Libro segundo. 1

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Todas las células de su cuerpo padecían terribles dolores. Sus ojos estaban cerrados a causa de la inflamación. Fuera del cuarto podía oír el chisporrotear de una fogata, pero ninguna otra cosa. Abriendo los ojos los ojos con dificultad, trató de mirar a través de la ventana: Todo estaba oscuro. Era de noche, pero ¿qué noche?, ¿qué hora? No tenía ni la más remota idea.

De pronto hubo un movimiento dentro del cuarto, y Justina escuchó el ritmo de pasos pesados que se acercaban a su lecho. Una gran figura ensombreció la cama al inclinarse sobre ella, y a la tenue luz anaranjada de las flamas del cuarto contiguo pudo reconocer las toscas facciones del malvado Corazón de Hierro.

-Hola, mi amor -susurró roncamente el granuja. Luego, con una ternura increíble, se inclinó y la besó con suavidad en la mejilla llena de moretones-. Espero que no me niegues la dicha de pasar contigo lo que falta de la noche.
-¡Canalla! -pudo decir la débil chiquilla-. ¿Dónde estamos? ¿Cuántos días han pasado desde que abusaron de mi virtud?

-¿Días? -rugió en voz baja el temible Corazón de Hierro-. Sólo han pasado unas cuantas horas, cariño. Estamos aún en el escondrijo de Bondy. En cuanto a haber perdido tu doncellez, es verdad que no se respetó tu pudor, pero sigues conservando tu virginidad intacta: Eres la misma doncella que entró aquí. -Y acostándose en la cama junto a ella, le tomó la cara hermosa con las manos y, con una ternura sorprendente, comenzó a besar todas sus heridas-. Además -continuó-, quiero decirte que me he encariñado mucho contigo. Estoy seguro de que podemos ser buenos amigos, si tú lo aceptas.
-Señor -contestó Justina con voz débil-, dudo que pueda llegar a apreciar alguna vez el modo en que expresa su afecto. Además, me parece completamente repulsivo; por tanto, le agradeceré me deje en este momento.

-Vamos, vamos, querida niña -insistió el bandido terco- no soy tan malvado. Además, ya he decidido que pasaré la noche contigo, y no podrás hacer nada para evitarlo. -Y besándola de nuevo con ternura, agregó-: No debes tener miedo. No intentaré ningún contacto sexual si tú no quieres. Vamos a platicar un poco nada más, y si estás fatigada, nos dormiremos.

Muy a pesar suyo, Justina se dio cuenta de que estaba encontrando un modo extraño de complacencia en las demostraciones de Corazón de Hierro. Tenía los brazos largos y musculosos y, mientras éstos mecían suavemente el cuerpecito de ella, la chiquilla solitaria y dolorida sólo deseaba apretarse contra él hasta que, en un momento de éxtasis sublime, los dos cuerpos se volvieran uno. Pero acordándose de las atrocidades a que la habían sometido momentos antes, se soltó.

-Señor -dijo con tranquilidad-, no tenemos absolutamente nada de qué platicar. Por tanto, le pido que se marche ahora mismo.

En ese momento un gesto sombrío apareció en la cara de Corazón de Hierro.

-Espero que no hayas olvidado, mi dulce niña, que hace algunas horas, con el fin de conservar tu doncellez, aceptaste convertirte en miembro de la nuestra pandilla. ¿No te imaginas por qué la Dubois quiere que permanezcas con nosotros? Para vender esa misma doncellez que quisiste salvar al dar tu consentimiento. Sí, y no sólo la venderá una vez, sino cientos de veces; te mandará curar por un cirujano después de cada venta para que recobres la apariencia de ser virgen. Pobrecita mía, no te dabas cuenta de eso, pero tu consentimiento para unirte a la pandilla ha sido, en verdad, tu aceptación a compartir una vida de concubinato gratuito. Y ahora no te queda otra opción que la muerte, pues todos sabemos que la Dubois obliga a que se respeten sus acuerdos.

-¿Y por qué -interrogó con suspicacia Justina- me dice ahora todo esto por gusto?
De nueva cuenta, Corazón de Hierro tomó la cara de la chiquilla entre sus manos y llenó los golpes de besos tiernos. Con la luz tenue de la fogata pudo ver una lágrima gruesa correr por la mejilla tosca.

-Porque te quiero, niña tonta -dijo roncamente el bandido-. Porque estoy enamorado de ti y quiero casarme contigo-, y al decir esto, la estrechó con tanta fuerza y pasión que Justina sólo deseó que en aquel abrazo quedaran fundidos.

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