En el transcurso de dos días y dos noches Justina y Saint-Florent viajaron sin detenerse hasta que, por último, llegaron al pueblo de Luzarches. Ahí, suponiendo que estaba casi a salvo, se quedaron a pasar la noche en una posada pequeña, y planearon la tercera etapa, que los llevaría hasta Lyon, donde Saint-Florent podría ponerse en contacto con su familia.
Después de poner en claro todos los detalles, Saint-Florent tomó entre sus manos la de Justina y le dijo:
-A ti, tierna niña, debo mi vida y mi fortuna. No se me ocurre otro medio de recompensarte que poniendo ambas cosas a tus pies. Acéptalas, te lo ruego, y consiente en ser unida a mí por los sagrados lazos del matrimonio.
Al escuchar aquella proposición vehemente, Justina se sintió invadida de placer. Pero estaba convencida de que Saint-Florent se comportaba así más por agradecimiento que por amor, y por lo tanto no aceptó casarse con él.
-Señor -le dijo-, si en verdad piensa que le agradaría recompensarme, lo único que le pediré será que me permita acompañarlo a Lyon, donde tal vez encontrará algún hogar para mí donde no se ponga a prueba mi virtud.
Momentos después le platicó la historia de todos sus infortunios, desde la muerte de sus padres hasta su casi seducción a manos del convincente Corazón de Hierro, y rogó a Saint-Florent que rezara junto con ella una oración de acción de gracia, ya que las circunstancias habían intervenido e forma providencial durante la mañana en que estuvo a punto de sucumbir a las asechanzas sexuales del desvergonzado bandido.
Luego de haber oído su relato, y de acompañarla en su plegaria, Saint-Florent le dijo que estaba muy conmovido.
-Pero -agregó, no es necesario continuar con la preocupación, porque si lo que deseas es un empleo en un hogar decente, no necesitas siquiera llegar hasta Lyon. Mi hermana vive cerca de aquí, y estoy seguro de que se sentirá contenta tomándote a su servicio. Te presentaré mañana temprano.
Gustosa ante aquellas buenas noticias tan inesperadas, Justina se fue a su habitación y durmió profundamente toda la noche. Al despertar a la mañana siguiente, poco antes de que amaneciera, se sintió de mejor ánimo que en los último años. Pero su felicidad no iba a durar mucho, pues al poco rato de haberse puesto en camino hacia la supuesta casa de la hermana de Saint-Florent, Justina se dio cuenta de que había caído una vez más en las garras de un loco, sólo que esta ocasión, se trataba de uno mucho más depravado que Corazón de Hierro, o cualquiera de los anteriores.
El vil Saint-Florent la condujo a un claro de la profundidad del bosque de las afueras de Luzarches; llegando allí, se volteó de pronto hacia ella y le dio una patada en el vientre. Cuando ella se inclinó hacia adelante a causa del dolor, la pateó en la cara; entonces, mientras la pobre chiquilla trataba de conservar el equilibrio, la azotó con el bastón y, blandiéndolo como un garrote, le dio un golpe en la cabeza. Entonces ella cayó a sus pies, perdiendo el conocimiento.
Pasaron muchas horas, y cuando al fin recobró la conciencia, Justina se dio cuenta poco a poco hasta qué extremo se había convertido en una víctima de aquel canalla. Era una noche oscura, y su cuerpo -por completo desnudo y bastante golpeado- estaba tendido al pie de una árbol. Los pezones de sus senos estaban heridos, quizás a causa de mordiscos, y tenía la boca cubierta de sangre seca. Los fuertes dolores que sentía dentro del vientre le confirmaron que se había servido el manjar del casamiento que ella siempre consideró de un valor inestimable. Así que, después de haber arriesgado la vida por salvar a Saint-Florent, éste la había premiado con el ultraje y el abandono en un bosque desconocido, sin recursos, sin esperanza y también sin virtud.
-¿Qué le hice yo para merecer tratamiento tan monstruoso? -murmuró en voz baja-. ¡Oh, eso es lo que sucede cuando el hombre se deja llevar por sus pasiones! Una bestia salvaje habría sido menos cruel. Los leones de la selva sentirían repugnancia ante tales atrocidades. -Y alzando los ojos al cielo, continuó-: ¡Oh, Majestad Bendita! Contempla mis desdichas y mis sufrimientos, y recíbeme en tu seno. He tratado de portarme bien, imitándote, y has juzgado conveniente castigarme por ello; pero me someto totalmente a tu voluntad; perdona a mis atacantes, pues no saben que sus pecados te ofenden, y concédeme la oportunidad de dedicarme otra vez a tu servicio. Amén.
Sintiendo un valor renovado por sus devociones, la maltratada Justina se enderezó, juntó los harapos en los que había sido convertida su ropa por el ruin Saint-Florent y se hizo un lugar entre los matorrales. Allí se acostó y, rezando otra plegaria, cayó en un sueño profundo y reconfortante.
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JUSTINA
Teen FictionHABLAR sobre el Marqués de Sade es hablar del lado oscuro que todos tenemos en el inconsciente. Es hablar de una sexualidad "desviada" hacia la perversidad, hacia el placer sensual proporcionado por el dolor ajeno. Al leer sus obras nos encontramo...