37

2.9K 188 5
                                        

— No es por nada, pero yo podría armarla en una hora— dijo la castaña.

Charlie estaba sentado en el suelo, con el manual de instrucciones a su izquierda y unas partes de madera a su derecha. Brooke lo miraba, apoyada en la pared con un bote de helado en las manos. Charlie la miró.

— Sí, pero no te voy a dejar— le dijo.

— ¿Lastimo tu hombría?

— No, se llaman cuidados— declaró el castaño dando por terminada la conversación.

Ahora que Mia seguía de luna de miel en París y Oliver y Ed eran novios oficiales en su etapa de adolescentes y pasaban todo el tiempo juntos, Charlie había decidido por fin armar la cuna del bebé. Llevaba meses en una caja, le tenían prohibido a Brooke acercarse para armarla, solo la habían dejado pintar la mitad de la pared de gris claro y Oliver pintó la otra mitad, puesto las repisas y llevado unos muebles al cuarto, pero Charlie había insistido en armar la cuna.

Brooke fue a la cocina a dejar la nieve en el congelador y a tomar agua. Volvió al cuarto a incomodar a su novio con su mirada, pero nada podía sacarlo del trance en el que estaba. Charlie no era la clase de hombres que se obligaban a hacer "cosas de hombres" para llenarse de testosterona y sentirse mejor con ellos mismos, de hecho, estaba bastante consciente de que, de haberla dejado, Brooke ya hubiese armado la cuna. Pero quería armarla él.

— La llave es para atornillar— dijo Brooke.

— Yo sé.

— No te enojes, te trato de ayudar.

— Ya.

Brooke rodó los ojos y salió del cuarto, se sentó en su cama y se puso a doblar ropa de un canasto. Una película ochentera estaba en la tela, con volumen bajo, perfecto para prestar atención y para oír los murmullos de frustración del chico en el cuarto del bebé. Nunca peleaban, rara vez tenían peleas serias, y cuando las había las arreglaban rápido. Principalmente porque Charlie evitaba los conflictos y a Brooke no le gustaba estar enojada con él. Y cada que el ambiente se ponía tenso, uno de los dos se iba para dejar respirar al otro, luego lo hablaban. Cuando Brooke terminó con la ropa, la guardó y acomodó la cama sin molestar a Bonnie, que dormía plácidamente sobre esta, volvió al cuarto del bebé dónde Charlie ya tenía dos partes de la cuna juntas.

— ¿Ya lo averiguaste?— preguntó Brooke sonriendo.

— Sí, no es tan difícil, solo es girar estas cosas— dijo, ya más relajado.

Brooke se acercó y masajeó sus hombros, le besó la mejilla y se levantó.

— Esa parte está al revés— le dijo antes de irse.

Charlie revisó el manual y gritó frustrado.

Brooke fue a la cocina a recoger los platos del desayuno, se puso a lavarlos oyendo el golpeteó de la madera en el piso de arriba. Tallaba unos platos con la esponja cuando un dolor punzante la apuñaló en el vientre bajo. Dejó la esponja sobre un plato sucio y se agarró de la orilla del lavabo. Por unos momentos mientras el dolor la hacia apretar fuerte la encimera un miedo creciente de estar perdiendo el bebé la hizo paralizarse. El dolor paró. Posó su mano en su vientre, el bebé se movía un poco y su mano temblaba. Se quedó quieta un momento, analizando las posibilidades.

Se tranquilizó y volvió a lavar los platos. Cuando acabó se secó las manos y miró el reloj en la pared. Eran las diez de la mañana. Abrió el refrigerador y otro dolor la hizo apretar el rostro. Duró y dolió lo mismo. El dolor cesó y cayó en cuenta de lo que estaba pasando. Fue por su celular y marcó el numero de su obstetra, el doctor Walter, que le contestó al primer tono. 

Nuestro pequeño reinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora