Durante los días siguientes Justina vio muchas veces al doctor Rodin. Cumpliendo con lo que había dicho, éste no hizo ningún intento para lograr un conocimiento carnal más íntimo de ella, sin embargo, las atrocidades acostumbradas contra los alumnos continuaron sucediendo igual que antes, y nunca demostró, salvo la expresión oral de algunas palabras piadosas, que recordara siquiera la conversación que tuvieron al pie de la cama. Después de cierto tiempo, hasta la ingenua Justina comenzó a preguntarse si el doctor sería en verdad sincero en la intención que había expresado de encontrar el camino de la rectitud. De ser así, era indudable que realizaba este propósito con muy poco entusiasmo. De lo contrario, ¿para qué querría que Justina permaneciera en su casa -especialmente ahora que estaba curada, y le había manifestado con claridad que nunca sería víctima de su lujuria? Era una interrogante que, al menos por el momento, tendría que seguir sin respuesta.
Si el trato de Justina con el doctor era difícil, su labor misionera con Rosalía, su hija, parecía tener un éxito increíble. La bella joven quería que Justina la convirtiera al cristianismo, y dedicaba todo el tiempo que podía a conocer los dogmas sagrados y los misterios sublimes de la fe. Por su parte, Justina era buena maestra, y no pasó mucho tiempo para que Rosalía avanzara hasta el punto en que sólo le faltaba que la presentaran a un sacerdote para la ceremonia oficial de la conversión.
Claro que esta última formalidad resultó ser la más difícil. Cuando las dos muchachas pidieron permiso a Rodin para acudir a un sacerdote, el médico incestuoso enfureció; su cólera aumentó todavía más cuando Justina le recordó sus declaraciones anteriores respecto a retomar el camino de la virtud. Luego encerró a las jóvenes en la casa y amenazó con matarlas si se atrevían a salir de ahí.
Durante varios días, Justina y Rosalía se reunieron sólo en secreto y de noche, para hablar en voz baja de una posible fuga. Pero llegó una noche en que no pudo hallar a Rosalía por ninguna parte. Justina la buscó con afán, pero no la encontró; cualquiera a quien ella le preguntaba le respondía que no había visto a la muchacha en todo el día.Después que pasaron tres días sin que apareciera la hermosa Rosalía, Justina se dirigió abiertamente a Rodin y le exigió que le dijera el paradero de su hija.
-¡Cómo!, yo creía que ya lo sabías -le respondió riendo entre dientes-; fue a visitar a su abuela que vive en París, y no regresará antes de seis meses.
Sin embargo, esta explicación no dejó satisfecha a Justina. Convencida de que su amiga jamás se habría marchado sin despedirse de ella, no pudo menos que imaginar que algo malo le había pasado a la muchacha. Pero disimuló sus pensamientos y se alejó de Rodin. Ya que estuvo a solas, hizo planes para registrar la casa con detenimiento.
Aquella noche, buscando cuidadosamente en cada rincón del lugar, acabó Justina por escuchar gemidos que salían de detrás de un montón de leña en un rincón oscuro del sótano. Quitando algunos leños que tenía enfrente, se encontró cara a cara con una ventana de barrotes que daba a un laboratorio secreto muy grande, equipado con una instalación de muchos instrumentos médicos y quirúrgicos. Y, tal como Justina lo había sospechado, Rosalía se encontraba en el laboratorio, amarrada a una mesa de operaciones de hierro con una cadena de seis pies de largo que le sujetaba el tobillo.
-¡Oh, querida Justina! -exclamó la pobre muchacha-.Ya sabía yo que vendrías. -Entonces, derramando un llanto copioso, le contó los acontecimientos de los días anteriores; su padre la había sacado de la cama para llevarla al laboratorio; allí, entre él y su colega Rombeau habían realizado un examen humillante de su cuerpo desnudo, y luego la habían violado brutalmente los dos al mismo tiempo, uno por cada lado-. Ahora, Justina, tengo que temerlo todo. El comportamiento de mi padre desde que me encerró en este lugar, así como sus conversaciones con el malvado Rombeau, me hacen suponer que lo dos planean utilizarme en uno de sus experimentos horribles. Justina, tu pobre Rosalía está condenada.
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JUSTINA
Teen FictionHABLAR sobre el Marqués de Sade es hablar del lado oscuro que todos tenemos en el inconsciente. Es hablar de una sexualidad "desviada" hacia la perversidad, hacia el placer sensual proporcionado por el dolor ajeno. Al leer sus obras nos encontramo...