En el transcurso de los días siguientes, el juez de Corville y madame de Lorsange no escatimaron nada para ayudar a Justina a subir desde las profundidades en que había estado sumida, hasta la cima de la esperanza y la dicha. Estuvieron muy complacidos haciéndole paladear los más ricos manjares, y tendiéndola en el lecho más blanco. Contrataron a un cirujano para que borrara las muchas cicatrices que había ido adquiriendo con el tiempo, y pronto su piel se volvió clara, con aquella belleza alabastrina que tenía antes de verse sometida a pruebas tan horribles.
Fue entonces, por fin, que Justina comenzó a disfrutar de la felicidad. La risa, que por tantos años había desaparecido de sus labios tiernos, apareció otra vez. Las arrugas del dolor fueron borrándose de su frente. Poco a poco fue recuperando una vitalidad y una animación que iban de acuerdo con su edad. Quizá lo más importante de todo fue que el juez de Corville publicó a través de toda Francia los malos tratos a que había sido sometida la pobre muchacha a manos de sus diversos torturadores; en respuesta llegaron cartas de los diversos tribunales en los que estaba inscrita como convicta -y hasta el Rey mismo- indultándola de todas las acusaciones. Además, por decreto oficial se le pagaron daños por mil coronas al año, lo suficiente para asegurar que no padecería necesidades por el resto de su vida.
¡Qué extraordinario parecía todo! Pero era la voluntad del cielo que aquella felicidad no durara mucho tiempo. En realidad, mientras la muchacha contenta agradecía al cielo por la dicha que por fin había conseguido, la mano del destino estaba levantándose ya para darle el último golpe.
Sucedió al final del verano, cuando Justina y madame de Lorsange estaban de visita de fin de semana en la propiedad del juez superior de Corville. Una tormenta terrible las había obligado a permanecer dentro de la casa; pero el calor sofocante de aquel sol de la tarde obligó a que se abrieran todas las ventanas. Al llegar la noche los rayos zigzaguearon en el cielo, y madame de Lorsagne sintió mucho miedo. Justina, tratando de consolarla, se puso a cerrar las ventanas.
Es ese momento la tormenta arreció. fuertes ráfagas de viento entraban por las ventanas abiertas, azotándolas y rompiendo los vidrios. Justina, para tratar de que los daños fueran menos, se puso a luchar para tener cerrada la ventana grande. De pronto un rayo enorme surgió desde el cielo; saliendo de las nubes en líneas quebradas, el extremo puntiagudo entró por la ventana ante la cual estaba Justina parada y... ¡la fulminó!
Madame de Lorsange, conmocionada, cayó al piso. El juez de Corville mandó llamar a un médico, pero no era necesario examinarla para saber la terrible verdad acerca de Justina. El rayo había entrado por su seno directo hacia su corazón, quemándole el pecho y la cara, y atravesándole el vientre. La pobre muchacha no había tenido ninguna posibilidad de escape; la muerte fue instantánea.
-Que se lleven el cuerpo -ordenó el juez, dirigiéndose con tristeza al médico.
Pero la señora de Lorsange recobró entonces el conocimiento y dijo:
-No. Déjenla ahí donde yo pueda contemplarla, amor mío, porque así sacaré las fuerzas necesarias para realizar lo que acabo de decidir.
-Mi querido Corville; los padecimientos trágicos que ha sufrido esta pobre niña -que fueron insuficientes para desviarla del camino de la rectitud -me han convencido de la locura de mi propia conducta. Cegada por el atractivo de la vida fácil, insensibilizada por la saciedad de todos los sentidos, he llevado la vida de una cortesana. Imagina los horrores que deben esperarme en el infierno si el todopoderoso juzga conveniente castigar a una alma inocente con tales sufrimientos terrenales como los que ha experimentado Justina. No, corville, tengo que arrepentirme ahora, mientras todavía es tiempo; aunque te amo, no puedo seguir siendo tu amante; mi conciencia me dice que debo entrar inmediatamente en un convento, y rezar ahí por el resto de mi vida; nos encontraremos de nuevo como amantes, amor mío, pero será en un mundo mejor al que, inspirados por el nombre ejemplo de Justina, podremos llegar algún día.
Y diciendo esto, firmó un papel en el que hacía el donativo de todos sus bienes a la iglesia. Después, tomando el camino de París, se presentó en la orden de las carmelitas -la más estricta de todas- y en pocos años se convirtió en el ejemplo de todo el convento, imitada tanto por su rectitud como por su piedad y sabiduría. De Corville, conmovido también, renunció a su empleo de juez y se hizo sacerdote.
Así es, querido lector, como termina la historia de Justina, un relato de buena conducta bien castigada.
Si te han conmovido hasta el llanto las desventuras de la virtud, si tu corazón se ha sentido abrumado de pena por las desdichas que acontecieron a nuestra hermosa heroína, entonces,perdonando los duros golpes con que hemos creído necesario describir la crueldad y el sufrimiento, podrás lograr gracias a esta historia la misma inspiración que madame de Lorsange: la verdadera felicidad sólo se puede encontrar en la virtud; el bien será recompensado, el mal, castigado, y nunca es tarde para arrepentirse.
Donatien Alphonse François de Sade.
París, 1797.
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JUSTINA
Teen FictionHABLAR sobre el Marqués de Sade es hablar del lado oscuro que todos tenemos en el inconsciente. Es hablar de una sexualidad "desviada" hacia la perversidad, hacia el placer sensual proporcionado por el dolor ajeno. Al leer sus obras nos encontramo...