Chapter 48

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Jim Parsons

  –¿Quieres quedarte? – hizo una pausa.- Ya sabes..., como si estuvieses en tu casa.

Los dos reímos y negué con la cabeza sin dejar de contemplar los muebles de jardín que decoraban el exterior, rodeados por las gigantescas palmeras que agitaban sus hojas sobre el tejado de la casa. Estaba tan absorto por la tranquilidad que transmitía aquel lugar que me parecía imposible ponerme en marcha de nuevo.

–¿Estás seguro de la decisión Jim?– volvió a decir al darse cuenta que no le prestaba atención.

–Sí.– dije con firmeza.

Bien...– masculló paseando los ojos por el techo de la habitación.– Entonces no hay más que decir.

–Hablaré con Todd en cuanto llegue a casa.

–Todo irá bien.– dijo sonriendo, ahora acariciando a su perro.

Aún no me podía creer que lo hubiese hecho. Me había llevado mucho tiempo meditar este asunto pero al final me había decidido. Me sentía bien conmigo mismo, satisfecho. Había sido fiel  a mis sentimientos y eso me reconfortaba por dentro, aunque aún tenía que darle la noticia a Todd y temía que su reacción no se adaptase a mis expectativas.

–Ha sido un verdadero placer, Jim.–dijo extendiéndome su mano.

–Lo mismo digo. – respondí.

Todd Spiewak

Mayim me había envuelto un trozo del pastel sobrante para Jim. El olor inundaba el coche y era lo más agradable que había percibido en todo el día. Como era de esperar Jim no había regresado cuando prometió.

–Estás muy callado.

No podía sacarme aquella imagen de la cabeza. Si al menos hubiese visto con claridad la cara de aquel tipo...

–¿Cabreado con Jim?

Suspiré de forma más parecida a un bufido lanzando la vista fuera de la carretera. Aún hacía calor y el sol me iluminaba la parte derecha del rostro.
Simon me miraba dubitativo, tratando de extraer una conclusión. Me sentí tan avergonzado ente aquella casa blanca rodeada por muros y palmeras que cuando regresé a la casa de Mayim no quise contarles nada. O al menos no la verdad.

–Gira a la derecha.

–¿Cómo dices?

–Ahí, a la derecha. Gira.– insistí colocando los dedos sobre el cinturón de seguridad para soltármelo.

–¿No quieres que te deje delante del portal? Estamos a cinco minutos en coche desde aquí.

–Tranquilo, Simon.– dije con una amable sonrisa.– Me apetece dar un paseo por el parque y tomar el aire.

–Está bien, como prefieras.

No pareció muy conforme pero hizo lo que le pedí.

–Gracias por acercarme. Debí traerme mi coche.

–No te preocupes. No me cuesta nada.– hizo un gesto con la mano y cerré la puerta al bajarme.– Tírale al grandullón de las orejas cuando le veas, nos debe una a todos.

–Lo haré.– disimulé con una sonrisa.– Claro que lo haré.– repetí mentalmente y emprendí mi camino a pie a lo largo del frondoso parque.

The Theory of EverythingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora