Epilogue

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Pasamos a la habitación titubeantes con las manos y las piernas temblorosas, al menos yo. No era la primera vez que entraba en un sitio así pero la situación era muy distinta de lo que había sido en ocasiones anteriores. Avancé unos pasos desmarcándome de Todd y aproximándome al borde de la cama. El corazón me bombeaba con fuerza y, de haberme podido ver, seguro que mis pupilas estaban dilatadas comiéndole el espacio al azul de mis ojos.

El móvil sonó dentro del bolsillo de mi pantalón. Sin apartar la vista del pequeño bulto de mantas blancas que parecía tener vida propia por el movimiento que se percibía bajo el algodón de su tejido, le extendí el brazo a Todd sosteniendo el iPhone en mi mano para que respondiese por mí. Por un momento olvidé todo, cualquier movimiento, ruido o chasquido que pudiera acometerse.

Fue entonces cuando me incliné sobre aquel bultito y una sacudida procedente del corazón me inundó de un sentimiento que jamás había experimentado.

–Es Mayim.– escuché que Todd decía a mis espaldas.

Le hice un gesto con la mano para que se quedase callado y a continuación, sin parpadear, le invité a acercarse.

–No seas tímido, Jim, cógelo.

Inmediatamente miré a Julie. Su sonrisa me calmó un poco y también la de mi madre, que asintió con la cabeza en señal de aprobación.

Accedí. Coloqué los brazos en la posición adecuada mientras mi hermana me acercaba con sumo cuidado el envoltorio de mantas. Cuando sentí completamente su peso sobre mí lo acomodé y acerqué a mi pecho contemplando su dulzura.

–Oh...

Todd pareció querer decir algo que se quedó en un sonido ahogado, optando por envolverme con uno de sus brazos por la cintura. Pestañeé para enfocar la vista y fue cuando me di cuenta que mis ojos estaban encharcados en lágrimas por la emoción.

Su diminuta carita, aún enrojecida, mostraba unos ojos incapaces de abrirse para contemplar el mundo que le rodeaba y una pequeña boca semi abierta con labios rosados por la que el aire entraba y salía muy lentamente. A medida que le miraba se me fue dibujando una sonrisa y una lágrima se deslizó hasta mi barbilla. Entonces, con delicadeza, le acaricié la nariz sintiendo repentinamente una diminuta mano que me envolvía el dedo. El bebé parecía haberse percatado de nuestra presencia y había abierto los ojos tímidamente.

–¿Hola? ¿Todd? ¿Jim? ¿Ya habéis visto al bebé? ¿Cómo es?– la voz de Mayim, junto con la de Melissa, Johnny, Kunal, Simon y Kaley, se escuchaba a través del teléfono como si estuviera allí. Debía de haberse activado el manos libres.

–Sí, grandullón, queremos saber cómo es.

–Seguro que se parece a Julie.

–O a Jim, ¿os imagináis?

–Shh, chicos bajad la voz que no escucho nada.

–Simplemente increíble, Mayim.– dije finalmente.– Teníais razón...es...algo único.

Mamá y Julie rieron secándose los ojos y Todd buscó mi mirada rebosante de felicidad.

–Te queda bien.– me susurró.

Le miré entre sorprendido y avergonzado, aunque sus insinuaciones ya se remontaban a años atrás. Rodé los ojos dedicándole una sonrisa y centré de nuevo la atención en mi sobrino.

Quizás después de haber vivido aquel momento todas las cosas malas se veían compensadas. Tenía la oportunidad de enseñarle, junto con mi hermana, todo aquello que nuestro padre nos había inculcado, cuidarle como él lo había hecho.

De nuevo la sonrisa se dibujó en mis labios y la mano de Todd sujetó la mía sosteniendo parte del bebé. Ahora podía verlo con claridad. La vida era maravillosa aunque en teoría fuese difícil, porque merecía la pena encontrarse con personas capaz de acompañarte en esa aventura, haciendo que cada cambio, cada final se convirtiese en un nuevo comienzo, porque la vida era eso, el comienzo de un final incierto, pero que con las personas y momentos adecuados podía convertirse en todo lo que uno necesita y al fin y al cabo ellos eran mi todo.

Fin

The Theory of EverythingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora