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Por ahora dejaremos a la desdichada Justina y centraremos nuestra atención en Julieta, quien aunque no tenía mejores prendas que las de su querida hermana, se convirtió, al cabo de quince años, en dama con título de nobleza, buenos ingresos, joyas preciosas, casas en la ciudad y en el campo, y el amor y la confianza de un reconocido consejero del estado. Es de suponerse que su progreso en el mundo fue bastante complicado pues, en realidad, sólo por el camino más difícil puede mejorar su vida una mujer pobre. Pero contaremos aquí su historia, ya que ésta habla por sí misma.
Cuando se separó de su hermana, Julieta se encaminó sin dudar hacia la casa de mala nota de cierta madame Duvergier, cuya reputación era conocida en todo París. A pesar de que se presentaba con sólo una bolsa bajo el brazo y un vestido azul arrugado, la recibieron como su llegara en un lujoso carruaje, pues su cara y su figura eran demasiado atractivos (es decir el atractivo que llama la atención a quienes atrae la indecencia), y en la casa de madame Duvergier era lo más apreciado.

Después de contar su historia a la madame, Julieta solicitó lecciones de las artes que habían ayudado a muchas otras muchachas a conseguir la prosperidad.

—¿Qué edad tienes? —preguntó con ansias madame Duvergier, pues son pocas las ocasiones en que una de las de su oficio se topa con una víctima como Julieta.
—Cumpliré los quince dentro de unos días, madame —le respondió la joven.
—¿Y acaso algún hombre ha...? —indagó con excitación la matrona, desabrochando al mismo tiempo el desastroso vestido azul bajo el cual Julieta no llevaba nada puesto.
—No señora, lo juro —dijo la joven sin vacilar.

Entonces la Duvergier besó a Julieta en la mejilla y, al mismo tiempo, metió la mano entre los formidables muslos de la hermosa joven, hasta que la tuvo bien pegada a un par de nalgas desnudas, de una suavidad sublime.
—Pero dicen por ahí —susurró la vieja bruja con el corazón palpitante— que a veces, en esos conventos... un sacerdote, una monja o una amiga se vuelve... digamos... muy íntima.

—Nunca —dijo Julieta.

—Yo necesito pruebas —jadeó la Duvergier, respirando con fuerza.

—Entonces tendrá que comprobarlo usted misma —contestó Julieta sin apenarse.
De inmediato la vieja se hincó, y separando los pilares maravillosamente esculpidos que eran las piernas de Julieta, metió la lengua dentro del triángulo suave  moreno de vello que poblaba el punto de unión.

—Mmmmmmm —gimió la madame sofocada al establecer el contacto de la lengua con la vulva caliente y palpitante de la muchacha. Y Julieta, disfrutando por entero la sensación, empezó a balancear y menear las caderas de gran flexibilidad en forma tan provocativa, que por poco se desmaya la Duvergier del placer.

En cuanto terminó el acto, la vieja madame rodeó los hombros de Julieta con el brazo y le dijo:

—Querida niña, por supuesto que eres bienvenida aquí. Sólo tienes que poner atención a lo que yo diga, y portarte según mis indicaciones. Requiero que te mantengas limpia, que vivas moderadamente, y que seas leal con tus compañeras. Hazlo, y en el transcurso de diez años serás la mujer más rica de todo París.

Después de pronunciar este discurso, Julieta conoció a sus futuras hermanas de pecado. En seguida le asignaron un cuarto en la casa, y al día siguiente se ofreció su cuerpo como mercancía. Durante los cuatro meses siguientes su cuerpo se vendió a más de cien compradores.

Una vez que pasó la etapa del aprendizaje, Julieta se convirtió en pupila titular de la casa, con derecho a compartir pérdidas y ganancias. Se dedicó por completo a sus actividades, realizando perversiones inconcebibles con gran maestría; esta dedicación a la vida de libertinaje llamó la atención de un caballero rico y anciano. Mientras tanto, las recomendaciones de éste propiciaron citas con otros de su misma categoría social, y después de cierto tiempo la desenfrenada muchacha se convirtió en una de las favoritas de la élite.
En verdad, eran tan exquisitas sus habilidades, que en el transcurso de menos de cuatro años seis hombres se habían suicidado porque no soportaban la idea de tener que compartirla con otros. Al fin su reputación quedó bien establecida.

Cuando Julieta cumplió veinte años, cierto caballero, el conde de Lorsange, se enamoró tanto de ella, que le ofreció matrimonio —junto con ingresos considerables, casas y sirvientes. Además, aceptó de buen agrado olvidarse de su pasado, y ofreció todas las oportunidades posibles de reanudar la vida de mujer decente. No obstante, Julieta se sintió infeliz ante los requerimientos que el matrimonio impone, y por tanto, algunas semanas después de la boda, decidió que no le quedaba otro camino que recobrar la libertad matando a su esposo y bienhechor.

Después de que el conde fue asesinado, y todas las evidencias de la oscura acción borradas, la viuda, madame de Lorsange, se dedicó abiertamente a sus actividades antiguas, por lo que se acostó con cualquiera que pudiera pagarle doscientos luises o menos, según fuera su capricho. En el transcurso de seis años, agregó a su lista de amantes tres embajadores, dos obisos, un cardenal y cuatro caballeros de la orden del rey. En el mismo lapso de tiempo, cometió dos asesinatos más, y a esos crímenes —bastante monstruosos ya de por sí— agregó tres o cuatro abortos, pues temía que el embarazo pudiera deformar para siempre su cuerpo hermoso.

De esta manera, las aventuras de Julieta nos permiten ver que los seres más degenerados pueden encontrar en lo profundo del vicio y la depravación eso que acostumbran llamar "felicidad". Pero que esta infame verdad no preocupe a los justos y a los rectos, pues la "felicidad" que se encuentra en el crimen es engañosa, sin tomar en cuenta los castigos que sin duda reserva la Providencia Divina para los criminales; éstos alimentan también en su alma un gusano que nunca deja de corroer sus sentimientos, que les impide disfrutar sus acciones por completo, y que deja en ellos sólo el recuerdo penoso de los crímenes que los han hecho conseguir su "bienestar" actual. En tanto que la desdichada víctima del destino, conserva en su corazón un consuelo verdadero, fruto del convencimiento de que las virtudes propias la compensarán en el cielo de las injusticias de sus semejantes.

Y ahora, regresemos a la historia de Justina...

JUSTINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora