9

627 25 1
                                    

Después de que la declararon culpable de robo, sentenciaron a muerte y encarcelaron a Justina en la Conciergerie. Allí conoció a cierta madame Dubois, mujer de unos cuarenta años, tan famosa por su belleza como por el número y estilo de sus delitos. Decían que había violado todos los artículos del código penal francés por lo menos una ocasión, y que se había escapado de la muerte sólo porque los jueces no habían encontrado un medio lo bastante cruel para hacerle pagar sus crímenes.
Justina creó haber hallado al fin en la Dubois una amiga comprensiva y compadecida. La voluptuosa mujer escuchó con mucho interés mientras la desdichada chiquilla le narraba los tristes detalles de las tragedias que le habían sucedido desde el día en que quedó huérfana, unos tres años atrás; entonces, cuando terminó el relato, la Dubois le contó las penas propias, y le explicó que por un afán exagerado de virtud durante su juventud una pandilla de ladrones la había secuestrado, y forzado a llevar una vida de libertinaje, maldad y crimen. En el transcurso de algunos cuantos días, la muchacha  la madame habían creado verdaderos así como profundos lazos de amistad; por lo menos así lo consideraba Justina. Sin embargo, ella no imaginaba que el fingimiento de la Dubois y sus cuidado fueran sólo una máscara que encubriera los planes de las malvada para lograr que ella fuera su seguidora.

Dos noches antes de que llegara el día en que se habría de efectuar la ejecución de Justina, la Dubois atravesó la celda hasta el lugar donde Justina se acostaba.

—Muévete hacia un lado y finge que estás dormida —le susurró. Y cuando Justina lo hubo hecho se acostó en el catre junto a ella.

—Mañana por la noche —dijo la Dubois—, varios de mis amigos van a quemar la Conciergerie. Tú y yo nos ocultaremos en la cocina para que no nos alcance el fuego. Entonces, cuando se haya provocado suficiente confusión con el incendio, aprovecharemos para escapar.
La felicidad que sintió Justina fue mayor de lo que pueda expresarse, al imaginar que ese esfuerzo tan grande había sido organizado por la Dubois en apariencia para su beneficio, pero, de cualquier manera, se sintió un poco preocupada.

—¿No existe el riesgo de que algunas prisioneras se quemen con el incendio? —preguntó, algo inquieta.
—Por supuesto —le contestó la Dubois—. Muchas arderán, y quizá mueran varias. Pero ¿qué nos importa, si logramos escapar nosotras?

Con los ojos inundados de llanto, la buena Justina tomó la mano de la otra mujer entre las suyas.

—Te doy las gracias por todo lo que has hecho, amiga mía —le dijo muy tranquila—, pero no puedo aceptar tu ayuda si el precio que pagaré para salvar mi vida ha de ser la inmolación de otras prisioneras.

—Pero, niña tonta —exclamó la madame—, de cualquier manera van a ser ejecutadas. ¿Qué importa si mueren antes o después?
—No —insistió Justina—. No me marcharé.

—Siendo así me iré sin ti —dijo la Dubois—. Ya están bien hechos los planes, y es demasiado tarde para dar marcha atrás. Puedes elegir entre acompañarme o permanecer aquí y morir, pero incendio se realizará tal como se ha planeado.
Viendo que la otra mujer estaba por completo decidida, Justina aceptó por fin el plan, pero al llevarlo a cabo le dolía el corazón.



HOLA! 

Espero y estén disfrutando de la lectura, lamento el retraso para subir capítulos, he tenido una semana compleja, pero como verán les he dejado 3 nuevos.

Comenten y den like si es que se les hace interesante o simplemente si gustan que siga escribiendo. Porque aunque no lo crean se necesita un poquito de motivación.

Gracias por pasarse por aquí. 

JUSTINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora