En cuanto había terminado Onfalia de poner al tanto a Justina, tocó nueve veces la campana de la torre; al instante ordenó la superintendente del dormitorio que las muchachas se pusieran firmes delante de sus camas, y el padre antonino comenzó la revisión acostumbrada.
Después de que el sacerdote pasó la lista, se sentó sobre un banco en el centro de la habitación, y cada una de las muchachas tuvo que acercarse a él, levantarse las faldas hasta el ombligo y mostrarle los altares de Venus y Sodoma, para que los examinara. Mirando el espectáculo con el gesto de indiferencia de alguien que se sienta totalmente hastiado, pasó con rapidez los trámites de la inspección, y tomó la lista de manos de la superintendente, después de lo cual propinó los latigazos a las muchachas que aparecían en ella.
Después de todo esto, el clérigo juvenil sonrió a Justina diciéndole:
-Ahora tenemos que dar la bienvenida a la de nuevo ingreso.
Ordenándole que se sentara en la orilla de su cama, pidió a la superintendente que desnudara los pechos de la muchacha y le levantara las faldas más arriba de la cintura. Luego, separándole las piernas hasta donde era posible, se sentó frente a ella y apuntó hacia el altar de Venus; cuando logró penetrar ordenó a otra de las compañeras que se montara sobre las caderas de Justina de tal forma, que tuviera frente a él la vulva de la muchacha en vez de la cara de Justina. Después una tercera muchacha tuvo que hincarse junto a él y excitarlo con la lengua, mientras la cuarta, completamente desnuda, dirigía sus manos hacia las partes del cuerpo de Justina que no podía ver, pero que deseaba azotar.
Igual que en la noche anterior, el padre Antonino comenzó a moverse de atrás para adelante, y el ensamble de cuerpos femeninos -todos, menos el de Justina- empezó a menearse siguiendo su ritmo de tal manera, que toda la escena parecía una monstruosa máquina de carne humana. A medida que transcurría el tiempo la intensidad de la lujuria del fraile depravado crecía; Justina podía sentir cómo el miembro palpitante explotaba sus partes internas.
-¡Sexo! -gritaba él con frenesí. ¡Sexo! ¡SEXO! ¡S-E-X-O!.-. Y, finalmente, llegó al clímax, lo cual estuvo acompañado de gritos y alaridos como nunca había oído Justina.
-Muy bien -dijo el cura arreglándose la sotana después de que se deshizo el extravagante acoplamiento sexual-. Ahora Justina ha sido recibida oficialmente. Esperemos que disfrutes de tu estancia aquí, muchacha.
Y luego, salió del dormitorio.
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JUSTINA
Подростковая литератураHABLAR sobre el Marqués de Sade es hablar del lado oscuro que todos tenemos en el inconsciente. Es hablar de una sexualidad "desviada" hacia la perversidad, hacia el placer sensual proporcionado por el dolor ajeno. Al leer sus obras nos encontramo...