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— Es un niño.

— ¡Que buena noticia!

Brooke nunca creyó que esas palabras fueran a salir de sus labios, menos a su padre. ¿Pero por qué no? No estaba en sus planes ser madre, que mas daba incluir a Henry a su vida después de años de ausencia. 

Después de todo, sabía que lo terca lo habia sacado de su padre, y si era así, Henry no se iba a dar por vencido hasta que Brooke lo incluyera en cada aspecto de su vida. Mejor empezar poco a poco y desde temprano. 

El hombre cuarentón miraba sus manos mientras su hija comía un pay de queso. Brooke tenía los ojos de su madre, pero el cabello café y rebelde de su padre. Y era la combinación perfecta, pues al verlos juntos era obvio que eran padre e hija. Tenían la misma sonrisa socarrona y la misma risa estruendosa.

— ¿Tu novio sabe que estás aquí?— preguntó Henry.

— No. Piensa que estoy en el trabajo.

No negó a Charlie como su novio, a pesar de que no lo era. Y cuando llegó a la casa y lo vio en la cocina quejándose de un profesor, una rápida fantasía de acercarse a él y callarlo con un beso se hizo presente. No negó ni un solo sentimiento que apuñalaba su corazón cuando estaba con él. Solo no lo exteriorizó. Brooke gruñó fastidiada cortándolo a media frase. 

— ¿Qué pasa?— preguntó Charlie.

— Te odio.

— Gracias.

Brooke se dio la vuelta y caminó hacia el refrigerador para sacar algo de comer. Charlie la rodeó por la espalda y apoyó su barbilla en su hombro. La abrazó por la cintura poniendo sus manos en su estomago abultado oliendo su cabello a cítricos.

— ¿Sabes todo lo que causas en mi, cierto?— Preguntó Charlie.

— Sí.

— Quiero que tú sientas eso mismo conmigo.

Pero ella no quería. Charlie se fue agarrando las llaves de la mesa. Brooke se llevó una mano al estómago. Necesitaba arreglar sus sentimientos. 

Se sentía segura cuando estaba con Charlie. Se sentía feliz y completa. Pero le asustaba esa sensación. Bonnie llegó con ella al verla acostada en el sillón. Puso su cabeza en el estomago de la castaña rogando por mimos los cuales ella atendió. El bebé pateó y Bonnie se levantó asustada. Miró el estomago de la castaña y luego a esta la cual sonrió. El bebé volvió a patear  Bonnie lamió el vientre. Brooke se rio. 

Era la primera vez que sentía patear al bebé. 

— Hola, mi niño— le habló sentándose en el sillón. 

Solía hablarle en la noche antes de dormir y en la mañana al despertar. Pero el acontecimiento merecía una felicitación.

Cuando Charlie volvió con la cuna vio a la castaña cocinando algo. Era masa. Por lo que supuso que hacía un pastel. Dejó una de las rejas de la cuna en la sala apoyada en el sillón y se acercó a preguntarle qué hacía y ella respondió que galletas. Abrió el refrigerador y sacó una soda para tomársela. Cerró la puerta del refrigerador al ver como Brooke lo veía vigilando sus movimientos. Salió de la casa y fue por las otras partes de la cuna y cuando terminó de bajar todo se aceró a ella y con cuidado acunó su rostro en sus manos, se acercó y juntó sus labios con cariño. Ninguno puso resistencia. Todo se dio tan natural. Y era demasiado el cariño con el que Charlie la besaba. Cuando se separaron Brooke se le quedó viendo un rato, se limpió las manos en un trapo y salió de la casa. 

— ¡Tienes que dejar de huir de tus sentimientos, Brooke!




— No podía seguir actuando con tanta cautela, hubiera sido estúpido de mi parte— dijo Charlie como si nada — Solo... Brooke sigue actuando raro después de cada beso. No la entiendo.

— Yo sí que la entiendo— dijo Ed —Brooke es inmadura, está asustada y no te ama.

— Gracias.

—De nada.

— Pasando a cosas más felices, ya conseguí un departamento— Ed sacó una hoja con todas las especificaciones y se la dio a su amigo — Dos habitaciones, un baño, cocina— hizo una pausa — No es muy grande pero es suficiente. 

Ed hablaba y hablaba de cuan bello y nuevo era el departamento al que se irían a vivir. Y Charlie solo pensaba en que dejaría de ver a Brooke todos los días. Dos días después empezaron la mudanza. Ed tenía razón, el apartamento era pequeño, pero prácticamente solo usarían su nuevo hogar para dormir. Al día siguiente ya estaba todo listo, habían llenado el pequeño departamento con sus sillones de tela naranja, que el hermano de Ed habia guardado en su bodega, la mesita de café que había sido hecha por Ed en una época donde había estado en clases de carpintería. Tenían una mesa para el comedor y cuatro sillas que habían pertenecido a los padres de Ed y estaban mordidas por su Golden retriever. Las alacenas estaban llenas de comida chatarra y lo único nuevo que tenían era la cortina del baño y el rollo de papel. 

Cuando Charlotte y Mia fueron a visitarlos por primera ves a su departamento nuevo Mia se puso a recoger sin darse cuenta. Había ropa tirada por todo el suelo y platos de cereal medio vacíos en el suelo. 

— Deberíamos traerla cada semana— dijo Charlie a Ed sin que la rubia se diera cuenta. 




Cuando Brooke vio a su hermano entrar al café corrió a abrazarlo. Y es que quería a Oliver, era su hermano mayor y era el que más la había ayudado a procesar y lidiar con sus sentimientos hacia Charlie. Por eso cuando le dijo lo que quería hacer, él sonrió y rio con felicidad. Lo sabía desde un principio. 

Esa misma tarde fue al nuevo departamento de Charlie y cuando él abrió la puerta, en su vieja playera verde y su pantalonera sin marca, comiendo Lucky Charms directo de la caja no dudó ni un momento lo que iba a hacer. 

— ¿Quieres ser mi novio?

Nuestro pequeño reinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora