El sol se metió y las contracciones seguían igual. Más largas y un poco más fuertes, pero el doctor Walter le había dicho que aún no era hora. Se acostaron en la cama con Bonnie entre ellos. La televisión presentaba un reality de unas celebridades. Brooke acariciaba la cabeza de Bonnie y Charlie miraba el televisor.
Una contracción especialmente fuerte hizo que Brooke se sentara adolorida. Charlie saltó de su lugar. La castaña se puso de pie para caminar un poco. Fue desde el cuarto hasta la habitación del bebé, bajó y subió las escaleras y dio vueltas de la cocina hasta la sala. El dolor no se iba y cuando finalmente desapareció Brooke soltó un suspiro de alivio. Se sentó en el sofá y tan pronto lo hizo volvió a levantarse del dolor.
Pero en cuanto comenzó a caminar y Charlie marcó el numero del doctor Walter los dos se quedaron tiesos al ver un charco de agua a los pies de Brooke.
— Emm...— las palabras se quedaron a medio camino, atoradas en la lengua de Charlie.
— Las maletas— le recordó Brooke, preocupada, viendo como Charlie no se movía.
Charlie no se movió.
— ¡Charles!— el castaño reaccionó — ¡La maleta!
Brooke subió las escaleras y entró al baño con ropa limpia para cambiarse, bajó de nuevo y trapeó rápidamente el charco de líquido amniótico en el suelo. Charlie llevaba la maleta de Brooke y la del bebé colgando del hombro. Bonnie fue detrás de ellos.
— ¿Qué...?— Charlie no podía hilar frase.
— Okay, Charlie, mírame— Brooke lo agarró de los hombros — Yo no puedo manejar, estoy en trabajo de parto y voy a comenzar a tener contracciones en cualquier momento, necesito que te despiertes ya— le dijo — Tienes que tranquilizarte.
Charlie asintió, respiró hondo mientras Brooke iba por unas cosas a la cocina.
— ¿Estás bien?— le preguntó la castaña.
— Sí, ya, estoy concentrado y tranquilo.
Brooke le sonrió, luego sus sonrisa se borró para dar paso a una mueca de dolor, su mano se fue a su espalda, cerró los ojos incómoda y luego volvió a calmarse.
— ¿Son...?
— Sí, vámonos.
Brooke se despidió de Bonnie, le dio su celular a Charlie y salieron de la casa. Charlie la ayudó a subirse al auto, lanzó las maletas a la parte de atrás y condujo. Sus ojos se iban al espejo retrovisor para dar miradas a la sillita para bebés del lado de Brooke.
Brooke cerraba los ojos con dolor. Las contracciones ahora eran más cercanas y fuertes, respiraba hondo por la nariz, tratando de mantener la compostura. Charlie estacionó en el hospital, ayudó a Brooke a bajar y entraron a la sala de emergencias, rápidamente pasaron a Brooke a una cama al fondo de la sala, dónde la prepararon mientras Charlie llenaba unos papeles y llamaban al doctor Walter.
Tratar de explicar las siguientes seis horas hacían que la cabeza de Charlie doliera. Estuvieron llenas de quejidos, caminaron por todo el hospital para hacer que los dolores fueran más llevaderos, constantes revisiones, mucho café. En cierto momento Charlie salió a sentarse afuera del hospital. De nuevo comenzaba a llenarse de pánico, no al punto de un ataque, pero comenzaba a tener ansiedad. Caminó en círculos frente a la puerta pateando piedras. La noche estaba fresca y el aire le movía el cabello.
La puerta giratoria se movió y un hombre, de unos treinta años, salió. El chico encendió un cigarro y le ofreció uno a Charlie, que lo rechazó amablemente. El chico sonreía mientras fumaba y guardaba sus manos en las bolsas de su pantalón. Sacó el humo y miró a Charlie.
— Te vi en el área de maternidad— dijo señalándolo — ¿Ya nació?
Charlie negó.
— Mmm... ¿Es el primero?
Asintió.
— Vas a estar bien— le dijo el chico con el cigarro con los labios — Van a estar bien.
Le creyó, pero eso no hizo que el miedo se disipara del todo. Relajó los hombros y trató de respirar hondo para calmarse antes de volver a entrar. Caminó con pasos seguros, algo deprimido de que la que se suponía que tenía que ser su platica motivacional que lo sacaría del hoyo y lo lanzaría sin miedo al ruedo hubiera consistido solo de cuatro palabras.
Volvió con Brooke que estaba siendo revisada por el Doctor Walter de nuevo, el hombre le dijo algo a las enfermeras y espero a que Charlie llagara al lado de Brooke.
— Finalmente, llegamos a diez de dilatación, te vamos a mover a la sala de partos— hizo un silencio mientras la cara de Brooke era de pánico total — Estás dando a luz, Brooke.
Ya no solo era miedo, era emoción lo que llenaba su cabeza. Brooke no sabía qué esperar, estaba aterrada pero emocionada. Pero se sentía sola. Necesitaba que Charlie estuviera presente y el chico estaba muy ausente, envuelto en su mundo, perdido en su mente.
— ¿Quieres entrar?— le preguntó una enfermera.
Charlie se abrazó más a sí mismo y asintió. Primero lento, dudando de su propia capacidad de toma de decisiones, luego enérgico, tomando la iniciativa. Se vistió para entrar y se posó al lado de Brooke que sufría de otra contracción. La agarró de la mano y le besó el cabello.
Ese día, el respeto que Charlie tenía por las mujeres creció y se fortaleció mucho más.
Brooke comenzó a pujar y por primera vez después de dos horas sin hablar, Charlie le recordó cuanto la amaba. No sabía exactamente qué decir, pues era como ver a alguien luchar con un gigante desde la comodidad de su sofá. Así que dejó que Brooke le quebrara la mano y le gritara que se callara.
— ¡Vuelves a hablar y te juro que te rompo la nariz de nuevo!
— Lo siento... pero lo estás haciendo muy bien.
Solo una mirada fue suficiente para entender su posición.
Nunca había sentido tanto alivio como cuando oyó llorar a su bebé. Estaba enorme, inflamado y cubierto en placenta, su boca se abría en una cueva rosada de dónde salían grititos agudos. La enfermera lo cubrió con una toalla amarilla y lo puso en el pecho de Brooke. La castaña estaba cubierta en sudor, con el cabello pegado a la cara y sus ojos brillosos con felicidad y lagrimas.
Caleb nació un 23 de agosto, midió 52 cm y pesó 3.2 kg. Un bebé sano y fuerte.
La carita inflamada de su bebé la hizo olvidar todo el dolor por el que había pasado doce horas antes, incluido el de hacía unos segundos. Tenía los ojos cerrados y había dejado de llorar. La enfermera le dijo que tratara de darle pecho y en cuanto Brooke acercó su pezón a su boquita, Caleb se removió, jaló, rebuscó y se trampó y succionó, hambriento y desesperado. Charlie los miró desde un lado, mesmerizado por su hijo, perdido totalmente en como su manita se agarraba fuerte a la tela de la bata de Brooke.
Y de pronto no tenía miedo. El futuro no parecía tan aterrador. Sí iban a estar bien. Estaba listo. Ya aprendería.
Unos veinte minutos después la enfermera cargó a Caleb y se lo dio a Charlie, que en cuestión de segundos logró agarrarlo bien y ponérselo en el pecho. Rió con un resoplido y buscó su manita.
Se lo llevaron para limpiarlo y medirlo y sacaron a Charlie del paritorio. Caminó sonriendo por la sala y sacó su celular, le habló a su mamá, la cual contestó adormilada.
— ¿Charlie, qué sucede? ¿Está todo bien?
— Todo está perfecto...— sonrió emocionado — Ya soy papá.

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Nuestro pequeño reino
Roman d'amourBrooke y Charlie se odian, su enemistad es tan grande que ella solo fue a una fiesta a la cual no quería ir para hacerlo enojar un rato, desafortunadamente las cosas se les salieron de las manos y una mezcla de alcohol, una fiesta alocada, hormonas...