46. Xefros

333 61 0
                                    

Xefros. 18 años.


Hola, mi nombre para este caso, es Xefros. Tengo 18 años, y soy de México. Como estoy usando un seudónimo, aclaro: soy una chica.

Bullying... no sé por dónde comenzar. Ha sido una extraña constante en mi vida, al punto de que esto seguramente sonará más a ficción que a una circunstancia de la vida real. De cualquier manera lo escribiré, pues si hay alguien por ahí que se sienta igual que yo, quiero decirle que no está solo. Quisiera comenzar, mencionando que no sólo he sido víctima de bullying, sino que también me ha tocado presenciarlo. Mi mejor amigo, dos de mis parejas, muchos amigos más. Me siento orgullosa de decir que nunca me he quedado callada a presenciar los hechos, pero obviamente admito que algunas veces también me tocó estar del otro lado del bullying, aunque no fuera con intención de hacer daño. El punto aquí es reconocerlo, reconozco que he hecho mal... por eso, esta vez, quiero ayudar. En mi historia, todo comenzó... poco después de que nací. Todos mis familiares dicen que yo era un bebé muy extraño. Que no me gustaba que me levantaran, me movieran, ni me tocaran. Claro que, cuando se trata de bebés, nadie le toma mucha importancia. A fin de cuentas los bebés lloran por todo. Pero crecí un poco, y notaron que mi desarrollo era extraño para un bebé. Poco común. Me gustaba dibujar, aprendí a leer y escribir antes de entrar a preescolar. Pero había algo inusual, conductas extrañas. Nula tolerancia a ruidos fuertes, llanto aparentemente sin sentido cuando alguien me tocaba, la mayoría de las veces... agregando, además, que siempre preferí vestirme como chico. Como sea, mis padres nunca le dieron mucha importancia. Decidieron que si me veían sana y mis conductas no me hacían daño o le hacían daño a alguien más, no valdría la pena intentar corregirlo. Llegué a los cinco años y el departamento en el que vivía sufrió un pequeño accidente: se incendió. En ese momento sólo éramos mi papá, mi mamá y yo, pero mi mamá estaba embarazada de cinco meses, por lo que la ambulancia nos llevó a todos para revisar si no estábamos intoxicados y eso...Como sea, me estoy desviando. El punto aquí es que, cuando pasó todo el susto del incendio y volví a las clases del preescolar, me citó una maestra (que hasta tiempo después entendí que era una psicóloga) para revisar mi estado mental después del incidente: que no me hubieran quedado traumas. Pero al hacerme las pruebas relacionadas con el accidente, decidió hacerme más pruebas de las que tenía planeadas, de otros tipos. Y a la semana que siguió, citó a mis padres para que fueran a hablar con ella. Yo nunca supe exactamente qué les dijo, pero recuerdo que después de eso, las maestras del preescolar simplemente me dejaron hacer lo que quisiera hasta que salí de clases. Mis padres siempre me trataron igual, siendo el único cambio la forma en que manejaban mis conductas extrañas. Hice un examen para entrar a la primaria, a los seis años, y también me lo aplicó una psicóloga. No recuerdo de qué iba el examen pero recuerdo que seguí las instrucciones tan al pie de la letra que quien me estaba aplicando el examen se estresó, me dijo que lo dejara así, y volvieron a citar a mis padres. De cualquier manera, me dejaron inscribirme y entré. Ahí comenzó el problema. Yo siempre fui una niña muy tranquila, introvertida, casi no hablaba, tampoco buscaba peleas... y era ridículamente bajita. Muy, muy pequeña. Además, siempre tuve tendencia a hacerme amiga de los "marginados", porque siempre me ha sido más fácil interactuar con ellos que con los "populares". No por miedo, sino por interés propio...En fin. ¿Qué blanco más fácil podría haber en una escuela, que una persona pequeñita y callada? Chicos más grandes tomaban mis cosas y las subían a lugares donde yo no pudiera alcanzar, lastimaban a mis amigos, se burlaban de mi nombre (que se parece, tal vez, a mi seudónimo a cierto punto). En verdad no me lastimaban, pero era molesto, muy molesto. La situación se mantuvo tolerable hasta que cumplí once años, pues había un niño, Rommel, que me hacía la vida imposible. De alguna manera, toda la consideración de las personas que me rodeaban con respecto a la intolerancia a los ruidos y al tacto y semejantes, él se encargó de arruinarla. Sus amigos y él hacían todo lo posible para hacerme sentir mal, en todo sentido. Además de hacer las cosas que yo odiaba, se divertían diciéndome que nadie me quería ahí, que sólo estorbaba en los salones, que si por qué no me iba a otra escuela. Con el tiempo, comencé a creerle a Rommel y a sus amigos. Me volví aún más callada, pero esta vez era diferente porque estaba triste, y no sabía cómo manejar la situación, de ninguna manera. Además, en casa las cosas tampoco andaban muy bien, fue una época en los que mis padres peleaban mucho entre ellos, y mi hermano y yo teníamos que hacer todo por nuestra cuenta porque acababa de nacer nuestra otra hermana. Bueno, mejor dicho, yo hacía todo, porque mi hermano tenía apenas seis años.Hice otro examen psicométrico para entrar a la secundaria y ahí fue cuando todo tuvo sentido, pues en ese momento sí me dieron los resultados junto con mis padres. Autismo, dijo la psicóloga. Le pregunté a mis padres si ya lo sabían y me dijeron que sí, que toda la vida había sido así.(Tal vez me olvidé de decir algo antes: soy homosexual. Aunque nadie lo sabía hasta hace relativamente poco, tuve una novia desde sexto de primaria hasta segundo de secundaria, pues ella se mudó, justamente, porque en su escuela sí se enteraron de que ella era homosexual).Recapitulando, para cuando entré a la secundaria yo ya sabía que era, como mínimo, bisexual. Además, autista, pequeña, nerd, malísima para los deportes, amiga de todo marginado, con un nombre extraño, pintas de chico, y además, usaba gafas. Nunca me dejaron de decir cosas al respecto, y Rommel y sus amigos siempre estuvieron ahí, hasta el final de la preparatoria, pero sus palabras simplemente dejaron de ser importantes. En parte ayudó el hecho de que entendí que hay cosas que uno simplemente no puede cambiar. ¿Cómo voy a obligarme a crecer, a perder el autismo, a dejar de usar gafas, a ya no ser homosexual? Me estaría perdiendo a mí misma, todas esas cosas forman parte de quien soy ahora. No quiero seguir quejándome de lo que pasó conmigo, pues todo mejoró cuando entré a la preparatoria, a cierto punto... encontré a muchas personas que pensaban y sentían como yo, y me apoyaron en cada decisión que tomé.

¿Quién soy yo ahora, a mis dieciocho años? Bueno, mucho ha pasado conmigo. Me di cuenta de que mi bisexualidad era falsa, sólo soy homosexual. Sigo vistiendo como chico, incluso me corté el cabello pues me sentía más cómoda de esa manera. Crecí un poco más, a fin de cuentas, y al menos ya paso del metro y medio. Sigo usando gafas. Manejo mejor mi conducta, y dejé de hacerme daño.

Quiero decir que si alguien se siente como yo, o como alguno de mis amigos, puedo asegurar que todo pasa... y que si quieren contactarse conmigo para cualquier cosa, pueden hacerlo con toda confianza.

@RedHades

BULLYING STOPS HEREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora