A la mañana siguiente, cuando Justina despertó, estaba en una habitación amplia junto con otras siete muchachas. Ocho camisas pequeñas muy limpias estaban acomodadas cerda de la pared, y al lado de cada una se encontraba una ventana con barrotes por dentro y por fuera. Onfalia, quien la había acompañado la noche anterior después de la orgía, y ocupaba la cama contigua, se puso a consolar a la compañera nueva.
—Mi querida amiga —le dijo, acariciando con cariño el hombro de Justina—. Yo también lloré amargamente, como tú, el día en que llegué aquí, pero en este momento lo único que puedo hacer es aconsejarte que no malgastes tus lágrimas, y que conserves la esperanza de que, a medida que pasen los días y te acostumbres al lugar, las vejaciones se te hagan más soportables. Me gustaría poder pintarte un cuadro más alegre, pero no puedo; nuestro destino no sólo es servir de instrumentos para satisfacer la lujuria de esos cuatro pervertido, sino también sufrir abusos y degradaciones sin fin es esta horrible habitación; además, no podemos escapar de este lugar, y nuestra única alternativa es la muerte.
Comenzando con esta triste introducción, Onfalia continuó describiendo las actividades en el monasterio, y las condiciones en que vivían las muchachas. Los sacerdotes, dijo, eran cuatro de los más ricos de la orden de los benedictinos, y el padre Severino era pariente del mismo Papa. Además de algunos porteros, jardineros, empleados, cocineros y otros, el monasterio tenía entre su personal a doce mujeres, que nada más se dedicaban a raptar a jóvenes hermosas de origen aristocrático; esas muchachas eran las que se veían sometidas a la ignominia de servir como esclavas sexuales de los sacerdotes, y sin saberlo Justina se había convertido en la última integrante de este grupo.
Las muchachas eran dieciséis; estaban divididas en cuatro "clases" de cuatro cada una. La primera clase se llamaba la "clase infantil"; las muchachas que la integraban tenían dieciséis años o menos, y el uniforme del grupo era blanco. La segunda era la "clase juvenil", y la formaban las que tenían de diecisiete a veintiún años de edad; sus ropas eran verdes. La tercera clase, en la que ahora entraba Justina, era de las jóvenes de veintidós a treinta años, o sea la "clase de razonamiento", y se distinguía por su uniforme azul; la cuarta clase, la formaban las que tenían de treinta y un años en adelante, su ropa era de color rojo pardo, y se llamaba la "clase madura".
Trataban de conservar siempre la misma cantidad de muchachas, dieciséis, y cuando ingresaba alguna nueva se despedía a una de las que tenían la misma edad. Ahí el despido se llamaba la "graduación", y nadie sabía qué les pasaba a las muchachas después de la "graduación", ni siquiera si lograban salir vivas de ese lugar. La "graduación" no dependía de la edad, de la fidelidad a sus obligaciones ni de otros factores semejantes; era sólo cuestión de capricho de los frailes; en ocasiones se "graduaba" una muchacha en el transcurso de una semana o dos, mientras que otras veces la "graduación" no se llevaba a cabo en diez o quince años, tal vez más. En realidad, había una mujer del grupo que llevaba veintiséis años en el monasterio, o sea más tiempo que tres de los cuatro sacerdotes.
En relación con el aspecto físico, el monasterio tenía dos partes: la iglesia propiamente dicha, abierta al público, y en la que los curas se comportaban de acuerdo con los principios de su iglesia, y el "pabellón", un edificio de seis pisos, tres de los cuales eran subterráneos, y que estaba separado de la iglesia por un foso, y al que sólo se podía llegar a través de un pasaje subterráneo secreto que había detrás del altar mayor de la iglesia. Por aquel pasaje se llevó el padre Severino a Justina, después de escuchar su confesión la noche de su llegada; y en los pisos superiores del pabellón estaba el dormitorio de las muchachas, mientras los pisos subterráneos alojaban las alcobas de los sacerdotes y las habitaciones donde se realizaban las orgías.
Todas las mañanas a las nueve iban a la iglesia tres sacerdotes, y allí se quedaban hasta las cinco de la tarde. El que permanecía en la casa era llamado el Oficial de Guardia: Sus actividades consistían en vigilar los trabajos del pabellón. Las muchachas se levantaban a las ocho y se preparaban para la revisión del Oficial de Guardia, que se realizaba un poco después de las nueve. Aquella inspección iba siempre acompañada por algún encuentro sexual, después del cual se servía el desayuno. Luego todas quedaban libres de hacer lo que quisieran hasta las siete de la tarde, hora en que algunas de ellas eran seleccionadas para tomar parte en las orgías. Las no elegidas podían ocuparse en lo que se les antojara hasta la revisión del próximo día.
A pesar de todo, aquel horario de aparente ocio no significaba que alguno de las muchachas lo disfrutara. Había dos superintendentes encargadas del grupo, que tenía derecho de imponer a las jóvenes cualesquiera trabajos o actividades que se les ocurriera, y que gozaban de permiso total para castigar a las que no tuvieran la suerte de agradarlas. Los castigos consistían casi siempre en azotes, y algunos de los que estaban establecidos eran los siguientes: por no levantarse a la hora indicada: treinta latigazos; por ofrecer durante el trato carnal, sea cual fuere la razón, una parte del cuerpo distinta de la que hubiera ordenado el fraile encargado: cincuenta latigazos; por una forma de vestir o de peinarse que no fuera adecuada: sesenta latigazos; por no haberse avisado con antelación de incapacidades sexuales debidas a la menstruación: sesenta latigazos; por quedar embarazada: cien latigazos; por negarse a participar en algún acto de libertinaje exigido por un fraile: doscientos latigazos; por incapacidad de llevar a un fraile al orgasmo: trescientos latigazos; por tratar de huir: nueve días de calabozo, desnuda, y trescientos latigazos diarios.Al iniciar un mes, el primer día, cada uno de los frailes escogía a una muchacha que, durante ese tiempo, le serviría personalmente; en estos servicios se incluía el aspecto sexual. La elegida, designada como Muchacha de Servicio, se reunía con su amo a las cinco de la tarde, y no lo abandonaba sino hasta las nueve de la mañana del día siguiente, cuando él iba a la iglesia. Se le exigía que estuviera levantada toda la noche en su cuarto, dispuesta a presentarse en seguida para cualquier actividad, sexual o de otro tipo, cuya ejecución él deseara. También estaba obligada a yudar al fraile en sus necesidades, ofreciendo su boca o el espacio entre sus senos como receptáculo para los excrementos. Durante la cena, el lugar de ella era detrás de la silla de él, o a sus pies, donde habría de yacer desnuda, como un perro, o en sus rodillas entre las piernas de él, acariciándolo con la boca mientras cenara. Y, sin tomar en cuenta la fidelidad con que llevara a cabo lo que le pedía, si surgía alguna discusión siempre era culpable la muchacha.
—Sí —continuó Onfalia, sonriendo con ironía— Por monstruoso que sea el lugar, existen algunos pequeños consuelos. No se puede nombrar Muchacha de Servicio a la misma mujer durante dos meses seguidos, y las que cumplen con mayor entusiasmo las órdenes de los sacerdotes suelen conseguir algunos favores especiales de repente. Y también está la cuestión de la comida, que no sólo es excelente, sino abundante, y se debe a que estos frailes desean, como lo dice el padre Jerónimo, que gusta de ver a las "pollas" poner, tener abastecimiento amplio de "huevos".
—¡Dios mío! —exclamó Justina, incrédula ante la intensidad y variedad de perversiones de los curas degenerados—. No puedo imaginar que exista un lugar más monstruoso.
—Tampoco yo —asintió Onfalia—; pero no nos queda otro remedio que acostumbrarnos, porque sin duda va a ser nuestro hogar por el resto de nuestras vidas...
![](https://img.wattpad.com/cover/72162360-288-k396424.jpg)
ESTÁS LEYENDO
JUSTINA
Teen FictionHABLAR sobre el Marqués de Sade es hablar del lado oscuro que todos tenemos en el inconsciente. Es hablar de una sexualidad "desviada" hacia la perversidad, hacia el placer sensual proporcionado por el dolor ajeno. Al leer sus obras nos encontramo...