El sol resplandecía muy alto en el cielo a la hora en que Justina despertó. Estaba tendida al lado de un camino, totalmente vestida. A pocos pies de distancia había un letrero que decía: "París, 2 leguas". Llegó a la conclusión de que los doctores perversos la habían sacado del laboratorio para dejarla abandonada en ese lugar.
Su primer pensamiento fue acudir a la policía para pedir que los investigadores visitaran el hogar de Rodin. Pero muy pronto recapacitó en que aquello sería totalmente inútil; si su marca pasaba inadvertida y no la colgaban como asesina fugitiva, de cualquier manera nadie le creería debido a su apariencia andrajosa, y en todo caso habría transcurrido demasiado tiempo ya para que la ayuda llegara a Rosalía, por mucho que hiciera. Entonces, apenada hasta lo más profundo de su alma al pensar en abandonar a su querida amiga, la joven maltrecha comenzó a caminar en la que ella pensaba era la dirección hacia París.
Pasaron algunas horas; después, otras más. Fatigada, debilitada por el dolor y atenazaba por el hambre, Justina caminaba hacia adelante. Pero no parecía que París estuviera cerca, y a cada momento que pasaba su debilidad era mayor. Por fin, ya cuando se estaba ocultando el sol, encontró otro letrero que decía: "París, 4 leguas", y señalaba hacia la dirección opuesta. La única conclusión que puso sacar fue que Rodin y Rombeau, no satisfechos con haberla marcado y abandonado es el camino a su suerte, conspiraron ademas para confundir sus primeros pasos, alejándola de ellos, al voltear el primer letrero.
Con las lágrimas que brotaban de sus ojos, la pobre muchacha se arrojó al suelo y se abandonó a la amargura de los sollozos. Después, ya que pasó la crisis, se levantó, dijo una oración corta y regresó sobres sus pasos en dirección opuesta. Pero apenas había caminado un poco cuando sobre una colina lejana divisó una torre de campanario que se levantaba modestamente en el aire. La torre sólo podía indicar una iglesia o un monasterio, y en aquella región desolada de la campiña lo más probable es que fuera esto último.
-¡Oh, refugio de amada soledad! -exclamó Justina llena de fervor, encaminándose hacia la torre-. ¡Cuánto deseo estar bajo tu cobijo! ¿Cómo será la abadía sobre la que te levantas? ¿Albergará a unas cuantas reclusas dedicadas sólo al servicio de Dios? ¿O servirá de retiro a misioneros cansados, derrotados casi hasta el sometimiento por las brutalidades de la sociedad trastornante? ¡Oh,!, cómo anhelo unirme a esos ermitaños amantes de la quietud, sean quienes sean...
Cuando estaba hablando de este modo, una chiquilla apareció a su lado. Ésta, que era una pastora que cuidaba se rebaño, explicó que el lugar por el que Justina se interesaba era en realidad un monasterio ocupado por cuatro anacoretas de la orden de los benedictinos, conocidos en toda la región por su piedad, santidad y devoción. Muy pocas ocasiones, continuó la chiquilla, se acercaba la gente de por ahí a ese lugar; sin embargo, una vez al año, el día de la Inmaculada Concepción, se hacía una peregrinación hasta la virgen bendita, y los que iban allá olían contar que sus peticiones se habían realizado en poco tiempo.
-¡Oh, cómo me gustaría visitar ese lugar! -suspiró Justina, con la imaginación encendida por lo que le platicó la chiquilla.
-Entonces ¿por qué no vas? -le preguntó la pastora-. Estoy segura de que sí se puede, y siguiendo por este sendero te darás cuenta de que la distancia es mucho más corta de lo que parece.
Agradeciendo efusivamente a la chiquilla, Justina se despidió de ella y comenzó a caminar por el sendero. Apenas habían transcurrido tres horas cuando se encontró ante una puerta inmensa de madera en la que estaba escrito: "Monasterio de Santa María del Bosque".
¡Oh, ciudadela de virtud! -pensó la muchacha, observando la fachada de piedra del monasterio-. Sin duda aquí es donde los servidores de Dios acuden cuando los excesos de la humanidad los impulsan a retirarse del mundo; aquí, a este lugar alejado en que el alma puede comulgar con las almas de las criaturas afortunadas que las estiman tanto como para entregarlas por completo a Dios. Únicamente aquí seré capaz de encontrar la dicha verdadera...
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JUSTINA
Teen FictionHABLAR sobre el Marqués de Sade es hablar del lado oscuro que todos tenemos en el inconsciente. Es hablar de una sexualidad "desviada" hacia la perversidad, hacia el placer sensual proporcionado por el dolor ajeno. Al leer sus obras nos encontramo...