Chapter 42

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Jim Parsons

Aún notaba hormigueo en las extremidades de mi cuerpo, especialmente en las manos. Las abría y cerraba una y otra vez respirando con dificultad por la opresión que sentía en el pecho. Quería llorar, o quizás no, cómo saberlo si albergaba un cúmulo de sentimientos dispares al mismo tiempo. Presioné mi pulgar y mi índice contra los párpados, sin saber exactamente con qué finalidad, tal vez con la intención de concentrar el dolor o la molestia en otro punto mucho más soportable.

Un vehículo que pretendía adelantarme por la izquierda tocó el claxon con fuerza. Pude oír perfectamente lo que dijo al llevar la ventanilla bajada, algo poco agradable que obvié por completo volviendo la concentración a la carretera. No estaba lejos de la casa de Mayim así que accioné el acelerador para llegar lo más rápido posible.

A las 19:38 de la tarde mi amiga abrió la puerta tras pulsar el timbre y esperar apenas dos segundos.

–¡Hola Jim! Pasa, pasa.– dijo con prisa y una sonrisa de oreja a oreja.– Dame esa mochila.

Obedecí y casi dándome un tirón en el brazo me la cogió y subió escaleras arriba con ella en la mano. Miré al rededor girando sobre mí mismo. Todo estaba ordenado y había una tetera en el fuego y algo cocinándose en el horno. Me acerqué y pegué mi nariz al cristal con cuidado de no quemarme.

–Estofado con patatas, espero que tengas hambre.

– ¿Y qué hay de tu dieta vegana?

–Tengo calabacines rellenos de tofu y champiñones.

–No tenías que haberte molestado, Mayim, con eso me habría servido.

–Si quieres puedes comerlos también.

–¿No te parece que ya he engordado bastante últimamente?– levanté las cejas y señalé hacia mi barriga.

–¿A ver...?– dijo pensativa palpándome por encima de la camisa.– No, creo que sigues igual de bien.

–Si querías meterme mano podías haber esperado al postre, o al vino. No me habría negado.

–Tampoco lo has hecho ahora.–contestó juguetona.

Ambos reímos permaneciendo de pie en la cocina. Aún recordaba la última vez que había estado ahí, las cosas fueron bien distintas, ella terminó llorando y yo lleno de cólera por el chorro de información que recibí, pero daba gusto volver a estar así de bien.

–Un segundo, Jim.

Se hizo a un lado para apartarme y abrió la puerta del horno. Un agradable olor inundó la estancia haciéndome cerrar los ojos al tiempo que inspiraba. La mano de Mayim para la cocina era espectacular, incluso más que la mía me atrevería a decir. Reí interiormente e hice un movimiento con los hombros.

–¿Dónde tienes los platos? Voy poniendo la mesa mientras.

–Se supone que eres el invitado.

–También tú cuando vienes a mi casa y no dejas de ayudarme en todo.

Me subí las mangas de la camisa y empecé a abrir las puertas de la alacena. Todo estaba perfectamente ordenado y también cambiado de sitio, acostumbraba a guardar la vajilla en la puerta de la derecha y ahora estaba en el lado opuesto, junto a los vasos. Debía resultarle más práctico. Saqué dos platos llanos y otros dos hondos, con dos tenedores y cuchillos. Busqué un par de manteles individuales y lo coloqué todo sobre la mesa decorada por un jarrón lleno de tulipanes amarillos.

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