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Se acostumbraba en el monasterio que, en el momento que lo deseara un sacerdote, podía llamar a cualquiera de las muchachas para que pasara la noche con él. Varios días después de la "graduación" de Onfalia, Justina fue llamada con ese fin por el cura con cara de simio, el padre Clemente. Según era usual, se presentó fuera de la celda unos minutos antes de que hubiera terminado él de cenar; un portero le abrió la puerta y la encerró dentro. El padre Clemente llegó al poco rato, con el rostro tan encendido por el vino como por el fuego de la pasión. Detrás de él venía su Muchacha de Servicio, una joven llamada Armanda, muy bella con los cabellos castaños y veintiséis años de edad.

-Bien, hija mía -dijo el fraile libertino-. Esta noche veremos qué podemos hacer para recuperar el tiempo perdido.

Después de esto, hizo una señal a Armanda, que comenzó a desnudar a Justina por partes, primero por los lugares más bajos del cuerpo. Cuando quedaron descubiertos los muslos adorables de la muchacha, de color marfil, Clemente se hincó rápidamente y empezó a lamerlos; después, al desnudarle las nalgas, puso su horrible boca en el umbral del templo de Sodoma y metió la lengua odiosa en el altar.

Entonces Armanda se puso por debajo de él, y comenzó a excitarlo con las manos; mientras tanto el fraile pervertido ordenó a Justina que liberara el gas que pudiera tener acumulado en sus intestinos, y que lo lanzara hacia la boca de él; la muchacha se inclinó con repulsión e hizo lo que le pedía, y el asqueroso padre Clemente no cabía en sí de placer.

Los intestinos de la muchacha ya no pudieron soltar más de aquel sucio perfume con el cual es sacerdote pervertido se estaba urgiendo, y entonces se puso a mordisquear las magníficas esferas blancas que cuidaban la entrada; con los ojos echando chispas hincó malévolamente los dientes en las nalgas hermosas, y las mordió hasta que la sangre brotó.

Excitado por la contemplación del fluido rojo resplandeciente, y elevado a las más altar cumbres de la lujuria, el diabólico depravado ordenó que Armanda lo desvistiera. Luego, acostado en la cama con las dos muchachas comenzó a golpearlas con los puños. Pronunciando las obscenidades más horribles, golpeó a una, después a la otra, y agregando a sus golpes mordiscos y patadas, dejaba caer la saliva asquerosa sobre sus víctimas.

-¡Malditas! -les gritaba-. ¡Putas! ¡Zorras! -y continuaba golpeándolas.

Al poco rato, la furia del clérigo llegó a tal extremo, que no se conformó con golpear. Agarrando un látigo que tenía encima de su mesa tocador azotó a una y después a la otra, hasta que ambas espaldas estuvieron surcadas de heridas de un rojo brillante. Luego, cambiando de humor de repente, comenzó a besar tiernamente cada uno de los lugares que acababa de flagelar.
Después de esto, el fraile monstruoso dijo a las muchachas que participarían en un concurso en el que las dos serían azotadas a la vez, y la primera que dejara escapar un grito o una lágrima sería la perdedora. Justina tuvo que sentarse en el suelo con las piernas cruzadas; Armanda fue obligada a colocarse por encima de ella y de frente, de tal modo que las nalgas de una estuvieran colocadas directamente sobre los pechos de la otra. Luego, incitando a las muchachas a que se mostraran valientes, les descargó el látigo con fuerza, cortándoles las carnes con los bordes agudos.
-¡Ah! -gritaba- ¡qué gozo contemplar juntas las nalgas más hermosas y las tetas más exquisitas!, ¡qué placer dar de latigazos en la piel tierna y adorable de cada una de ellas!

Armanda, compadecida de Justina, fue bajándose poco a poco hasta que sus nalgas sirvieron en cierto modo como escudo, y recibió así el furor salvaje de los latigazos que deberían haber compartido las dos.

-No ganarás nada con eso -dijo entonces rudamente a la Muchacha de Servicio-, al contrario: ambas sufrirán por eso.

Entonces, poniendo a Armanda en un extremo de la cama y a Justina en el otro, continuó azotando nalgas y pechos hasta que, por último, cayó tendido en el suelo, agotado por los esfuerzos.

JUSTINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora