no haga esfuerzos, no queremos eso, limpiar, cocinar, lavar, ahora debes ayudar en eso ¿Entendido?

— Sí.  

— ¿Más preguntas?

— No, todo claro. 

— Entonces nos vemos el próximo mes— dijo.

Brooke se cambió y salieron del consultorio. La pelirroja de la otra vez se le quedó viendo a Charlie. Brooke sintió una presión en el pecho y agarró al castaño de la mano. Le sacó la lengua a chica como toda la mujer madura que era.

Desde que habían comenzado a vivir juntos se habían dejado de pelear tanto y habían aprendido cosas que no sabían el uno del otro, ya podían convivir sin pelear y podían mantener largas platicas durante la noche cuando ninguno podía dormir. 

— No era necesario que le restregaras en la cara a la pelirroja que un dios griego es el padre de tu bebé— dijo Charlie sin soltar la mano de Brooke.

— Cállate, no eres ningún dios griego. 

— ¿Segura?

— Bastante segura— dijo ella y luego bajó la mirada — Ya puedes soltarme la mano— él le hizo caso — Quiero ir a visitar a mi mamá, hoy es miércoles y va a hacer galletas— dijo como niña pequeña.

— Okay, solo porque quiero unas cuantas galletas de la mejor repostera de la ciudad— le abrió la puerta del auto y se subió. Él rodeó el carro y se sentó en el asiento del conductor. Encendió el auto y manejó hacia la casa de la mamá de Brooke.

En el camino Brooke vio una familia camino a un parque, se veían tan felices que no pudo evitar quedarse viéndolos un rato. No entendía cómo era que las familias estaban tanto tiempo juntas. Su papá las abandonó cuando ella tenía cuatro años y los papás de Charlie peleaban a cada rato. No entendía cómo era que iban a cuidar a un bebé. Una chica que odia a un papá que no conoce y un chico que vivió con padres que peleaban por todo. ¿Qué clase de problemas mentales tendría su bebé?

— ¿Estás bien?— Charlie la sacó de su burbuja de preguntas.

— Sí, sí, todo bien— contestó mirándolo.

— Has estado muy distraída últimamente— dijo sin dejar de mirar la calle — ¿Por qué? ¿Segura que todo está bien?

Ella se quedó un rato pensando. Necesitaba hablar con alguien, Mia estaba demasiado ocupada con su nuevo trabajo y con el inicio de la escuela. ¿Pero exactamente qué era lo que la tenía tan mal?

¿El bebé? ¿La escuela? No. Ya se había hecho a la idea de que estaba embarazada. Incluso había comenzado a hacerle mucha ilusión. No veía la hora para ir a comprar ropita y zapatitos. La escuela no era problema, amaba su carrera, no la iba a dejar, estaba a casi nada de terminar. No iba a salirse ahora. No sabía qué tenía, solo... estaba un poco melancólica.

— Sí, todo bien.

Cuando llegaron a la casa de su madre vio un carro mal estacionado en frente de la casa. Miró a Charlie pero solo se encogió de hombros. El carro era uno viejo, color negro. Se bajó del auto y caminó a la puerta con Charlie haciéndole guardia. Miró por última vez el carro viejo y con expresión preocupada acercó la mano al pomo.

— ¡Desgraciado, lárgate de aquí!— era la voz de Anna.

— ¡Tengo derecho a verla!— gritó un hombre — ¡Es mi hija también!— Brooke se congeló y su estómago dio un vuelco.

— No, no, no— se llevó las manos a la cabeza — Esto no puede estar pasando ¿Es en serio?— Charlie la ayudó a sentarse en el suelo.

— Si quieres nos podemos ir— dijo Charlie con los gritos de fondo.

Estuvo a punto de ponerse de pie y correr como niña asustada a esconderse detrás de las piernas de su madre, pero no podía quedarse así, sin hacer nada o sin decir algo, necesitaba aclarar las cosas con ese hombre y no podía dejar a su madre sola con él, se matarían entre ellos.

— No— se puso de pie lentamente con las piernas temblando. 

Se paró frene a la puerta. Las palmas le sudaban, sentía el corazón en la cabeza, suspiró hondo y abrió la puerta entrando a la casa rápidamente con expresión preocupada, lo hizo rápido porque sabía que si lo pensaba mucho se arrepentiría. En la sala estaba su madre enojada con la cara roja, se había detenido a media frase para verla, estaba señalando a — Henry— escupió con desprecio.

Nuestro pequeño reinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora