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Cuando amaneció, la chiquilla estaba dormida entre los brazos de Corazón de Hierro. Cumpliendo lo que había dicho, el bandido vigoroso no se había tomado la mínima libertad sexual, sino que había tenido abrazado el cuerpo dormido durante toda la noche, besándole una y otra vez el rostro lastimado. En cuanto ella despertó, él mismo preparó el desayuno para los dos, y se sentaron en la cama para tomarlo juntos. Después, cuando terminaron de comer, le recordó la declaración que le había hecho la noche anterior.

-Pronto despertarán la Dubois y los otros, mis amor -le dijo-. Para entonces será demasiado tarde. Te pido que escapemos ahora juntos, ya que no existe otro medio para evitar el destino que te espera a nuestro lado, en la pandilla.

-Pero ¿te arrepientes de una vida delictuosa? -preguntó Justina.

-¡Por supuesto que no! -exclamó Corazón de Hierro-. ¿Qué tiene eso qué ver con lo demás?
Con cariño, la muchacha le puso un dedo sobre la mejilla cubierta de barba.

Me has pedido que me case contigo, querido Corazón de Hierro -le dijo-, pero el arrepentimiento de los pecados, y un firme propósito de cambiar, son requisitos para realizar el sacramento del matrimonio. A menos que te arrepientas y prometas no pecar más, nuestra Santa Madre Iglesia no nos aceptará.

-Pe-pe-pero Justina -tartamudeó Corazón de Hierro impaciente- ¡Soy un bandido! ¡El pecado mortal es algo muy común en este oficio! ¡No puedo arrepentirme!

-Entonces no podemos casarnos...

-Quizá por la Iglesia no; pero ¿acaso significan mucho para ti los rituales de un sacerdote? ¿No estaríamos tan válidamente casados si intercambiáramos en privado los mismos votos de obediencia, amor y fidelidad marital?
-No, mi querido Corazón de Hierro, no puedo aceptar una situación así -dijo con brevedad Justina- Para mí el matrimonio y las leyes de la iglesia son cosas que no se puede separar.

-¡Maldita sea! -exclamó Corazón de Hierro levantándose de un salto- ¿Por qué eres tan necia? -Luego, volteándose como si le hablara ala ventana: "Niña mía, no me dejas otro camino. Tengo que entregarte al capricho de la Dubois... y al mismo tiempo al terrible papel de doncella profesional"

-Pero ¿por qué no puede haber otra opción? -protestó ella-. ¿Por qué no dejar que me escape ahora yo sola? ¿O por qué no escapar conmigo, y llevar una vida de castidad hasta que consiguieras una merced necesaria para arrepentirse y casarte conmigo en el seno de la Iglesia?

-Mi querida Justina, simplemente porque la fuerza hace el derecho. En este caso tengo poder sobre ti, y lo ejerceré. O te casas conmigo como yo quiero, o tendrás que lamentar las consecuencias. Entonces ¿qué decides?

Justina miró al bandido musculoso ir y venir por el cuarto, y al fin detenerse frente a ella. Sus miradas se cruzaron, y por un momento ella sintió la tentación de aceptar lo que él quería. Pero la virtud ganó la batalla.

-Mi decisión es que no, querido Corazón de Hierro -contestó tristemente-. No viviré contigo en el pecado. Me doy cuenta de que mi negativa puede significar el sacrificio de mi doncellez en circunstancias adversas, pero por lo menos habré resistido hasta el fin, y Dios sabrá que no me rendí tan fácilmente.

Corazón de Hierro se volteó de nuevo hacia la ventana. Con los puños apretados levantó los brazos como si, a falta de un desahogo mejor para su coraje, estuviera a punto de golpear los ladrillos. Durante algunos momentos todo su cuerpo tembló. Después, fue aflojando la tensión poco a poco y se volteó para hacer frente a la muchacha.

-Mi querida niña -dijo en un tono que trataba de mostrar tranquilidad-, ¿no es en extremo absurdo dar tanta importancia a ese asunto de la virginidad? ¿Eres lo bastante tonta para creer que la bondad y la virtud se determinan por el diámetro más ancho o más estrecho de determinada parte de tu cuerpo? Honradamente ¿crees que le importa a Dios si ese orificio ha sido usado alguna vez?
-Sí, querido Corazón de Hierro -contestó ella-, lo creo con firmeza. Tus argumentos son hábiles, pero aun cuando no soy capaz de descubrir la falsa creencia que nubla tu razonamiento, la fe me dice que tengo razón al resistirme.

JUSTINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora