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El caso fue llevado a juicio muy pronto. Pero el jefe superior de la justicia, de Corville, a diferencia de los muchos personajes que lo rodeaban, no fue tan rápido en despachar a Justina sin escucharla. En realidad, después de que escuchó la horrible narración, se sintió tan conmovido, que convocó a su amante, madame de Lorsange, y le pidió que la escuchara. 

De nueva cuenta relató Justina sus desventuras, describiendo la forma en que, de niña, encontró al usurero Harpin, que la acusó falsamente de robo, y siguió prosperando mientras ella estaba en la cárcel; —más adelante cayó en manos de la Dubois, Corazón de Hierro y la pandilla de bandidos, salvándose de ellos en compañía del traidor Saint-Florent quien, para agradecerle el haberle salvado la vida, la violó y la abandonó en los bosques; después fue víctima del aristocrático sodomita conde de Bressac, que, porque se negó a cooperar con él en el asesinato de su tía, la atacó con sus perros hasta que casi muere; luego, buscando un tratamiento para las heridas sufridas de esa manera, cayó en las garras del cirujano loco, Rodin, quien, debido a que ella quería impedir el asesinato de su hija, impuso en su carne la marca del homicidio; después, cuando intentaba buscar refugio en un monasterio, se convirtió en víctima de los cuatro benedictinos abominables que, después de envilecer su castidad de todos los modos imaginables, la obligaron a prestar su cuerpo como altar en una horrenda misa negra; cuando logró escapar de ese teatro espantoso de maldad, fue raptada por los secuaces del odioso conde de Gernande, quien intentó sacarle la sangre gota a gota; días después, cuando ofrecía limosna a una pobre, ésta la privó de su último dinero; en seguida, al tratar de socorrer a un hombre que encontró tendido a la orilla del camino (el odioso Rolando), se vio prisionera, condenada a hacer girar una rueda de noria como un animal, y casi colgada porque a él le agradaba torturarla. Por último la arrestaron como falsaria y la llevaron al pie del cadalso antes de que la astucia de madame Dubois la lograra rescatar, sólo para ser falsamente acusada de un asesinato que no había querido cometer; y, para terminar, el cobarde padre Antonino, a quien hizo su última confesión, la provocó tanto que no pudo reprimirse y vociferó contra él, llena de coraje, pecando así, y preparando el camino al infierno por toda la eternidad, si moría antes de que la pizarra moral pudiera borrarse... y todo, todo ello sin faltar nada,debido a que siempre quiso seguir la senda de la virtud después de la muerte de sus padres, en París, casi quince años antes, dejándola huérfana junto con su hermana mayor...

—¿Hermana mayor? ¿Huérfana? —exclamó madame de Lorsange sin dar crédito a lo que escuchaba—. ¿Y eso pasó hace casi quince años en París? ¿Y dices que te llamas Justina?

—Así es, señora —afirmó la joven— Lo juro.

—Tu hermana mayor —dijo madame de Lorsange con llanto resbalándole por las mejillas— no se llamaba... Julieta ¿verdad?

—Me atrevo a decir que tienes razón, señora —contestó Justina, un poco intrigada—. ¿Acaso la conoces? 

—¿Que si la conozco, queridísima? —sollozó madame de Lorsange, rodeando con sus brazos el cuerpo de la joven—. ¿Que si la conozco, dices? ¡Oh, querida, querida, querida Justina! ¡Soy yo niña, soy tu hermana Julieta!

—¡Julieta querida! —dijo llorando la desdichada prisionera—. Soy mucho más dichosa ahora que se me ha permitido volver a abrazarte...

Y las dos, besándose las lágrimas que les corrían por la cara, cayeron una en brazos de la otra. 

Al contemplar esta escena, el juez de Corville se sintió profundamente conmovido. Declarando en seguida que Justina era "inocente" aplazó la audiencia y se llevó a toda prisa a su castillo a su amante con la hermana de ésta. 

—Bueno, querida Justina —dijo besándola con ternura—, han terminado tus sufrimientos. De hoy en adelante tendrás en esta casa todo lo que desees, y haré todos los esfuerzos para que logres ahora la felicidad que por tanto tiempo mereciste. 

JUSTINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora